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!Soy un sobreviviente del armagedón!
#16

El pequeño pensamiento que nació aquella fría mañana del segundo sábado del mes precursor del invierno, finalmente floreció al inicio de la tarde, cuando el sol se alzaba imponente a sofocar todo rastro de humedad en el ambiente. No solamente floreció, mutó de manera exorbitante en una necesidad apremiante. Así que, ahí estaba Ermack, fumándose su noveno cigarrillo mientras pensaba en qué iba a decir cuando llegara al salón del reino. Lo que más le molestaba era la idea de encontrarse con alguien conocido de su antigua congregación, pero no reparó más en eso, tampoco es que le importara ya. !Déjalo correr!, pensó en sus adentros. <<Que sea lo que el señor de las moscas quiera>>, después de todo, tan sólo era inactivo, no un apestoso expulsado.

Recapituló conversaciones con Mathew y recordó los horarios del sábado. Seis de la tarde. Buena hora, daba tiempo de gastarse la mañana y la tarde en lo que sea, si es que no salías a predicar para aparentar tener espiritualidad, y luego de abandonar aquella pantomima, podías incluso tomarte un par de cervezas bien frías mientras brindabas con el espíritu de Rutherford, el segundo presidente de la Watchtower famoso por sus borracheras en público.

Llegaría quince minutos antes. Quería saborear todo el matiz de facciones que podría observar en las caras de los hermanos (esperaba muy pocas distendidas), y se colgaría de la excusa de Mathew si es que alguien le preguntaba por su presencia. Pensaba llevar una vieja biblia que tenía empolvada en alguno de los cajones (herencia del antiguo dueño del piso), pero la verdad es que le valía tres cuartos de zanahoria. Al final decidió que el olor a tabaco que le impregnaba habitualmente, sería suficiente para ahuyentar a cualquier sonrisa inquisitiva en el salón del reino. Llevar una biblia sólo daría a temas de conversación y él hace mucho que ya no tenía ese tipo de conversaciones más que con el insípido y bien programado Mathew.

Consultó la dirección en el mapa de Google (bendita tecnología) y faltando una hora, empezó con los preparativos. Al principio pensó en ir con un atuendo de hippie de los 70 para ahuyentar aún más a los testigos, pero prefirió vestirse semiformalmente. También leyó las notas oficiales sobre la prohibición de los testigos de Jehová en la unión europea, para estar informado un poco más, y salió de casa cuando finalmente se calzó un par de mocasines marrones.

Llegó a la hora planificada, en el salón del reino ya se podía advertir la presencia de los primeros hermanitos espirituales correteando de un lado a otro, intentando estar listos para la reunión de aquel día. Seguramente el conferenciante ya estaba allí, pues bajo un enorme letrero con las siglas JW de color blanco, se desplegaba los horarios y un discurso figuraba pionero ante el estudio de la atalaya.

<<Estudio de la atalaya, y una m-i-e-r-d-a>>, pensó cuando vio los horarios y recordaba los tediosos estudios que aguantó en sus años de testigo, muchas veces repitiendo la misma e inagotable cantaleta de temas: el amor a los hermanos, salir a predicar, obedecer a los ancianos, la hermandad mundial, ser puros hasta el fin, estar alerta. Todos los títulos se le pasaron uno tras otro en su mente como cuando un tren atraviesa ferozmente delante de ti y sólo puedes quedarte viéndolo, dándole paso.

Una mujer vestida con falda hasta los tobillos, con una abertura al costado, calzando botines pequeños de apariencia country, regordeta, bastante maquillada, cargando una bandolera semiabierta en la espalda de la que intentaba escaparse la esquina arrugada de una revista, como si estuviera secuestrada. Llegó junto a él y le saludó en la entrada. Quizá notó el tono dubitativo con el que Ermack observaba la pared acre del edificio religioso.

—Hola, bienvenido al salón del reino —Saludó mostrando una amplia sonrisa que dejaba entrever sus dientes chuecos y un pedazo de culantro al borde de un colmillo. Tenía la mano extendida. Ermack se la apretó y saludó con un ligero movimiento de cabeza—. Por favor, adelante, supongo que viene a escuchar el discurso ya que alguien le invitó.

—La verdad es que sí, pero me gustaría estar aquí fuera un poco más, pero le agradezco su cordialidad.

Así, la testigo de Jehová siguió su camino y Ermack se safó de la primera ola de amor. <<¿Qué rayos estoy haciendo aquí, debería irme ahora que hay tiempo>>, pero el deseo era ya demasiado grande. Quería estar en esa reunión que para él sería histórica. A pesar de que el discurso y el contenido de la atalaya no estuvieran adecuados para la ocasión, Ermack estaba seguro de que de alguna manera el discursante y el director de la atalaya, darían comentarios al respecto al igual que las caras de los hermanos. No se llevó ninguna decepción con la hermana regordeta que le acababa de saludar, pues sudaba felicidad por los poros, muy posiblemente por la noticia de la prohibición. Sería una de esas testigos convencidas acérrimas que a la vez intentan atraer a algún hermano espiritual con sus comentarios en la atalaya y su forma de vestir.

Finalmente, un acomodador de unos treinta años, muy posiblemente acosado por la hermanita del diente con culantro, salió con paso redoblado a darle la bienvenida a Ermack.

— !Bienvenido! Es un gusto tenerlo aquí —una sonrisa muy amplia, un apretón de manos muy convincente, casi político, y el mismo tono de voz que usaría un pedófilo para atrapar a algún niño pequeño—. Mi nombre es Ricardo López, ¿cuál es el suyo? —Se podía respirar la irrealidad de aquella bienvenida. Al menos para el radar de Ermack que ya había estado sentado escuchando chorrocientos discursos sobre cómo ser agradable y dar la bienvenida a los nuevos.

—Mi nombre es Ermack —No dijo su apellido apropósito—, vivo cerca de aquí, Mathew me invitó a la reunión y quise dar un vistazo.
—Gracias a Jehová —al parecer sólo había un Mathew en esa congregación—, ¿Sabía usted que la biblia dice que Jehová atrae a las personas sinceras? —Y sin dejar lugar a réplica, casi inmediatamente profirió—: Juan, capítulo seis, versículo cuarenta y cuatro —Ahora, su enorme mano sudorosa estaba sobre el encrespado hombro de Ermack, forzándolo a caminar junto con él, como si fueran amigos de toda la vida. Él se dejó llevar, sintiéndose como una pequeña oveja siendo llevada al desolladero.

No hubo trompeta de Dios, ni de arcángel que lo recibiera, sólo la moribunda luz solar que entraba por las persianas semiabiertas de las ventanas. El olor era un poco agrio, como si fueran los vestidores de un equipo de fútbol. Tres ventiladores enormes estaban pegados al techo distribuidos verticalmente a lo largo de toda la nave central, dando vueltas perezosamente, centrifugando el aire caliente del interior. Ermack quiso dar media vuelta ahí mismo, pues, por alguna razón, pensó encontrar aire acondicionado, pero lo único que vio fue una legión de zombies que lo acechaba con la mirada y estaba apunto de abalanzarse sobre él para desgarrar su carne.


"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL 
The bible is glitchtastic! Sorry for the spoiler.

Lee la traducción que realicé al libro "Nueva Luz" documenta decenas de cambios en las doctrinas de los testigos.


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#17

Quizá el costo de la misión que emprendió resultaba ser muy dispendioso, pero ya no podía dar marcha atrás, estaba literalmente metido en la boca del lobo hasta la punta de los dedos. El acomodador lo guió amablemente hasta la segunda fila en el auditorio, que, para ese momento, ocupaba menos de la mitad de su capacidad. Ermack recordó que, en su antigua congregación, los hermanos solían llegar en una premeditada estampida faltando unos cinco minutos para iniciar, y una segunda pasado el primer cántico, así que aún no formulaba ningún juicio sobre la cantidad de asistentes.

Se sentó obedientemente en la desgastada silla plástica crema y esperó pacientemente, leyendo el gran letrero que contenía el texto del año pegado en la pared justo encima del atril, donde se leía: “Habacuc 2:3 Porque todavía falta para que llegue el tiempo fijado de la visión, y esta avanza rápidamente hacia su final, y no fallará. Aunque se retrasara, ¡mantente a la expectativa! Se cumplirá sin ninguna duda. ¡No llegará tarde!”

