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[Experiencia] Experiencia en la conmemoración
#1

No tenía pensado volver a una reunión. Ni a la Conmemoración. Pero las semanas previas fueron una tortura silenciosa en casa. Mi mamá me decía que al menos “podía demostrar que no estaba totalmente perdida” si asistía a la celebración más importante del año. Mi papá casi no hablaba, pero su mirada cargaba un peso que me hacía sentir más pequeña que nunca. Yo, entre la rabia, la tristeza y la culpa, no sabía qué pensar.
Al final, cedí. Por ellos. Por la presión. Por esa pequeña voz que todavía me decía que, tal vez, al estar ahí, algo se arreglaría. Me puse un vestido largo, uno que ya no me quedaba como antes. Me miré al espejo, insegura. Me veía cansada, diferente. Como si hubiera envejecido años en unos cuantos meses.
Entrar al salón fue como atravesar una pared de hielo. Todos estaban vestidos con sus mejores ropas, sonrientes, conversando en grupitos, hasta que me vieron. Las sonrisas se congelaron. Algunas miradas se cruzaron rápidamente, otras se quedaron fijas en mí, juzgando, recordando. Caminé al fondo. Nadie me saludó. Nadie se acercó. Sentí que mi presencia era una molestia, como si fuera una intrusa en mi propia historia.
Durante el discurso, intenté concentrarme, pero mi mente solo repetía una y otra vez las palabras que me habían dicho semanas antes: “mala influencia”, “vergüenza para la congregación”. Cuando hablaron del sacrificio de Cristo, del perdón, del amor incondicional, tuve que apretar los dientes. ¿Perdón? ¿Dónde estuvo ese perdón para mí?
Cuando terminó todo, me apresuré para salir, pero no pude evitar que uno de los ancianos me interceptara. Era uno de los que habían estado en el comité. Me habló con una sonrisa artificial, como si estuviera cumpliendo con una tarea. Me dijo que “me alegraba verlo” allí, que “todavía había esperanza”, que “Jehová espera que regrese”. Y yo solo pensaba: ¿este mismo hombre que rió mientras miraban mi foto ahora me da palabras de consuelo?
Le di una respuesta ambigua. No quería abrir otra puerta para que me juzgaran. Me fui sintiéndome todavía más sola que cuando llegué.
Pero la presión en casa aumentó. No bastaba con asistir a la Conmemoración. Querían que volviera a las reuniones. Que “luchara por mi restauración”. Y yo… yo solo quería que me dejaran en paz. Pero era imposible. Todos los días eran indirectas, sermones, comparaciones con otras jóvenes “que sí luchaban”.
Así que decidí asistir a una reunión. No en mi congregación. No podía soportar volver a ese lugar. Fui a otra, pensando que quizás ahí sería diferente. Me equivoqué.
La reunión fue como una pesadilla en cámara lenta. Apenas crucé la puerta, noté las miradas. Algunas con lástima, otras con desprecio, y muchas con ese brillo morboso de “ahí está la chica de la foto”. Me senté en una esquina, lo más invisible posible. Nadie se acercó. Nadie extendió la mano para saludarme. Me miraban como si tuviera algo pegado en la cara. Como si contagiara algo.
Durante el cántico final, una hermana se me quedó mirando de arriba abajo y luego le susurró algo a la que tenía al lado. Ambas se rieron suavemente, y me sentí como si estuviera desnuda frente a todos. Cuando terminó la reunión, fingí que hablaba por teléfono y me salí rápido. Me escondí en el baño del salón, cerré con seguro, me senté en la tapa del inodoro y lloré hasta quedarme sin fuerzas.
Ese fue mi intento. Mi forma de “luchar” por regresar. Pero fue suficiente para entender algo: no querían que volviera, no de verdad. Querían un ejemplo de arrepentimiento, una prueba de obediencia, pero no a mí. No a Estrella, la que fue precursora, la que creía en el amor dentro de la congregación. Esa Estrella ya no existía para ellos. Ahora solo era “la expulsada”, y eso era todo lo que querían recordar.
[+] 2 usuarios dieron MeGusta Estrellarks.
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#2

