11 Jul, 2019, 06:27 PM
Con Info de Magonia (Autor: Luis Alfonso Gámez )
La tabla o cartón con letras y números por la cual, desde hace generaciones, adolescentes de todo el mundo intentan -y algunos lo consiguen- hacer correr una vaso con el poder de la mente nació como un juguete en el siglo XIX. La güija fue el último eslabón evolutivo de los tableros parlantes de los albores del espiritismo, gracias a los cuales podían recibirse mensajes complejos de los espíritus sin el desgaste físico que suponían en muchas ocasiones las mesas tambaleantes o giratorias.
Poco después de que David Fox se pusiera, en 1851 en Hydesville, a recitar el alfabeto y pedir al espíritu que contactaba con sus hermanas Maggie y Kate que diera golpes al sonar la letra correcta, surgió el fenómeno de las mesas parlantes. Un grupo de personas se sentaba alrededor de una mesa, preferiblemente de tres patas, con las manos apoyadas en ella y se concentraba para que ésta se tambaleara y diera golpes con sus patas o girara en un sentido determinado, después de establecer un código de comunicación con el supuesto espíritu. Los participantes tenían que esperar a veces mucho tiempo hasta que el mueble empezaba a girar, pero el espectáculo podía acabar con los reunidos corriendo alrededor de la mesa hasta que ésta iba tan rápido que perdían el contacto físico y se paraba.
Para mensajes más complejos que un sí o no, se recurría al orden de las letras en el alfabeto. “El objeto móvil daba una cantidad de golpes que correspondía al número de orden de cada letra. Se llegaba así a formar palabras y frases que respondían a las preguntas que se habían formulado”, explica Allan Kardec, pseudónimo del pedagogo y espiritista francés Hippolyte Léon Denizard Rivail, en El libro de los espíritus (1857). A mediados de 1853, las mesas parlantes causaban sensación en Estados Unidos y Europa Occidental, incluida España.
Según Kardec, fueron los propios espíritus los que animaron a sus seguidores a “adaptar un lápiz a una cesta u otro objeto” para superar el “lento e incómodo” sistema de las mesas tambaleantes o giratorias. “Dicho consejo fue transmitido simultáneamente en Estados Unidos, en Francia y en otros países. Éstos son los términos en que lo recibió en París, el 10 de junio de 1853, uno de los más fervientes adeptos de la doctrina, que hacía ya varios años -desde 1849- se ocupaba de la evocación de los espíritus: «Ve al cuarto de al lado y toma la cestita; átale un lápiz; colócala sobre el papel; pon los dedos en el borde». Unos instantes más tarde, la cesta se puso en movimiento y el lápiz escribió de modo muy legible esta frase: «Esto que os he dicho, os prohibo expresamente que se lo digáis a nadie; la primera vez que escriba, lo haré mejor»”.
De la escritura automática al tablero alfabético
Los espiritistas no guardaron el secreto, modificaron el dispositivo para su comodidad -sustituyendo la cesta por una tablilla a la que habitualmente se referirán como planchette, lo que podría apuntar al origen francés de la técnica o ser simple esnobismo- y empezaron a recibir largos discursos desde el Más Allá. Con forma de corazón, el dispositivo típico era una tablilla con dos ruedas bajo cada una de las aurículas y un agujero en la punta para meter un lápiz como tercer punto de apoyo. El médium posaba la mano sobre la tablilla, ésta empezaba a moverse por la mesa, y el lápiz a escribir, por voluntad de los espíritus. Si el uso de las mesas tambaleantes resultaba tedioso, el resultado de la escritura automática mediante tablilla era muchas veces difícil de leer, así que algunos espiritistas optaron por sujetar el lápiz directamente con la mano y otros empezaron a utilizarr la tablilla como indicador sobre un tablero con las letras del alfabeto, los diez números y expresiones como sí, no y adiós. Había nacido la güija.
Tal como la conocemos hoy, la güija apareció en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Exactamente cuándo? Nadie ha llegado a precisarlo. En octubre de 1871, el médico y zoólogo inglés William Benjamin Carpenter cuenta, en Quarterly Review, el caso de dos mujeres de su confianza que se comunicaban con los espíritus mediante el “original método” de unir a la tablilla un puntero, “de tal modo que indicara las letras y números sobre una cartulina”. “Una de ellas era una firme creyente en la realidad de su comunicación con el mundo de los espíritus, y su planchette estaba en continuo movimiento bajo sus manos, indicando letras y números en la cartulina como si se tratara de un telégrafo sobre el que actúa la comunicación galvánica”, dice al recordar una sesión a la que asistió con otros dos amigos médicos.