—Since 1914. —Susurró inaudiblemente para sí mismo.

Entre los asistentes en ese momento en el salón del reino se encontraban: la clásica pareja espiritual, ambos precursores regulares, el varón con miras a ser anciano de congregación, que apoya varios grupos de predicación y ayuda a los huérfanos y viudas. La mujer, la Dorcas contemporánea, que gustaba de parlotear con todo el mundo y enterarse del último chisme bajo una máscara de bondad y compasión con la que apuntaba a cualquier cabizbajo que pudiera tener alguna historia interesante que asaltar, la que llena de sonrisas y halagos a los hermanos responsables de los privilegios de su marido. Se encontraba también el clásico hermano envejecido y olvidado, que se mantiene con vida gracias a su adicción a los privilegios, pero que, en la práctica, sólo lo visitan cuando necesitan pedirle algún préstamo monetario. Se veía caminar por ahí a los prospectos para siervos ministeriales, jóvenes espirituales que dan su vida siguiendo las reglas de la organización para poder escalar en la gran pirámide de Russell. Las tres precursoras (incluimos aquí a Sra. Culantro), que se desviven por contagiar el espíritu de precursor como si se tratara de la gripe, te la escupen en la cara en cada conversación que tienes con ellas con la esperanza de que te infecte hasta tu tuétano y tuercen los ojos con desdicha si les cuentas de algún proyecto que envuelva educación superior. No podía faltar la élite: los dos ancianos de congregación, pulcramente vestidos y adornados de la única actitud seria alrededor, que únicamente se disipa con la visita del viajante (un hermano con un rango superior a ellos); sus esposas, canturreando con alguna desdichada en prospecto a ser la nueva víctima trasquilada. El siervo ministerial ya más entrado en años, que les ha lamido la zuela de los zapatos a quienes llevan la delantera, y que no está dispuesto a dejarse poner de lado por ningún otro, aunque tenga que desgarrar con dientes y garras. Y el foco de atención, claro está, el discursante que viene de otra congregación, que en esta ocasión sería un mayor que ya rondaba los sesenta años. ¿Olvidé mencionar a los estudiantes de la biblia mal vestidos, desubicados y ampliamente disconformes, rodeados por sus tutores para evitar que salgan corriendo de allí?

Los primeros en acercarse fueron la pareja feliz, el hombre de unos veinte y cinco, pulcramente trajeado de color negro, acompañado de un peinado de lengua de vaca adornado por unos cuantos cabellos rebeldes parados en la coronilla, y su mujer, ligeramente más joven, que impregnaba con un olor de rosas del nuevo mundo por donde quiera que transitara.

— ¡Bienvenido! —nuevamente la amplia sonrisa en ambos rostros. Ermack quería darse un tiro— ¡Qué gusto tenerlo aquí! Mi nombre es André y mi esposa Milena —Se sentaron cada uno al lado de Ermack.

—Gracias, soy Ermack, es un placer conocerlos. Mathew me invitó a esta reunión y quise venir a ver qué tal. —De repente sintió la enorme necesidad de mencionar la prohibición. Sentía que estaba a punto de salir de sus entrañas, pero la retuvo como pudo.

—¡Ya veo! Mathew Montesinos, supongo —dijo la precursora, poniendo una cara de interés genuino sacada de la portada de algún libro de precursores que se publicaría en quién sabe cuántos años más— Un joven bastante espiritual.

— ¡Ya te digo! Muy, muy espiritual —confirmó Ermack con un sarcasmo que eludió completamente el aura de los dos testigos a su lado.

—Bueno, seguramente él llegará pronto —Esta afirmación aludió a un mantra que existe en las congregaciones de los testigos de Jehová, de dejar al estudiante sentado a cargo de quien lo invitó o de quien le da un curso bíblico—, pero nos gustaría verte más seguido por aquí, seguro podemos hablar después de la reunión a ver qué tal te ha parecido —finalizó la precursora con un tuteo, era obvio que ella tenía el don de lenguas.

—Sí, seguro llegará pronto.

Ermack quería que la comisión de bienvenida se fuera pronto, por lo que respondió secamente. Tenía una apremiante necesidad de salir a fumar, pero supo contenerse.

— ¡Hermanita Milena, hermano André. —Interrumpió la bienvenida una voz bastante chillona, una mujer joven acompañada de un niño de unos seis años vestido como Alfalfa en The Little Rascals. Posiblemente la cabeza de una familia monoparental. La pareja feliz se puso de pie y saludó encomiosamente a su más reciente adquisición. Era una recién bautizada. Un boleto más para André en su camino por la ascensión como anciano. Se olvidaron totalmente de Ermack, y él disfrutó aquello, pues volvía a quedarse solo.

Un joven de unos dieciocho años subió al atril y ajustó la altura del mismo. Arregló la posición del micrófono y colocó una botella de agua con un vaso plástico junto. En unos minutos la reunión daría inicio.


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#18

Consultó su ya desgastado reloj Fossil dorado, la pluma del minutero estaba a escasos siete minutos para marcar la hora acordada.  Estiró los pies y se relajó mientras pedía en su interior a cualesquier entidad cósmica no tener que lidiar con más testigos, pero al parecer, ninguna fuerza universal estaba de su lado aquel día. Una mujer testigo cubierta con un vestido de estilo oriental blanco, adornado con dibujos de diversas flores camelias a lo largo de aquella única pieza, se sentó a una silla de distancia de él a la izquierda, tenía los brazos descubiertos hasta el hombro, llevaba también un par de guantes negros elegantes y agitaba un abanico de buena calidad, con un dibujo de un árbol marchito y el sol naciente de fondo. Ermack se quedó algo impactado, aquella presencia no le trasmitía el clásico temperamento testiguil. Expedía un aura distinta, una dignidad vigorosa que podía ser olfateada sin mucha dificultad. La mujer lo regresó a mirar, rondaría los treinta y cinco años, pero algo en el corazón de Ermack le dijo que era mucho mayor, su mirada suspicaz la delataba. De repente, como si se tratara de una revelación otorgada por el señor de las moscas, Ermack tuvo la certeza de que en esa congregación no mandaba ningún anciano, ni siervo de circuito, ni hombre de Betel, ni siquiera algún miembro del cuerpo gobernante… ¡No! Ermack supo que en aquella congregación azotada por el mal olor y un calor del mismo infierno, el demonio regente era aquella mujer.

Sus ojos azulados penetraron rápidamente en la mirada de Ermack. Le pareció a él que eran dos trampas mortales que terminarían por engullir su alma allí mismo. Finalmente, a esa mística mirada, una sonrisa verdadera, no exagerada, llegó a hacerle compañía.

—Hace un calor terrible, ¿no te parece?

Aquella voz, que guardaba una compostura digna de una primera dama, que se dirigió a él como un inferior, con un tono que podría haberlo convertido en testigo de Jehová en ese mismo instante si se lo ordenaba, hizo que Ermack tuviera miedo en sus adentros. La declaración distaba mucho de lo que se esperaba que un testigo de Jehová dijera en una primera presentación. Así que, Ermack sencillamente descartó que se tratara de una hermanita, sería algún alma inquisitiva, como lo era él.

—Demasiado —Ermack al fin pudo esbozar una sonrisa—, ya no lo soporto, ni siquiera los ventiladores ayudan.

—En un clima tropical, ¿qué puede ayudar? Ellos prefieren invertir sus ahorros en donaciones para la obra mundial y no en un par de aires acondicionados, aunque realmente no es que me importe de verdad. Mi nombre es Aurora —y sin dejar lugar a réplicas, como si no le importara el nombre de su interlocutor—. ¿Has visitado este lugar antes?

Esa última pregunta parecía confirmar lo que Ermack había asumido. ¿Qué testigo de Jehová no se daría cuenta que él visitaba por primera vez el salón del reino? La única opción que quedaba, era que ella fuese alguna hermana de otra congregación.

—No. Es mi primera vez visitando este lugar, aunque créeme que quizá no vuelva.

