08 Jun, 2018, 12:39 AM
[b]La conquista del Santo Sepulcro[/b]
Durante la década de 1930 la persecución religiosa en México se recrudeció. Según Luis González, la agitación consiguiente fue uno de los mayores problemas que debió enfrentar el gobierno de Lázaro Cárdenas en sus inicios. En buena parte eso se debía a acciones como el cierre de templos en la mitad de las entidades federativas; la prohibición de enviar literatura religiosa por correo; el cese de funcionarios católicos; los programas y artículos antirreligiosos en las emisoras de radio y los periódicos gubernamentales; la clausura de colegios católicos y seminarios de sacerdotes; la prohibición del culto religioso en varios estados, etcétera. El arzobispo de México, Pascual Díaz y Barreto, le manifestó por escrito al general Cárdenas que la persecución religiosa era peor que la que tuvo lugar entre 1926 y 1929.93
Hacia 1934, a pesar de la persecución, el catolicismo seguía siendo, por mucho, la religión mayoritaria en México. El clero católico no era muy numeroso, pero mantenía una enorme influencia sobre la gente. Las diversas organizaciones católicas, de clérigos o de laicos, tenían cientos de miles de militantes.94 Las demás denominaciones cristianas tenían un poco más de 130 000 adherentes, y ganaban lentamente terreno95
La persecución antirreligiosa comenzó a amainar en 1936, cuando Calles fue desterrado por Cárdenas. El general Cárdenas fue también anticlerical, pero comprendió que la paz con la Iglesia era necesaria para llevar a cabo su programa de reformas sociales y económicas, y que la agitación derivada de la política anticlerical representaba un obstáculo para el progreso del país.96
Los vientos políticos de México cambiaron favorablemente para la Iglesia Católica en 1940, cuando asumió el poder el general Manuel Ávila Camacho, el primer presidente del régimen revolucionario que admitió su catolicismo. Estaba decidido a hacer la paz con la Iglesia y actuó en consecuencia. Parte importante de este proceso fue el nuevo arzobispo de México, Luis María Martínez. Monseñor Martínez había hecho las paces con el Estado revolucionario en 1938, cuando ofreció al gobierno de Cárdenas el apoyo del episcopado para la expropiación petrolera. Cuando México declaró la guerra a las potencias del Eje, Martínez declaró que era deber de los católicos apoyar la política exterior del gobierno.97 Se llegó a un entendimiento similar al logrado durante el Porfiriato, por lo cual el gobierno se abstuvo de aplicar las disposiciones anticlericales de la Constitución -aunque fueron mantenidas en la Carta Magna-.
El régimen avilacamachista se decía neutral en materia de religión, pero esa neutralidad favorecía al catolicismo.
Al sentirse respaldada por el gobierno, la Iglesia lanzó una campaña para enfrentar la penetración de los protestantes y las demás confesiones cristianas, que comenzó en noviembre de 1941. La campaña de marras ligaba al patriotismo con el catolicismo y con la adoración de la virgen de Guadalupe, y acusaba al protestantismo y a las religiones de origen netamente estadounidense, como los mormones y los testigos de Jehová, de ser peones de avanzada de los planes de Washington para dominar el continente.98
El crecimiento de las religiones minoritarias se incrementó luego de que México entró a la Segunda Guerra Mundial como aliado de Estados Unidos. La reacción de la Iglesia fue aumentar la intensidad de su campaña, dando lugar incluso a una retórica antiimperialista. Sin embargo, por razones políticas tuvo que delegar gran parte de la operación en organizaciones seglares como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y la Unión Nacional Sinarquista. La embestida alcanzó uno de sus puntos culminantes a mediados de noviembre de 1944, cuando monseñor Martínez publicó una carta pastoral donde exhortaba a todos sus fieles: hombres, mujeres, niños, adultos, sabios e ignorantes, a unirse a una "santa cruzada en defensa de nuestra fe", ante el ataque de "el error protestante"; don Luis esperaba que los católicos mexicanos respondieran a su llamado como lo hicieron los cristianos de la Edad Media, cuando al grito de "¡Dios lo quiere!" marcharon a conquistar el Santo Sepulcro.99Eran indudables los ánimos guerreros del señor arzobispo; sin embargo ya era demasiado tarde para revertir la implantación de las minorías religiosas cristianas. La protección que el Estado les había brindado, con altas y bajas, desde los días de la República Restaurada, les había permitido crecer y arraigarse lo suficiente como para resistir la "santa cruzada". El mismo régimen de Ávila Camacho, a pesar de su catolicismo y de que puso trabas a la apertura de nuevos templos protestantes, no puede ser calificado como opresor; incluso, aplicó fórmulas legales que permitieron la entrada al país de un buen número de misioneros protestantes extranjeros.100
Por su parte, los testigos de Jehová mexicanos experimentaban por primera vez en su corta historia una época de crecimiento sostenido.