(Hace 11 horas)Estrellarks escribió:  No tenía pensado volver a una reunión. Ni a la Conmemoración. Pero las semanas previas fueron una tortura silenciosa en casa. Mi mamá me decía que al menos “podía demostrar que no estaba totalmente perdida” si asistía a la celebración más importante del año. Mi papá casi no hablaba, pero su mirada cargaba un peso que me hacía sentir más pequeña que nunca. Yo, entre la rabia, la tristeza y la culpa, no sabía qué pensar.
Al final, cedí. Por ellos. Por la presión. Por esa pequeña voz que todavía me decía que, tal vez, al estar ahí, algo se arreglaría. Me puse un vestido largo, uno que ya no me quedaba como antes. Me miré al espejo, insegura. Me veía cansada, diferente. Como si hubiera envejecido años en unos cuantos meses.
Entrar al salón fue como atravesar una pared de hielo. Todos estaban vestidos con sus mejores ropas, sonrientes, conversando en grupitos, hasta que me vieron. Las sonrisas se congelaron. Algunas miradas se cruzaron rápidamente, otras se quedaron fijas en mí, juzgando, recordando. Caminé al fondo. Nadie me saludó. Nadie se acercó. Sentí que mi presencia era una molestia, como si fuera una intrusa en mi propia historia.
Durante el discurso, intenté concentrarme, pero mi mente solo repetía una y otra vez las palabras que me habían dicho semanas antes: “mala influencia”, “vergüenza para la congregación”. Cuando hablaron del sacrificio de Cristo, del perdón, del amor incondicional, tuve que apretar los dientes. ¿Perdón? ¿Dónde estuvo ese perdón para mí?
Cuando terminó todo, me apresuré para salir, pero no pude evitar que uno de los ancianos me interceptara. Era uno de los que habían estado en el comité. Me habló con una sonrisa artificial, como si estuviera cumpliendo con una tarea. Me dijo que “me alegraba verlo” allí, que “todavía había esperanza”, que “Jehová espera que regrese”. Y yo solo pensaba: ¿este mismo hombre que rió mientras miraban mi foto ahora me da palabras de consuelo?
Le di una respuesta ambigua. No quería abrir otra puerta para que me juzgaran. Me fui sintiéndome todavía más sola que cuando llegué.
Pero la presión en casa aumentó. No bastaba con asistir a la Conmemoración. Querían que volviera a las reuniones. Que “luchara por mi restauración”. Y yo… yo solo quería que me dejaran en paz. Pero era imposible. Todos los días eran indirectas, sermones, comparaciones con otras jóvenes “que sí luchaban”.
Así que decidí asistir a una reunión. No en mi congregación. No podía soportar volver a ese lugar. Fui a otra, pensando que quizás ahí sería diferente. Me equivoqué.
La reunión fue como una pesadilla en cámara lenta. Apenas crucé la puerta, noté las miradas. Algunas con lástima, otras con desprecio, y muchas con ese brillo morboso de “ahí está la chica de la foto”. Me senté en una esquina, lo más invisible posible. Nadie se acercó. Nadie extendió la mano para saludarme. Me miraban como si tuviera algo pegado en la cara. Como si contagiara algo.
Durante el cántico final, una hermana se me quedó mirando de arriba abajo y luego le susurró algo a la que tenía al lado. Ambas se rieron suavemente, y me sentí como si estuviera desnuda frente a todos. Cuando terminó la reunión, fingí que hablaba por teléfono y me salí rápido. Me escondí en el baño del salón, cerré con seguro, me senté en la tapa del inodoro y lloré hasta quedarme sin fuerzas.
Ese fue mi intento. Mi forma de “luchar” por regresar. Pero fue suficiente para entender algo: no querían que volviera, no de verdad. Querían un ejemplo de arrepentimiento, una prueba de obediencia, pero no a mí. No a Estrella, la que fue precursora, la que creía en el amor dentro de la congregación. Esa Estrella ya no existía para ellos. Ahora solo era “la expulsada”, y eso era todo lo que querían recordar.

Siento que estés pasando por esto Estrella. 
Pesa más un 'fallo' que mil 'aciertos'. 
Imagino que todo es reciente. Es muy injusto que se hable del perdón de pecados en un discurso de un día, se supone, tan especial para ellos y sin embargo se nos pida humillación pública. Jesús nunca dijo que se debía humillar a nadie. 

Un abrazo enorme
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#3

Hola Estrella.

Te han perdido a tí, no tu a ellos. Es una secta destructiva, con mucha gente noble dentro, pero con corazones de hielo. Los que son buenos son a pesar de la secta y no gracias a ella.

Hiciste un gran esfuerzo por asistir a la conmemoración, y te fallaron, sabes, ya no hay vuelta atrás, aunque quisieras olvidar todo los sucedido y ver con ojos a la "organización de Jehová" eso ya no será así.

Tus padres quieren lo mejor para ti, no lo dudes ni por un instante. Cuándo asististe a la conmemoración abriste una puerta de esperanza para ellos, de que te sentirías impulsada a regresar, solo fué eso. Solo te puedo decir que poco a poco, paso a pasito les demuestres que los amas, que eres una buena hija, trabajadora, buena estudiante, con proyectos, que les ayudas a ellos, que te interesas por ellos, que eres feliz, contenta.

Sabes, lamento todo lo difícil que estás pasando, te entiendo porque muchos en este foro lo hemos vivido, todos en diferente manera y en diferente circunstancia, pero el sufrimiento ha sido el mismo. Es una etapa difícil, pero necesaria para salir y remontar tu camino. ¿ Estudiarás una carrera universitaria o te dedicarás a trabajar ?.... ( de estar en tus manos sugiero estudies una carrera en línea en la UNAM convocatorias en su página oficial en enero y agosto de cada año ). ¿ Te ves en un futuro junto a un chico no testigo de Jehová, o junto a un hermano de la congregación?... No lo sé.


Sé que es muy probable que no sepas con exactitud que camino tomar, ¿ regresar a la congregación readmitida, o quizás ya no volver nunca más como publicadora ?.... Cualquier decisión tiene muchas implicaciones.
Ora mucho a Dios sobre tu camino, a Jesús si así lo deseas. Sé que no es obligatorio creer en un ser supremo, también puedes meditarlo contigo misma en esa " maravillosa voz interior que tienen las mujeres" solo no ignores tu intuición y esa voz interior.

Te deseo todo lo mejor a ti, guerrera con heridas en la batalla, que has peleado y lo seguirás haciendo hasta el final. Has salido victoriosa de esta batalla con la jw, has visto la bestia que en realidad es, ahora recupérate de estás heridas.

Un abrazo grande y fraterno.

Testigo en activo desprogramado.
[+] 1 usuario dio MeGusta Julian.
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