—Parece que has elegido un día peculiar —cerró el abanico de un chasquido— ¿Verdad? —Acentuó su última pregunta entornando los ojos.

—Bueno —Ermack titubeó. Lo habían pescado en su propio juego. Ni en sus más locos sueños pudo imaginar una posibilidad así—… sí, algo sobre la unión europea —lo soltó finalmente.

—Entonces te aconsejo que disfrutes esto como lo haré yo. Por cierto, llevo veinte años bautizada. —Aclaró aquello volviendo la mirada al atril, como si hubiese leído todos los pensamientos de Ermack. Él, simplemente no podía dar crédito de lo que escuchó. Tuvo la necesidad apremiante de confesarle que él también era un testigo bautizado. Tuvo la necesidad de decirle que él era inactivo. Quería contarle hasta el último de sus más íntimos secretos, pero no lo hizo. Si hubiese tomado las dos cervezas que planeaba antes de partir al salón del reino, seguramente la historia sería diferente y aquella mujer le  hubiese mirado con poca importancia para decirle que ya lo sabía. Claro que sí, ella lo sabía todo, ella era Dios. La única pregunta importante que quedaba por hacer, era: ¿Por qué?

Uno de los ancianos, ya frente a todos, dio inicio a la reunión con habituales palabras formales. Realizó una invitación para que todos los presentes se pusiera de pie (si es que sus circunstancias les permiten; concedió), para cantar una canción.

Ermack observó de reojo que algunos ya estaban listos, con un libro en las manos, mientras que otros, al parecer, buscaban aquello en sus bolsos y maletines. Aurora, a su lado, permanecía impasible agitando el abanico, como si todo a su alrededor fuese ajeno a ella. Ermack se preguntó si estaba viendo un fantasma.

—No tiene caso que te levantes si no llevas el cancionero, creo yo. Además, ¿en qué parte de la biblia aparece que estar de pie sea un protocolo para cantar? A mí me gusta disfrutar la melodía, aunque a veces ciertas vocecillas no me lo permitan del todo. —Finalizó esa declaración con una risilla maliciosa. Ermack, que estuvo a punto de ponerse de pie mecánicamente, ahora prefirió seguir en la comodidad de su silla, sintiendo que su compañera era el reflejo de una voz interior.

Tal como lo había vaticinado, una oleada de hermanitos empezó a entrar en el salón y a llenar los espacios vacíos, como si de un hormiguero azotado por una repentina tormenta se tratara. Finalmente, una melodía clásica sonó por los altavoces del lugar, transportando a todos a la era dorada de Beethoven, mientras varias voces empezaban a salmodiar disparejas con un conjunto de tonalidades que harían que un director de orquesta se tomara la píldora del suicidio. El televisor LCD de 49 pulgadas, sostenido a la derecha del atrio, empezó a proyectar la letra de la canción en particular.

Mathew no había llegado, o quizá se sentó en su lugar habitual sin reparar en su mundano vecino. Eso sí que era una bendición fortuita. Poder cruzarse de brazos para centrar toda tu atención en no dormirte mientras esperas los comentarios subidos de tono.

Cuando todos tomaron su lugar, tres cuartos del establecimiento estaban ocupados. El anciano invitó ahora a unirse en oración. Los presentes cerraron los ojos. Esta vez, incluso Aurora se unió desde su lugar. Ermack simplemente miró a su alrededor, observando a los asistentes, curioseando. Sus ojos se cruzaron con los de otro joven ubicado en la penúltima fila, junto a lo que parecía ser su familia. Finalmente, el público tomó asiento para escuchar el título del discurso, “Mantenga su ojo sencillo” disertado por “José Flores”, de la congregación “Los Lirios”.

El adulto mayor en cuestión ya se encontraba a un lado, junto al atril, esperando tomar su lugar. Llevaba una tablet de pantalla considerablemente grande que presumía en su parte posterior el ícono de la manzana mordida. Tenía el nudo de la corbata caqui en una disposición no uniforme con el centro del cuello de la camisa manga larga. La tela de su traje carmesí se veía bastante pesada, como si hubiese salido del taller de curtidor del apóstol Pablo.

El joven que arregló antaño el micrófono, volvió para acomodarlo unos centímetros más bajo. Entonces José Flores al fin tenía la palabra.

—Queridos hermanos, quiero tomarme unos minutos para hacer una declaración especial —Carraspeó en el micrófono, como si dudara de lo que estaba a punto de hacer. Ermack supo entonces que todo lo que pensó se iba a cumplir más cabalmente que cualquier otra cosa que se haya predicho en una revista de la Watchtower—. Miren por favor a mi espalda, el texto del año —Giró su cabeza ligeramente y apuntó con su diestra el letrero que contenía la cita del profeta Habacuc—. La visión avanza rápidamente hacia su final y no fallará —parafraseó viendo a todos, aunque su voz se quebró en la última palabra. Tomó una bocanada de aire para continuar—. ¡Qué felicidad hermanos! —Ahora la voz llorosa era clara, sus ojos se tiñeron de rojo y él tuvo que detenerse para servirse un vaso con agua. Todos tenían su vista fija en él. Aurora lo miraba aburrida, como si necesitara de un poco más de adrenalina para llenar sus expectativas— ¡Qué felicidad saber que estamos viviendo el tiempo del fin! He estado cuarenta y seis años sirviendo fielmente a Jehová, y no pude más que arrodillarme en el suelo maltrecho de mi humilde vivienda cuando vi la noticia de la prohibición. Lloré de felicidad. Esta es la señal para echar a huir a las montañas. Esta es la señal de la cosa repugnante. Esta es la señal que indica que muy pronto estallará la gran tribulación —Más lágrimas anegaron el envejecido rostro del discursante, discurriendo por los pliegos de piel, como si se trataran de canaletas. Esta vez, el tiempo de espera se hizo más largo, incómodo. Ermack miró a su alrededor y se dio cuenta que no pocos le acompañaban en llanto. Milena abrazaba a su marido con el rostro sobre su hombro. La hermanita culantro se limpiaba su grasienta faz con un pañuelo. Aurora seguía abanicando sin inmutarse—. Así es queridos hermanos y hermanas. Estamos viviendo la parte final de estos últimos días —Un aplauso le siguió a otro, hasta que casi todos los presentes prorrumpieron en una marejada de palmas chocándose una contra otra más o menos de manera irreverente—. Así es hermanitos. Hoy es cuando debemos mantener el ojo sencillo. Les invito a leer sus biblias —Citó un versículo y la mayoría empezó a buscarlo en sus tabletas y celulares, (si estabas en un lugar adecuado, podías fingir que lo hacías), mientras que unos pocos lo buscaban en sus biblias de pasta gris. El sonido conjunto de las finas páginas siendo azotadas, producía un murmullo vibrante que podría penetrar en la cordura no entrenada de alguna persona paranoide—. Como leímos, no es tiempo de pensar en cosas materiales. ¿Tiene planes para sacar un préstamo y renovar su vivienda? —Su voz había adquirido mucha confianza y ponderaba, llenando cada rincón del lugar— ¿O un auto nuevo quizá? ¡No es tiempo para ninguna de aquellas cosas! —Sus ojos se posaban de rostro en rostro, intentando buscar al pecador que hubiese tenido esa idea, para que el espíritu santo lo fulminara como hizo con los desdichados de Ananías y Safira. José realmente se sentía imbuido de mucho espíritu santo. Espíritu santo a rebosar, para regalar a todos y soltarlo hasta por los codos— ¡Es hora de poner orden en sus vidas! Límpiense, es lo que quiere Jehová, que seamos santos. Que estemos puros para cuando pase como tintero a marcar las frentes de sus elegidos. ¡No permita que el mundo le arrebate la dicha de vivir en un paraíso! Olvídese de sacar un título universitario. Si está en esa carrera, lo mejor que puede hacer es olvidarla y tomar el precursorado. Incluso veo que la educación secundaria sería un desperdicio de tiempo estando tan cerca del fin —Ermack se sentía desubicado, como en otro mundo. La paranoia estaba a la orden del día y un montón de gente a su alrededor estaba dispuesta a adoptarla, como si se tratara de algún nuevo privilegio con el que tuvieran que cargar. Sin embargo, Ermack tenía a Aurora a su lado, y ella se mantenía serena, sin tacha de todo el galimatías a su alrededor. Ella podría detener todo esa comedia con solo proferir unas palabras, así que se sintió en paz.

