25 Apr, 2018, 04:05 AM
(Tomado del video Blog de Jose Mauricio Shuartz)
Simplemente me gustaría que tuvieran que ir a traer agua.
Hablo de quienes se ajustan a las ideas del neoprimitivismo, de la falacia de lo natural, de la antitecnología, de las conspiraciones de las empresas y gobiernos, del alternativismo, del antisistemismo, de la crítica de todo porque sí y de las visiones simplistas que rinden pleitesía a Nuestra Señora del Perpetuo Acabóse.
Quisiera que tuvieran que ir a traer agua.
Que vivieran en una zona alta, de ésas que se solían considerar más salubres y seguras que los valles encerrados o los barrancos estrechos. Y que bajaran todos los días a unos 5 kilómetros de distancia, con un recipiente de lámina galvanizada de 5, quizá 8 litros, con asa delgada y cortante, por un camino de cabras, para traer agua a casa con el fin de cocinar.
Que bajaran el balde al pozo, lo subieran y llenaran su recipiente para emprender el camino de regreso con él al hombro, alternando lados mientras suben los cinco kilómetros con su preciada carga de agua que no saben si está contaminada, cuyo aspecto turbio y múltiples partículas indeterminadas deben omitirse cuando se la lleva uno a los labios.
Quisiera que tuvieran que ir a traer agua. Todos los días. Algunos de ellos dos veces, como ocurre cuando la cabra te patea el balde que dejaste descuidadamente junto a la puerta. Que con esa agua tuvieran que cocinar con la leña que, también, tuvieron que recoger y cortar. Que cuando echaran al cocido tomates con orificios sospechosos y lechugas con habitantes oscuros se consolaran diciendo que al menos disfrutan de aporte adicional de proteínas.
Nada más que tuvieran que ir a traer agua. Sin electricidad, sin Internet, sin diarios que son su cámara de eco y que les van avisando de qué toca indignarse esta semana. Que, a veces, tuvieran que llevar no uno, sino dos recipientes, porque el cura del pueblo, a cuya misa deben asistir los domingos so pena de ganarse el ostracismo de sus pocos vecinos, lo necesita, lo pide y es obligación de todos servirle.
Cuando vas a traer agua, además, no tienes posibilidad de ir leyendo un libro de politología autocomplaciente, lo cual es bueno. Pero tampoco a Lorca, a Hemingway, a Shakespeare, a Cervantes. Porque después de ir por agua hay que atender el huerto, darle de comer a las gallinas y al corderito que con suerte estará en condiciones para ser la única carne del año en Navidad.
Cualquiera puede seguir imaginándose lo que implica ir a traer agua. La ausencia de oportunidades de diversión, entretenimiento, educación, cultura, el salario lamentable que nunca alcanza _de verdad_, es decir, que no da para zapatos, ya no diga usted irse de copas todos los viernes y sábados.
No es mucho pedir. Sólo quiero que tengan que ir a traer agua. Y luego ya debatimos si eso.
Simplemente me gustaría que tuvieran que ir a traer agua.
Hablo de quienes se ajustan a las ideas del neoprimitivismo, de la falacia de lo natural, de la antitecnología, de las conspiraciones de las empresas y gobiernos, del alternativismo, del antisistemismo, de la crítica de todo porque sí y de las visiones simplistas que rinden pleitesía a Nuestra Señora del Perpetuo Acabóse.
Quisiera que tuvieran que ir a traer agua.
Que vivieran en una zona alta, de ésas que se solían considerar más salubres y seguras que los valles encerrados o los barrancos estrechos. Y que bajaran todos los días a unos 5 kilómetros de distancia, con un recipiente de lámina galvanizada de 5, quizá 8 litros, con asa delgada y cortante, por un camino de cabras, para traer agua a casa con el fin de cocinar.
Que bajaran el balde al pozo, lo subieran y llenaran su recipiente para emprender el camino de regreso con él al hombro, alternando lados mientras suben los cinco kilómetros con su preciada carga de agua que no saben si está contaminada, cuyo aspecto turbio y múltiples partículas indeterminadas deben omitirse cuando se la lleva uno a los labios.
Quisiera que tuvieran que ir a traer agua. Todos los días. Algunos de ellos dos veces, como ocurre cuando la cabra te patea el balde que dejaste descuidadamente junto a la puerta. Que con esa agua tuvieran que cocinar con la leña que, también, tuvieron que recoger y cortar. Que cuando echaran al cocido tomates con orificios sospechosos y lechugas con habitantes oscuros se consolaran diciendo que al menos disfrutan de aporte adicional de proteínas.
Nada más que tuvieran que ir a traer agua. Sin electricidad, sin Internet, sin diarios que son su cámara de eco y que les van avisando de qué toca indignarse esta semana. Que, a veces, tuvieran que llevar no uno, sino dos recipientes, porque el cura del pueblo, a cuya misa deben asistir los domingos so pena de ganarse el ostracismo de sus pocos vecinos, lo necesita, lo pide y es obligación de todos servirle.
Cuando vas a traer agua, además, no tienes posibilidad de ir leyendo un libro de politología autocomplaciente, lo cual es bueno. Pero tampoco a Lorca, a Hemingway, a Shakespeare, a Cervantes. Porque después de ir por agua hay que atender el huerto, darle de comer a las gallinas y al corderito que con suerte estará en condiciones para ser la única carne del año en Navidad.
Cualquiera puede seguir imaginándose lo que implica ir a traer agua. La ausencia de oportunidades de diversión, entretenimiento, educación, cultura, el salario lamentable que nunca alcanza _de verdad_, es decir, que no da para zapatos, ya no diga usted irse de copas todos los viernes y sábados.
No es mucho pedir. Sólo quiero que tengan que ir a traer agua. Y luego ya debatimos si eso.
Si Lucifer fue capaz de incitar una rebelión en el cielo, eso significa celos, envidia y violencia en el cielo pese a prometerte un paraíso perfecto