Durante la década de 1930 la persecución religiosa en México se recrudeció. Según Luis González, la agitación consiguiente fue uno de los mayores problemas que debió enfrentar el gobierno de Lázaro Cárdenas en sus inicios. En buena parte eso se debía a acciones como el cierre de templos en la mitad de las entidades federativas; la prohibición de enviar literatura religiosa por correo; el cese de funcionarios católicos; los programas y artículos antirreligiosos en las emisoras de radio y los periódicos gubernamentales; la clausura de colegios católicos y seminarios de sacerdotes; la prohibición del culto religioso en varios estados, etcétera. El arzobispo de México, Pascual Díaz y Barreto, le manifestó por escrito al general Cárdenas que la persecución religiosa era peor que la que tuvo lugar entre 1926 y 1929.93
Hacia 1934, a pesar de la persecución, el catolicismo seguía siendo, por mucho, la religión mayoritaria en México. El clero católico no era muy numeroso, pero mantenía una enorme influencia sobre la gente. Las diversas organizaciones católicas, de clérigos o de laicos, tenían cientos de miles de militantes.94 Las demás denominaciones cristianas tenían un poco más de 130 000 adherentes, y ganaban lentamente terreno95
La persecución antirreligiosa comenzó a amainar en 1936, cuando Calles fue desterrado por Cárdenas. El general Cárdenas fue también anticlerical, pero comprendió que la paz con la Iglesia era necesaria para llevar a cabo su programa de reformas sociales y económicas, y que la agitación derivada de la política anticlerical representaba un obstáculo para el progreso del país.96
Los vientos políticos de México cambiaron favorablemente para la Iglesia Católica en 1940, cuando asumió el poder el general Manuel Ávila Camacho, el primer presidente del régimen revolucionario que admitió su catolicismo. Estaba decidido a hacer la paz con la Iglesia y actuó en consecuencia. Parte importante de este proceso fue el nuevo arzobispo de México, Luis María Martínez. Monseñor Martínez había hecho las paces con el Estado revolucionario en 1938, cuando ofreció al gobierno de Cárdenas el apoyo del episcopado para la expropiación petrolera. Cuando México declaró la guerra a las potencias del Eje, Martínez declaró que era deber de los católicos apoyar la política exterior del gobierno.97 Se llegó a un entendimiento similar al logrado durante el Porfiriato, por lo cual el gobierno se abstuvo de aplicar las disposiciones anticlericales de la Constitución -aunque fueron mantenidas en la Carta Magna-.
El régimen avilacamachista se decía neutral en materia de religión, pero esa neutralidad favorecía al catolicismo.
Al sentirse respaldada por el gobierno, la Iglesia lanzó una campaña para enfrentar la penetración de los protestantes y las demás confesiones cristianas, que comenzó en noviembre de 1941. La campaña de marras ligaba al patriotismo con el catolicismo y con la adoración de la virgen de Guadalupe, y acusaba al protestantismo y a las religiones de origen netamente estadounidense, como los mormones y los testigos de Jehová, de ser peones de avanzada de los planes de Washington para dominar el continente.98
El crecimiento de las religiones minoritarias se incrementó luego de que México entró a la Segunda Guerra Mundial como aliado de Estados Unidos. La reacción de la Iglesia fue aumentar la intensidad de su campaña, dando lugar incluso a una retórica antiimperialista. Sin embargo, por razones políticas tuvo que delegar gran parte de la operación en organizaciones seglares como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y la Unión Nacional Sinarquista. La embestida alcanzó uno de sus puntos culminantes a mediados de noviembre de 1944, cuando monseñor Martínez publicó una carta pastoral donde exhortaba a todos sus fieles: hombres, mujeres, niños, adultos, sabios e ignorantes, a unirse a una "santa cruzada en defensa de nuestra fe", ante el ataque de "el error protestante"; don Luis esperaba que los católicos mexicanos respondieran a su llamado como lo hicieron los cristianos de la Edad Media, cuando al grito de "¡Dios lo quiere!" marcharon a conquistar el Santo Sepulcro.99Eran indudables los ánimos guerreros del señor arzobispo; sin embargo ya era demasiado tarde para revertir la implantación de las minorías religiosas cristianas. La protección que el Estado les había brindado, con altas y bajas, desde los días de la República Restaurada, les había permitido crecer y arraigarse lo suficiente como para resistir la "santa cruzada". El mismo régimen de Ávila Camacho, a pesar de su catolicismo y de que puso trabas a la apertura de nuevos templos protestantes, no puede ser calificado como opresor; incluso, aplicó fórmulas legales que permitieron la entrada al país de un buen número de misioneros protestantes extranjeros.100
Por su parte, los testigos de Jehová mexicanos experimentaban por primera vez en su corta historia una época de crecimiento sostenido.
Si Lucifer fue capaz de incitar una rebelión en el cielo, eso significa celos, envidia y violencia en el cielo pese a prometerte un paraíso perfecto