El discurso avanzó a toda marcha, y  junto con la noche, ambos devoraron las últimas provisiones de luz solar con avidez.  Los versículos bíblicos iban y venían. Los más pequeños los tomaban como la única fuente de entretenimiento, intentando hallarlos en el mar de palabras de aquel libro en apariencia inagotable.

—Y es así hermanos, que viviremos para ver la destrucción de este sistema inicuo en manos de Jehová.

Tras esa apoteosis final, plagiada de alguna tragedia griega (por las circunstancias, no por el contenido), los hermanos se pusieron de pie y aplaudieron como nunca en sus vidas. Ermack dio un leve respingo. Aurora ahora leía una pequeña libreta.

José Flores se dirigió a tomar asiento mientras la ferviente ovación continuaba en su clímax más agudo. Sus discursos por lo general se tomaban como lentos y aburridos, con él intentando no atrancarse tanto en la lectura de los bosquejos previamente preparados, pero hoy se sentía totalmente poseído por la actitud del mismísimo Boanerges, producto de la conmoción de la noticia de la prohibición en Europa.

Tomó asiento como antaño lo harían los emperadores romanos en el coliseo, sólo que esta vez, no eran cristianos los que serían arrojados a los leones, sino que se esperaba un festín de sangre y muerte con la carne de todo aquel que no fuese testigo de Jehová.


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#19

Gran aplauso, genial Réquiem, no tengo palabras de elogio que decirte, graciad

Salu2
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#20

Estoy más interesado y pendiente de lo que suceda que las primeras veces que leía los libros de Dan Brown o de Harry Potter. Estoy atrapado con esta lectura, necesito la continuación, es como una adicción.
Quien es y que hará Aurora? Donde está Mathew? Por favor go on!!
Responder
#21

-Nombre si nos dan pistolas si así sin nada hablan pestes de los ancianos ahora con guardia personal y pistolas.

Por otro lado si está entretenido ... Solo el Final con Pedro ya fue demasiado xD

Saludos
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#22

(08 Apr, 2019, 09:11 PM)Stargate escribió:  Muy bueno Réquiem, ¿es de tu autoría? ¿Tiene continuación?

(09 Apr, 2019, 06:10 AM)JoseFidencioR escribió:  ibid a Stargate, muy buena narración Requiem... y ligeramente real. en Rusia ya se proscribio, en algunos países tuvieron que llegar a acuerdos como Francia que les congeló sus fondos económicos, en Bélgica se les proscribio temporalmente hasta que firmaran acuerdo de permitir transfusiones en sus miembros, en australia y USA el asunto de la pedofilia les obligo a cambiar sus normas internas. y hay muchos ejemplos...

Parecen avanzar a golpe de legislaciones.

(04 Oct, 2019, 06:07 PM)Mr. Smiley escribió:  Gran aplauso, genial Réquiem, no tengo palabras de elogio que decirte, graciad

Salu2

(04 Oct, 2019, 07:33 PM)Netineotraslapado escribió:  Estoy más interesado y pendiente de lo que suceda que las primeras veces que leía los libros de Dan Brown o de Harry Potter. Estoy atrapado con esta lectura, necesito la continuación, es como una adicción.
Quien es y que hará Aurora? Donde está Mathew? Por favor go on!!

Gracias chicos. En mis tiempos libres iré actualizando. A veces será poco, a veces será cuantioso. Según lo que me permita mi tiempo. La narración intentará llegar al tema del hilo como tal: El armagedón. ¿Será simbólico o literal? Pues para allá vamos. Tome una pausa y acompáñeme a ver el desarrollo de este "accidente automovilístico".


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#23

Mientras la reunión para el estudio de la Atalaya iniciaba sin mayores contratiempos, a cientos de kilómetros de aquella pequeña congregación, el avispero se encontraba jadeante de desesperación, con centenas de insectos alados zumbando desorientados a su alrededor. Jack, quien lideraba protocolariamente aquel panal, que iba de la mano con la casi autóctona experiencia de un sommelier,  tenía ya formulada la nueva luz que iluminaría los requerimientos del culto. La había masticado, degustado y digerido con asombrosa diligencia, propio de lo que se esperaba del presidente de los accionistas Watchtower, pero no la regurgitaría con facilidad. El caos le daba la chispa de inspiración para hilar los argumentos necesarios. Además, lo disfrutaba. Y la tenía a ella, que resplandecía en su mente como su más preciada inspiración, siempre lo fue, aunque lo tratara como un zángano al que usar y desechar en las sombras. En su momento oportuno, daría la instrucción a sus subordinados y el plan “Valle de Megido” sería ejecutado.
 
Más cerca de nuestra locación, unas horas antes del encuentro entre Aurora y Ermack, un joven precursor aplanaba las aceras de la ciudad con su habitual paso de trote. Llevaba un maletín oscuro que se veía lo suficientemente pesado como para considerarse un elemento poco adecuado para una caminata. Surcaba la bulliciosa avenida Sta. María 15, repartiendo tratados religiosos a los transeúntes que se negaban a entablar una conversación con él. En su cabeza, una gran cantidad de promesas y expectativas brincaban como canguil tierno en medio de la cocción, dejando poco lugar para pensamientos racionales o sistemas de alarma contra peligros inminentes.

El sudor empapaba su espalda y axilas, creando sombras que contrastaban con la camisa blanca a cuadros que llevaba. A Mathew lo habían plantado en su cita para predicación en territorio personal (con esto aludimos a manzanas puntuales que una persona tenía que predicar por su cuenta, sin la necesidad de asistir a un grupo en la congregación). Sin embargo, él no había perdido la emoción conocida como “celo”, que se traducía en una obsesión por realizar actividades teocráticas. La prohibición de su religión en Europa fue considerada como parte de una profecía cumplida, que rezaba que antes de que Jesucristo viniera con su legión de ángeles a destruir a las personas no testigos de Jehová, los gobiernos del mundo tenían que volcar su ira contra la organización Watchtower, alias JW.

Mientras recorría la atestada avenida mencionada, Mathew imaginaba para sus adentros una escena apocalíptica futura, en la cual, todas las personas que hoy estaban rechazando su prédica con un marcado desdén o falsa amabilidad, estarían tendidas en el suelo, con su carne siendo consumida por un sinfín de carroñeros como cuervos, gusanos o bestias salvajes. Se vio a él mismo con pala en mano, dispuesto a cavar las fosas necesarias para limpiar la tierra de los restos que dejaría la futura matanza a manos de Dios. La idea de tener los locales comerciales vacíos para sí solo, le infundía una especie de explosión de endorfinas, como si se tratara de alguna droga. Los tendría para él sólo, sin pensar en posibles incendios, fallas eléctricas, o desaventuras que podrían llegar a existir en un mundo donde los técnicos de la empresa eléctrica o los honorables miembros del cuerpo de bomberos, servían solo de abono para cultivar maíz que sería parte de la nueva dieta de los felinos más grandes. ¡Al fin estar gordo serviría de mucho provecho! ¡Abono premium que ni Monsanto fabricaría en sus más locos sueños! Son cosas que sólo podrían pasar en ese extraño y sanguinario nuevo mundo.

Fue así como se tejieron los caminos del destino, gracias a una vieja rueca que funcionaba con el pedal de la fatalidad, cuando Mathew fue conducido en medio de sus más locas imaginaciones postapocalípticas hacia un escaparate donde se veían refugiados dos centinelas etéreos guardando un estante con libros y revistas con información traída desde el monte Olimpo. Su mirada estaba fija en ellos. Los imaginó también sonrientes, cargados de herramientas de sepulteros, inhibiendo sus sentidos para palpar aquel escenario con increíble realismo, así, el sonido del pitido del automotor que se abalanzó contra él llegó a su alma demasiado tarde; no digo a su cuerpo, porque su sistema auditivo sí lo había captado con claridad, pero su mente lo puso en segundo plano, como si se tratara de un formulario para casos de emergencia olvidado sobre el escritorio de una secretaria perezosa.