Carpenter estaba convencido de que ése y otros hechos aparentemente paranormales tenían explicación psicológica y no requerían de ningún tipo de fenómeno sobrenatural. Así que le dijo a la mujer que creía que era su cerebro, a través de sus músculos, el que movía la tablilla. Y le sugirió una manera fácil de comprobarlo: la vendaba los ojos, hacían preguntas a los espíritus y, si realmente la guiaban, la planchette respondería coherentemente, aunque la médium estuviera cegada. “Si son sus propias manos las que mueven la tablilla, ésta no dará respuestas lógicas excepto bajo la guía de su vista”, le advirtió. La mujer rechazó someterse al experimento.
Ésa es la realidad de la güija: los espíritus aciertan cuando los participantes ven el tablero y alguno de ellos conoce la respuesta a las preguntas. Es sólo un juego que, cuando todos los reunidos alrededor de la mesa son honrados, funciona por el efecto ideomotor, que hace que nuestras creencias y expectativas se reflejen en movimientos musculares inconscientes y, cuando hay algún pícaro entre los participantes, por la voluntad de éste.
Marca registrada
[/url]La güija fue al principio algo artesanal que la gente confeccionaba pintando letras y números en un tablero de cartón o madera, pero pronto hubo un gremio que vio en ella un negocio: el juguetero. El 28 de mayo de 1890, Elijah Bond presenta en Baltimore (Maryland, Estados Unidos) una solicitud de patente como juguete de la “ouija o tablero de la fortuna egipcio”. El fin del juego, explica el autoproclamado inventor del artilugio, es que “dos o más personas puedan divertirse haciendo preguntas de cualquier tipo para que las conteste el dispositivo utilizado, operado por el toque de la mano, de manera que las respuestas se obtengan a través de las letras de un tablero”. Le adjudicaron la patente número 446.054 el 10 de febrero del año siguiente en beneficio de Charles W. Kennard y William H.A. Maupin, dos de los socios de la juguetera Kennard Novelty Company, firma de Baltimore que siete días antes había registrado la marca ouija.
La compañía empieza a vender su “maravilloso tablero parlante” de madera a 1,5 dólares, presentándolo en la caja como algo “misterioso y entretenido”, “divertido, científico e instructivo”. Es un gran negocio. Abren fábricas en Baltimore, Nueva York, Chicago y Londres, y en 1892 Bond y Kennard abandonan la empresa por discrepancias con el resto de los accionistas. Uno de ellos, William Fuld queda al frente de la rebautizada Ouija Novelty Company. Los socios mayoritarios licencian en 1898 la comercialización de la güija, los tableros parlantes se multiplican y los beneficios aumentan. Fuld intenta reescribir la historia para pasar a ella como el inventor del juguete -el 27 de febrero de 1927, The New York Times titula su obituario: “El inventor del tablero de la ouija muere al caer de un tejado”- y acaba haciéndose con los derechos de la patente y la marca, que sus herederos venden en 1966 a la juguetera Parker Brothers, hoy parte de Hasbro.
A pesar de la insistencia con que los divulgadores de lo paranormal hablan de los peligros de la güija, de la que dicen algunos que “permitiría abrir de par en par las puertas hacia dimensiones cercanas e imperceptibles a la nuestra”, éstos son tan reales como los de los juegos de rol. Desde el nacimiento del juguete, se conocen casos de personas demasiado susceptibles o desequilibradas a las que los mensajes de la güija han perturbado, pero son minoría. La mayoría lo tomó durante décadas como un inocente divertimento hasta que William Peter Blatty hizo que una sesión de güija fuera el detonante de la posesión de la joven Regan MacNeil, la endemoniada más famosa.
La historia de El exorcista está tan basada en hechos reales como una aventura de Indiana Jones. Y lo mismo pasa con la película [url=https://en.wikipedia.org/wiki/Ouija_(2014_film)]Ouija, que ahora llega a los cines españoles para sembrar el terror en las salas . Es cierto que los hechos en los que basó su relato Blatty comenzaron después de una sesión de güija, pero también lo es que el muchacho que los protagonizó no hizo ninguna de las cosas que hace en la película Linda Blair -ni hablar lenguas desconocidas para él, ni levitar, ni girar la cabeza, ni nada- y, según el escritor estadounidense Mark Opsasnick -que le conoció-, sufría “de algo que la moderna psiquiatría podía haber diagnosticado correctamente”.
Si Lucifer fue capaz de incitar una rebelión en el cielo, eso significa celos, envidia y violencia en el cielo pese a prometerte un paraíso perfecto