Sta. María 15 se tiñó de sangre. Irónicamente, el cuerpo agonizante en aquel lugar, resultó ser el de Mathew y no el de los mundanos. El automóvil, en una mejor maniobra que la que intentó hacer para evadir al chico despistado, huyó sin dejar rastro. El conductor sabía que las posibilidades de probar la culpa del transeúnte imprudente que cruza la calle sin mirar antes, eran prácticamente nulas. El fiscal se pondría de lado de la víctima y no escatimaría alegatos para hundir al "pomposo" dueño de un vehículo de hace más de una década, en las marañas de la culpabilidad legal.

La cabeza de Mathew impactó el parabrisas del vehículo corsa azulado, trisándolo en centenares líneas sesgas nacidas del epicentro del golpe, antes de quedar inconsciente. Sus oblicuos abdominales internos, intentaron resistir la fuerza del impacto para salvaguardar los preciados órganos que resguardaban, pero no consiguieron evitar daños. Las personas se arremolinaban alrededor del precursor derribado, pisoteando las imágenes paradisiacas de los panfletos del nuevo mundo que salieron disparatadas en derredor. Alguien ya marcaba con presta prontitud al servicio de emergencias para pedir una ambulancia, y un interno que regresaba de su almuerzo, se abría paso bruscamente entre la multitud para realizar la evaluación al herido y las posibles maniobras de reanimación de ser necesario. Los centinelas del escaparate con panfletos religiosos, alzaban la cabeza con curiosidad, sin inmiscuirse. No eran parte del mundo.

A la hora en que José Flores iniciaba su acalorada disertación, Mathew se debatía entre la vida y la muerte en una camilla de la sala de operaciones del hospital Valle del Everest. Encontraron entre sus documentos de identificación, una resolución notariada que destacaba en letras rojas un “No acepto sangre” y describía la postura anti-trasfusiones sanguíneas a la que Mathew había firmado tras recibirla por el departamento de literatura del salón del reino de los testigos de Jehová. Firmaban como testigos, otros miembros del culto, y al menos tenía registrado el número de contacto de un familiar de primera línea de consanguinidad.

El médico residente tuvo que echar por tierra su petición del preciado líquido rojo cuando fue informado al respecto. La madre de Mathew ya se encontraba en la fría cámara del pasillo que conducía a la sala operatoria, debatiendo arduamente y exigiéndole al médico que trasfundiera la sangre que fuese necesaria a su hijo ya que ella mismo se encargaría de aceptar cualquier responsabilidad legal, cárcel de ser necesaria. El Dr. Robles le explicaba amablemente que su hijo era una persona mayor de edad y que tenía notariado un papel con el que podía demandar al hospital y al personal médico que fuese responsable de intentar salvarle la vida, por lo que no se podía proceder, salvo que los que sirvieron de testigos que habían firmado aquel papel de voluntad anticipada dieran garantía de que Mathew ya no tenía las mismas convicciones que cuando firmó aquello. Tampoco podían contar con la aprobación de Mathew, pues estaba inconsciente. Su última posibilidad se reducía a esperar una orden judicial que tardaría tiempo en emitirse, y la necesidad de sangre era imperativa para ese momento.

La señora Messina tomó nota mental de los nombres de aquellos  testigos y salió del pasillo echando chispas, directamente en dirección al salón del reino, dispuesta a armar un cataclismo para que su joven hijo tuviera la oportunidad de seguir respirando las fantasías que le habían conducido a su lamentable estado. Se arrepintió muchísimo de haberle elogiado cuando empezó a estudiar con esa, antaño, buena religión. Se arrepintió de los vítores que armaba al compararlo con sus primos, amigos de la bebida, al lado de su buen Mathew que se trajeaba e iba a adorar a Dios. Se arrepintió de haber abierto las puertas de su casa para que esos dos hombres le lavaran el cerebro durante un par de meses. Se arrepintió mucho más que cuando su hijo le informó que dejaría la escuela y se dedicaría a trabajos de fuerza para sostenerse. Se arrepintió más que cuando su hijo salió de casa, independizándose gracias a habilidades de vendedor ambulante que enterraron las buenas calificaciones de todo su trayecto escolar.

No era lo mismo tener un hijo no profesional que se gana la vida con el sudor de su rostro para adorar a Dios, que tener un hijo muerto por fanatismo a una creencia. No estaba dispuesta a permitir que eso pasara, no con su Mathew. Y tenía la esperanza de que todo saliera bien, y volvería a recibir a su hijo en su casa, lo obligaría a terminar el colegio y a tomar una carrera universitaria, y le vería ser un buen elemento de la sociedad. No escatimaría esfuerzos.

Quien conducía el aburrido estudio de la revista la Atalaya, era el anciano coordinador, Franklin Andrade, caracterizado por ser huidizo de la nueva fachada en su religión, guardaba en un relicario todas las normas posibles que recordaba de su era dorada como testigo: salida a predicar con corbata, no usar el salón del reino para presentar bailes o coros, desdeñar el material electrónico en una especie de adoración del impreso, no gustaba de las nuevas canciones con ritmos equiparables a las de las religiones evangélicas,  Extrañaba las revistas gruesas con temas, en su opinión, más profundos que lo que se servía hoy en día en el llamado “lenguaje sencillo”, comentar apoyándose en la investigación de la New World Kingdom Interlinear of the Greek Scriptures o libros similares, y un sinfín de protocolos y costumbres más que ahora eran de la vieja escuela.

Ermack se encontraba cubierto con una gruesa cobija de aburrimiento, sudando desdén por el material sectario al que estaba siendo expuesto. Aurora, por su parte, tenía colocado en su oreja derecha, un audífono conectado a su tablet de marca desconocida, y al parecer, se divertía prestando atención a mensajes de audio. Él la envidió por eso. Su celular no tenía datos como para abrir ni la página principal de YouTube, por lo que no podía intentar escabullirse del tema de estudio: “Jehová honra a quienes le son leales”.

Franklin aguardaba pacientemente que un joven siervo ministerial terminara de dar lectura al décimo párrafo del estudio para proceder con las preguntas al auditorio. Lo que él no sabía, era que nunca podría formular la pregunta al pie de página: ¿Cómo podemos demostrar lealtad con nuestras cosas materiales? Antes de que la lectura pudiera tener su punto culminante, la señora Messina entró en el edificio de culto haciendo sonar sus tacones con cada paso que daba y se detuvo en la parte posterior, viendo fijamente al hombre postrado en el atril, y sin conceder tiempo a que el acomodador se acercara para guiarla a algún asiento disponible, empezó a gritar a voz en cuello.


"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL 
The bible is glitchtastic! Sorry for the spoiler.

Lee la traducción que realicé al libro "Nueva Luz" documenta decenas de cambios en las doctrinas de los testigos.


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#24

Era la misma voz que Mathew escuchaba cuando niño hacía una travesura de proporciones inconmensurables: colocarse el bol de crema de zanahoria como sombrero, pintarrajeándose el escaso cabello de un tono naranja que suele contornear los ocasos más hermosos; cruzar una avenida sin ser precavido al olvidar mirar a los dos lados, con la misma inocencia con la que cruzó lo que para él eran los lotes baldíos del nuevo mundo. Sí, era el mismo tono agudo cargado de una dosis justa de impotencia y una pizca de horror sirviendo de acondicionamiento a un plato fuerte de ira.

Franklin templó todos los músculos de su rostro en una mueca irreal de absoluta desaprobación; contarían después los presentes que cerró los puños en un acompañamiento reflejo a toda la sangre que llenó cada célula epitelial de su rostro.  Esa mundana estaba allí atrás profanando una reunión sagrada, aunque lo que más le pesaba era que lo hiciera con él en el atril mientras gritaba a coces su nombre. Toda la nueva personalidad fue disuelta y reemplazada por aquel cavernícola que gustaba de arrastrar a mujeres de los cabellos y que salía de vez en cuando, en épocas de caza de dinosaurios.
 
Ahora ningún acomodador lucía esa radiante felicidad mecanografiada que tenían tan solo cuando recibían a alguien que llegaba al centro de adoración. Claro que existían niveles para demostrarla, es decir, si el que llegaba atrasado era algún hermano o hermana, la sonrisa condicional automáticamente no sería tan voluminosa como al recibir a algún estudiante de la biblia o curioso. ¡No! Los hermanos ya no merecían tanta consideración a los atrasos, aunque (supongamos), un familiar suyo haya sufrido un accidente automovilístico.

Ermack se volvió pasmado, casi al mismo tiempo que la mayoría de los presentes, por no decir todos, incluidos los niños pequeños, a excepción de la excéntrica Aurora, que se limitaba a seguir mirando su tableta electrónica, aunque algo diferente bañaba sus facciones, se notaba que estaba al tanto del alboroto, dando tregua a que sus subordinados solucionaran aquello antes de que ella sufriera un aneurisma fruto de la consternación.

— ¡¿Dónde están los asesinos que firmaron la sentencia de muerte de mi hijo?! —Para ser una frase recitada en un grito, no sonó tan mal para aquella profesora de Matemáticas que ahora luchaba por la vida de su unigénito. Sabía que ir de sonrisas no daría resultado, pues lo único que conseguiría sería unas palmaditas en la espalda y que le leyeran textos bíblicos con la clásica máscara de felicidad que ella conocía perfectamente ¡¿Cómo no hacerlo?, si había visto a su hijo tantas veces calzársela! Así que definitivamente se arriesgó a perder los estribos y sacudir las bases del alma de esos robots, si es que tenían una, para intentar despertar una chispa de humanidad en su corazón.

— ¡Franklin Andrade y Maribel Patiño! ¡Quiero que salgan ahora mismo y me acompañen al hospital donde mi Mathew se está muriendo para que tomen su responsabilidad y den el consentimiento para una transfusión!

La palabra rechinó hasta el tuétano (como dirían los testigos) del último hueso de cada presente que tenía conciencia de la implicación de esa monstruosa combinación de letras “T-R-A-N-S-F-U-S-I-Ó-N”. Era como entrar gritando: ¡El Coco, El Coco!, a media noche en la habitación de un niño de cinco años vestido de un vulgar monstruo. Fue como tirar agua bendita en pleno rostro a un orfeón de vampiros. La impresión resultó ser más fuerte que cualquier palabra dicha por el hermano José flores en su emotivo discurso mezclado con visiones de la futura destrucción en manos de Dios. No pocos palidecieron. Incluso Ermack, quien, a diferencia del resto, lo hizo al escuchar el nombre “Mathew” y la palabra “muriendo” tomadas de la mano, como si fuesen amigas inseparables desde hace mucho tiempo.

Dos acomodadores, el joven adulto que recibió a Ermack y otro que aparentaba unos años menos, ya tenían agarrados ambos brazos de la señora Messina y se disponían a sacarla a rastras fuera del salón del reino. Ya emprendieron la tarea cuando ella subió el tono de voz y empezó a vociferar que seguiría armando un escándalo hasta que Franklin y Maribel salieran fuera.

Los dos ancianos se quedaron mirando un momento, y por un santiamén, los ojos de Aurora se posaron ferozmente en Franklin, quien dio un respingo imperceptible y bajó del atril, cediéndole paso al hermano Torres. A medio camino, hizo un ademán gutural, indicando a Maribel, alias la hermana culantro, para que la acompañe. Tuvo que insistir hasta que ella salió de su ensimismamiento y dejó de atormentar con sus enormes posaderas la silla plástica que ponía todo su esfuerzo por no desquebrajarse (como ya pasó con un par).

Ermack se puso de pie inmediatamente y salió por su derecha, sin molestar a Aurora, aunque realizó dicha acción en modo automático, sin meditarlo. Ya no se podía oler el agrio aroma del salón del reino, lo único que se respiraba era una enorme incomodidad entremezclada con consternación. Cuando el hermano Torres llegó al micrófono intentó apaciguar el auditorio y los tres que se pusieron de pie, ya cruzaban el umbral de salida. Cerrando la marcha fúnebre, se les unió una cuarta persona. Todo estaba dispuesto para que la segunda ronda de esta batalla campal diera inicio. Dos por el lado de los mundanos, cuatro por el de los testigos y uno aún incierto.

La cara de la madre de Mathew continuaba roja, demostrando toda la ira que contenía en su interior.

— ¡Ustedes son los malditos asesinos! —los empezó a señalar con el tembleque índice derecho.

—Señora, tendremos que llamar a los servicios de seguridad si no empieza a guardar compostura —replicó Franklin con su habitual tono monótono y serio, retándola mientras fruncía sus voluminosas cejas negras, como si fuese una mirada dedicada a una niña malcriada.

—Entendemos sus sentimientos —replicó inmediatamente Maribel, como intentando apaciguar la amenaza del anciano—. Seguramente es algo muy difícil —tenía cara de verdadera y absoluta empatía—, pero esta no es la forma de solucionarlo, vamos a hablarlo de manera civilizada.

— ¡Necesito que me acompañen al hospital Everest y den su maldita autorización para que mi hijo se pueda salvar!

—Lamento decirle que no hay poder en la tierra que nos pueda obligar a romper las normas bíblicas —replicó Franklin, manteniendo su postura ominosa.

—Pero podemos acompañarla y ayudarla de alguna manera, señor… —Maribel intentó arreglar nuevamente la chorrada que Franklin había soltado, pero no pudo terminar la frase.

— ¡Ya va a ver como si puede! Si tengo que cortarle la mano y yo mismo firmar usándola, no tenga dudas de que lo haré. Haré lo que sea por salvar a mi único hijo. ¿Entendió?

Ermack se dio cuenta que era una batalla perdida. Quizá ella imaginó que restregándoles la seriedad y urgencia de la situación, ese par entendería, pero él estaba totalmente seguro de que no habría oportunidad, después de todo, Mathew escogió a dos “durazos” para que le firmaran la voluntad anticipada. Si ese documento era como tener ya un pie en el ataúd al momento de legalizarlo, hacerlo junto a esos dos testigos era tener el cuerpo completo.

—Señora, conozco a su hijo. Un muy buen chico, y está claro que no merece morir por unas ridiculeces religiosas —Ermack usó un tono de voz neutro, natural, mientras se intentaba embarcar en las turbias aguas de esa disputa—. Sin embargo, esta gente está totalmente robotizada. Dudo que le ayuden en nada más que en un discurso de funeral publicitando su religión cuando su hijo… —Quiso decir “esté muerto”, pero no terminó la oración, se estaba dejando llevar por sus emociones e intentó controlarlas, aunque todos pudieron completar esa trágica profecía en su mente. Los dos acomodadores lo miraron ya sin tanta gracia, como si hubiesen identificado a un lobo en medio de los corderitos.

—Por favor acompáñenme —insistió con vehemencia, casi suplicando—, usted señor Franklin seguramente sabe lo que es tener hijos. No puede simplemente dejarlos morir. No puedo ir y conseguir una orden del juez porque llevaría su tiempo y mi hijo necesita esa sangre hoy. Varios órganos fueron afectados y tiene hemorragia interna. ¡Por el amor de Dios, compasión! —rogó desgarradoramente, rompiendo en un llanto profundamente emotivo. Las lágrimas empapaban su rostro ya entrado en años. Se sacudió a los dos acomodadores que aún la sostenían dando brazadas, mirándolos con más furia que Dios observando a un adolescente en un acto de onanismo. Unos tres curiosos ya se habían detenido en el poco impresionante cerramiento del lugar a disfrutar del espectáculo.

—Si su propio hijo escogió a una religión por encima de usted, ¿piensa que haciendo esto enmendará sus pecados? —La voz de Aurora atravesó el corazón de la señora Messina como una flecha que destrozó su corazón, evadiendo a todos los presentes, llegando desde el fondo— Si Mathew nos prefirió,  es porque le hemos dado mucha más felicidad que la que usted le pudo dar en toda su vida, ¿no se da cuenta? —la pregunta de muletilla sonó con una agudeza que desbordaba en malicia. Aurora sonreía y no dejaba de abanicarse mientras soltaba todas aquellas estocadas al alma de esa madre destrozada, manteniendo una postura política que no indicaba ninguna preocupación. Si bien decidió levantarse al ver que Ermack se unió a la caravana, ahora se daba cuenta que no representaba algún peligro como se le pasó por la cabeza hacía un momento— Le puedo apostar todo a que el tiempo que pasó con nosotros fue muchísimo más feliz que el que le dedicó a usted. Si más no recuerdo, él vive sólo, la dejó fuera de su vida desde antaño, y ahora viene y quiere decirnos que nosotros somos los malos. ¿No le parece que hay algo malo en su razonamiento? —Agudizó su mirada, como preparándose para dar el golpe de final— Una madre que se preocupa por sus hijo únicamente —enfantizó aquella palabra— en su lecho de muerte, desafortunadamente no merece ser llamada madre —chasqueó su abanico al terminar y la apuntó con él. 

Ermack escuchó el devastador discurso con cierto asombro, pero algo en el fondo le decía que aquello era el resultado natural tras el breve análisis que pudo hacerle a esa mujer. La señora Messina sintió una profunda rabia, y cuando estaba a punto de abalanzarse sobre Aurora, las palabras le estrujaron el corazón hasta inmovilizarla con una tristeza más profunda que la que ya tenía. Aquello no eran simplemente frases de un testigo de Jehová defendiendo su fe, era un discurso de absoluta malicia, confeccionado con asombrosa precisión para destruir cualquier corazón con un leve rastro de humanidad. Serían las mismas que dirían un dictador genocida como Hitler o Napoleón si tuvieran que enfrentarse en una situación similar y no tuvieran más recursos que el poder de su palabra.

Ermack cubrió bondadosamente con su brazo el hombro de la madre de Mathew, y se la llevó despacio a la salida, paso a paso. Ella se dejó acarrear, estaba al límite y no podía luchar más.

— ¡Franklin! Llama inmediatamente a la policía si los escandalosos no se van —Aurora incluyó a Ermack entre los escandalosos, perdiendo su anterior compostura, empezando a refunfuñar órdenes a sus esclavos de más bajo rango. Entró nuevamente al salón del reino después de decir aquello, sin siquiera regresar a mirar a los dos cabizbajos que salían del edificio de culto.

<<Primero encarguémonos de Mathew, y luego de este archidemonio y su nido de engendros robotizados>>, pensó Ermack a sus adentros, sintiendo que una gran rabia se apoderaba de él.


"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL 
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#25

Me corta la respiración tu narración Réquiem, exactamente como ha sucedido ante cada uno de nosotros pero en situaciones diferentes, si, esta dureza y este corazón de piedra es muy propio, pobre Mathew me da pesar por él y su madre

Salu2
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#26

Excelente narración... Me siento dentro de la historia!! Parece que al final Aurora no es una "apóstata" más. Por un momento pensé que así sería

"A nadie le gusta que lo despierten cuando duerme"

¿Querés ponerte en contacto conmigo? Escribime al correo:

juanmamayo@yandex.com
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#27

(10 Oct, 2019, 06:26 PM)CATALAN escribió:  Excelente narración... Me siento dentro de la historia!! Parece que al final Aurora no es una "apóstata" más. Por un momento pensé que así sería

Asi pensé, crei que es una persona ya aburrida de los reglamentos de la secta, pero parece una cacica mas que han conseguido el puesto no por ser esposa del anciano dominante, puede ser que debe su soberbia a su situacion economica o que sé yo, pero lo que sé es que si como dices CATALAN me siento que estoy dentro de la historia y testigo ocular a lo que esta sucediendo.

Réquiem, compañero, estamos por el fin de semana, no tienes perdon para seguir, te estamos esperando.

Salu2
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#28

Christian Congregation of Jehovah’s Witnesses.
322 Blue Side Road NY 13463-4323 Phone: (845) 579-65574

15 de Octubre de 2025

AL CUERPO DE ANCIANOS DE LA CONGREGACIÓN AMATISTA NORTE

Asunto: Cómo dirigir la congregación sin tener instrucciones.

Estimados hermanos:

            El tiempo del fin avanza galopando a su culminación y con ello trae nuevas facetas a las que tendrán que enfrentarse sólo con la ayuda de Jehová, nuestro maravilloso instructor.

            En vista de los acontecimientos que se están desarrollando en todo el mundo, creemos necesario dar instrucciones para situaciones extremas que necesitarán de su perspicacia, sabiduría y prudencia.

            Ustedes, como cabezas responsables del rebaño de Dios, tienen que velar por el bienestar de sus hermanos espirituales en todo momento, instruyendo con apacibilidad para que no sean atrapados vivos por el lazo del Diablo (2 Tim. 2:25, 26;  w06 1/4 pág. 19). En situaciones normales, siempre cuentan con la dirección de la sucursal y de las oportunas cartas y medios electrónicos que provee el Esclavo fiel y prudente, sin embargo, nos enfrentamos a una situación en la que quizá nos podamos ver aislados como forasteros de este mundo (Sl. 39:12).

            Por lo que es oportuno tener las siguientes indicaciones que les ayudarán en su vital labor de cuidar del rebaño:

-Si no existen previas guías para una determinada situación, guíese por principios bíblicos. No descuide la oración. Pida espíritu santo por sabiduría. Haga todo lo posible por comunicarse con la Sucursal, pero de ser imposible, será el anciano coordinador quien tenga la última palabra en cualquier decisión. Será responsable ante Jehová de sus acciones.

-El orden de sujeción será respetado en todo momento (1 Cor. 11:3; w23 15/5 pág. 12). No permita que ningún publicador sin privilegios, por más experiencia que tenga en algún campo, comience a dar instrucciones sin su autorización. Si bien las habilidades humanas son una herramienta de la que pueden hacer uso, la sabiduría divina estará por encima (1 Cor. 2:14).

-En caso de una situación de pánico, sea amable con sus hermanos y ayúdelos a sentir la protección de Jehová (Prov. 18:10; w14 1/11 6; cl 70; w04 15/8 17, 18). Si los ancianos encontraran a una persona que causa este tipo de incomodidad en el rebaño, no deben tener reparos en separar la levadura antes que leude la masa (1 Cor. 5:6). Este es un nuevo entendimiento en cuanto al cuidado de la congregación ante los malhechores. Será una forma de contingencia a aplicar solamente en casos críticos como los ya descritos en los que no se requerirá un pecado grave para considerar digno de expulsión a alguien que ponga en riesgo el rebaño a ojos de los ancianos. (Lev. 19:32; Prov. 16:31), ya que consideramos de extrema maldad, fruto de la amistad con Satanás, el que alguien ponga en riesgo los arreglos que ustedes hacen por el bienestar de los hermanos (Mat. 18:6).

            No olviden investigar bajo oración todos los textos bíblicos y referencias que el Esclavo fiel y prudente ha visto necesario añadir en esta carta que contiene el nuevo sello oficial del tintero de secretario irreplicable que consta en la página oficial de nuestra organización, para que les sirva como garantía del contenido y puedan demostrarlo a la congregación en caso de requerirse.

            Esta carta no debe ser colgada en el tablero de anuncios y será puesta en custodia por el coordinador de ancianos luego de la primera lectura con sus coayudantes. Tampoco pueden divulgar su contenido, salvo que sea necesario aplicar la nueva medida que les ha sido otorgada.

            Reciban de buena parte nuestro amor cristiano.

Sus hermanos,

Christian Congregation of Jehovah’s Witnesses.

10/15/25-S


"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL 
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#29

Ufff Réquiem

Electrizante este último capítulo... Jejejeje
De verdad que a tenido un giro muy interesante, eres todo un dramaturgo, y esta muy cerca de cosas que han, están y seguirán ocurriendo...

Gracias por la historia, creo que estamos esperando el resto del desenlace...

Saludos desde Colombia...

———
Arkano...


Con o sin religión, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero para que la gente buena haga el mal hace falta la religión”. 

Steven Weinberg
Premio Nobel de física. 
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#30

II 

Los ancianos de la congregación Amatista Norte, en la que sirve diligentemente Mathew, nunca se enteraron de ser los únicos privilegiados en recibir una carta tan peculiar como la "S-25".

En el mismo instante en que la frívola acera desgastada del salón del reino recibía impávida las lágrimas de la señora Messina, a casi cuarenta mil pies de altura, surcando elegantemente arreboles de grisáceos nubarrones, un avión comercial de American Airlines se sacudía como un animal tratando de quitarse las pulgas de encima, surcando sin elegancia alguna, las turbulencias de su trayecto.

En la cómoda cabina de primera clase, que aparentaba ser un delicado retazo de una habitación de un hotel cinco estrellas, se encontraba recostado en el sillón inclinable de cuero, junto a la ventana virtual que exhibía un atardecer mítico, Reiji Daigo. Un hombre acostumbrado a recorrer el globo terráqueo en condiciones similares. Sostenía en alto una tablet en la que leía periódicos electrónicos sobre política de su país de destino (aquel que alberga la congregación Amatista Norte huelga decir), con especial interés y atención. Sus cejas arqueadas no escatimaban en exhibir la preocupación que tenía en mente.

—Supieron ocultar muy bien la masacre que hubo en Jurbarkas, Lituania —El ayudante de Reiji, Andrey, interrumpió a su mentor tras una larga hora de silencio mental—. Muy buena elección. Población pequeña, poco importante del foco internacional, y si tenemos que poner en la balanza la mella que los testigos de Jehová causan en ese país, sería mínima.  ¿En qué crees que radicó el éxito de esa operación? —Degustó del último trozo de caballa bañado en brandi con una salsa agridulce de frutos exóticos. 

Reiji se mantuvo inmutable, absorto, atrapado en el agujero negro de un sinfín de razonamientos exactos y perfectos. Al cabo de un minuto, cuando el plato gourmet de su discípulo estaba totalmente vacío, le respondió, como si hubiese seguido el hilo de la conversación desde el inicio, remontando como un buen estratega de logística militar.

—Un paso riesgoso, pero seguro. Eso deja muy en claro la premeditación. No es de sorprenderse que se salieran con la suya. Tienen peones en sitios políticos de mucha influencia —se acomodó los vistosos lentes de lectura con su índice derecho—. Esta pobre congregación tercermundista en las américas será la siguiente. No sabemos si lo retrasaron para medir el impacto que está teniendo en Europa, pero no podemos bajar la guardia.

—Ya veo —replicó Andrey colocando su mano en el mentón, en la representación más vulgar que hoy en día alguien le pueda dar a la meditación—. Este culto resultó ser más peligroso de lo que aparentaba.

—Esta religión o secta no tenía porqué tener este nivel de peligrosidad. El problema radica en que nunca a nadie se le pasó por la cabeza, ni a mí —remarcó su propia alusión—, que podía ser usada como un peón muy adentrado en el tablero, a escasas cuadrículas de coronar en dama. Nadie vio esa pieza invisible. !Debo aplaudirlos! Lo tenían muy bien escondido.

— ¿Crees que vuelvan a usar el mismo método que en Lituania? —Andrey finalizó esa pregunta con una mueca de notable amargura.

—No puedo decir que vayan a ser lineales, pero si una jugada ya te resultó, lo más probable es que la vuelvas a realizar, y más si tienes campo abierto para hacerlo. Es deplorable, lo sé. Muchas vidas están en juego, pero para ellos, esas personas no son más que simples insectos a los que pueden desechar cuando quieran.

— ¿No para nosotros?

—Nosotros. Ellos —fue una frase inentendible, como si Reiji no pudiese articular la idea. Finalmente, tras unos segundos, miró a Andrey directamente a los ojos—. En un juego de ajedrez, todos somos piezas. Lo único que podemos hacer, es persignarnos y augurar que ante los dioses que rigen las leyes de la causalidad, seamos lo suficientemente útiles como para no ser desechados. 

—Es divertido —Andrey sonrío complacientemente—. Lo hemos hecho otras veces y me parece que la tuvimos mucho más difícil que ésta. 

—Casi morimos en nuestra última aventura —Reiji volvió a entretenerse en su tableta—. Esa niña era un hueso duro de roer. Y el hombre Romer, !una mente maestra! Pero ahora tenemos que centrarnos en esta congregación y tratar de impedir que se los use como conejillos de indias.

—Sí, al fin de cuentas, somos los buenos.

— ¿Qué significa ser los buenos? Quizá, en realidad, seamos los malos. Los que queremos impedir el Armagedón. Los que intentamos frustrar el nuevo mundo paradisíaco de Dios.

La conversación entre aquellos compañeros de oficio, que contenía ciertos fragmentos indescifrables para alguien no omnisciente, fue apagándose hasta que sólo quedaron las cenizas del murmullo arrullador de una bóveda climatizada. Era un equipo ordenado. Arribarían pronto a su destino, e inmediatamente darían paso a un viaje con muchos niveles más bajos en cuanto a comodidad, en una buseta, por senderos culebreros, rodeando riscos peligrosos a través de una carretera de tierra. Intentarían llegar hasta la ciudad cuna de la congregación Amatista Norte.

Una espesa neblina peligrosa reposaba sobre la ciudad de Ermack, imperceptible para la gran mayoría, más astuta que la serpiente cuando engañó a Eva, lista para clavar sus colmillos e inyectar su veneno. El dueto con Reiji a la cabeza, al parecer no sería el antídoto suficiente para impedir una fatalidad como la de Lituania, país en el que, una congregación tan humilde como la que recibió a la señora Messina en un estado de shock, terminó con la mayoría de los hermanos que la componían muertos. Fue aquel el detonante para la decisión de la Unión Europea, que, como mencionó Andrey, políticamente supieron ocultar al medio público para evitar más pánico del que debía cundir sobre esa organización religiosa.

Las manecillas del reloj apocalíptico se movían sin tregua, hacia adelante, como una máquina hambrienta, ansiosa por devorar el usufructo de un nuevo mundo limpio, en el que ya no existiría más muerte, hambre, llanto ni lamento. Las cosas anteriores habrán pasado.

III

La senda de fe, recta y verdadera, mejor modo no hay de vivir. Jesús nos mostró, el valor de ayudarnos y felicidad repartir. La verdad vivid. Siempre vuestra fe mostrad. La manera de obrar con fe, mostrará nuestro amor y verdad.

El coro retumbaba en la bóveda acústica del templo. Era portentoso, solemne, acompañado por la sobria melodía de cada pulsación de las teclas del piano de cola Mignon que imprimía en el alma de los coristas las sílabas, palabras y frases de aquella liturgia religiosa. 

Todos sostenían frente a sus rostros, con sus enguantadas manos, el pequeño libro marrón de pasta dura titulado "Canten alabanzas a Jehová", en el que chocaba la vibración vocal de cada intérprete. 

Cuando finalizó, como si se tratara de una reunión más de los testigos de Jehová, los que dieron vida a la canción, tomaron asiento en sus lugares respectivos, menos el pianista, que se perdió entre bastidores. El presentador dio una breve introducción a quien continuaría con el programa especial de aquel 20 de nisán, en celebración de la pascua judía, la fiesta de la libertad. Mientras los testigos de Jehová conmemoraron la muerte de Jesucristo en su muy peculiar y única forma hace unos días, este grupo de élite estaba en plena ejecución de su reunión más importante.

A pesar de ser el año dos mil veinte y cinco, mantenían el cancionero que vio luz en los ochenta. Si bien podían pintar a los publicadores de todo el globo que las nuevas melodías eran lo máximo, su entrenado oído conocía una verdad que aquellos de la plebe en su organización piramidal jamás sabrían: El nuevo compendio era una reducción en bruto de toda la calidad artística, en aras de la memorización y las técnicas de control mental, además de intentar acoplarse a un sistema de evangelización más moderno.

Quien pasó al frente tras ser introducida como oradora, era una mujer reconocida por todos, muy apreciada por el presidente Jack, de palabras audaces y certeras. Engalanada con un vestido negro, un reluciente collar de perlas, y brazaletes de oro, se posicionó en el centro del podio, justo debajo de un gran candelabro de estilo inglés medieval, que iluminaba el salón de eventos con una tenue luz ámbar. Tras lanzar una sonrisa a los presentes, empezó su controvertida disertación.


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