04 Oct, 2019, 02:21 PM
Consultó su ya desgastado reloj Fossil dorado, la pluma del minutero estaba a escasos siete minutos para marcar la hora acordada. Estiró los pies y se relajó mientras pedía en su interior a cualesquier entidad cósmica no tener que lidiar con más testigos, pero al parecer, ninguna fuerza universal estaba de su lado aquel día. Una mujer testigo cubierta con un vestido de estilo oriental blanco, adornado con dibujos de diversas flores camelias a lo largo de aquella única pieza, se sentó a una silla de distancia de él a la izquierda, tenía los brazos descubiertos hasta el hombro, llevaba también un par de guantes negros elegantes y agitaba un abanico de buena calidad, con un dibujo de un árbol marchito y el sol naciente de fondo. Ermack se quedó algo impactado, aquella presencia no le trasmitía el clásico temperamento testiguil. Expedía un aura distinta, una dignidad vigorosa que podía ser olfateada sin mucha dificultad. La mujer lo regresó a mirar, rondaría los treinta y cinco años, pero algo en el corazón de Ermack le dijo que era mucho mayor, su mirada suspicaz la delataba. De repente, como si se tratara de una revelación otorgada por el señor de las moscas, Ermack tuvo la certeza de que en esa congregación no mandaba ningún anciano, ni siervo de circuito, ni hombre de Betel, ni siquiera algún miembro del cuerpo gobernante… ¡No! Ermack supo que en aquella congregación azotada por el mal olor y un calor del mismo infierno, el demonio regente era aquella mujer.
Sus ojos azulados penetraron rápidamente en la mirada de Ermack. Le pareció a él que eran dos trampas mortales que terminarían por engullir su alma allí mismo. Finalmente, a esa mística mirada, una sonrisa verdadera, no exagerada, llegó a hacerle compañía.
—Hace un calor terrible, ¿no te parece?
Aquella voz, que guardaba una compostura digna de una primera dama, que se dirigió a él como un inferior, con un tono que podría haberlo convertido en testigo de Jehová en ese mismo instante si se lo ordenaba, hizo que Ermack tuviera miedo en sus adentros. La declaración distaba mucho de lo que se esperaba que un testigo de Jehová dijera en una primera presentación. Así que, Ermack sencillamente descartó que se tratara de una hermanita, sería algún alma inquisitiva, como lo era él.
—Demasiado —Ermack al fin pudo esbozar una sonrisa—, ya no lo soporto, ni siquiera los ventiladores ayudan.
—En un clima tropical, ¿qué puede ayudar? Ellos prefieren invertir sus ahorros en donaciones para la obra mundial y no en un par de aires acondicionados, aunque realmente no es que me importe de verdad. Mi nombre es Aurora —y sin dejar lugar a réplicas, como si no le importara el nombre de su interlocutor—. ¿Has visitado este lugar antes?
Esa última pregunta parecía confirmar lo que Ermack había asumido. ¿Qué testigo de Jehová no se daría cuenta que él visitaba por primera vez el salón del reino? La única opción que quedaba, era que ella fuese alguna hermana de otra congregación.
—No. Es mi primera vez visitando este lugar, aunque créeme que quizá no vuelva.
—Parece que has elegido un día peculiar —cerró el abanico de un chasquido— ¿Verdad? —Acentuó su última pregunta entornando los ojos.
—Bueno —Ermack titubeó. Lo habían pescado en su propio juego. Ni en sus más locos sueños pudo imaginar una posibilidad así—… sí, algo sobre la unión europea —lo soltó finalmente.
—Entonces te aconsejo que disfrutes esto como lo haré yo. Por cierto, llevo veinte años bautizada. —Aclaró aquello volviendo la mirada al atril, como si hubiese leído todos los pensamientos de Ermack. Él, simplemente no podía dar crédito de lo que escuchó. Tuvo la necesidad apremiante de confesarle que él también era un testigo bautizado. Tuvo la necesidad de decirle que él era inactivo. Quería contarle hasta el último de sus más íntimos secretos, pero no lo hizo. Si hubiese tomado las dos cervezas que planeaba antes de partir al salón del reino, seguramente la historia sería diferente y aquella mujer le hubiese mirado con poca importancia para decirle que ya lo sabía. Claro que sí, ella lo sabía todo, ella era Dios. La única pregunta importante que quedaba por hacer, era: ¿Por qué?
Uno de los ancianos, ya frente a todos, dio inicio a la reunión con habituales palabras formales. Realizó una invitación para que todos los presentes se pusiera de pie (si es que sus circunstancias les permiten; concedió), para cantar una canción.
Ermack observó de reojo que algunos ya estaban listos, con un libro en las manos, mientras que otros, al parecer, buscaban aquello en sus bolsos y maletines. Aurora, a su lado, permanecía impasible agitando el abanico, como si todo a su alrededor fuese ajeno a ella. Ermack se preguntó si estaba viendo un fantasma.
—No tiene caso que te levantes si no llevas el cancionero, creo yo. Además, ¿en qué parte de la biblia aparece que estar de pie sea un protocolo para cantar? A mí me gusta disfrutar la melodía, aunque a veces ciertas vocecillas no me lo permitan del todo. —Finalizó esa declaración con una risilla maliciosa. Ermack, que estuvo a punto de ponerse de pie mecánicamente, ahora prefirió seguir en la comodidad de su silla, sintiendo que su compañera era el reflejo de una voz interior.
Tal como lo había vaticinado, una oleada de hermanitos empezó a entrar en el salón y a llenar los espacios vacíos, como si de un hormiguero azotado por una repentina tormenta se tratara. Finalmente, una melodía clásica sonó por los altavoces del lugar, transportando a todos a la era dorada de Beethoven, mientras varias voces empezaban a salmodiar disparejas con un conjunto de tonalidades que harían que un director de orquesta se tomara la píldora del suicidio. El televisor LCD de 49 pulgadas, sostenido a la derecha del atrio, empezó a proyectar la letra de la canción en particular.
Mathew no había llegado, o quizá se sentó en su lugar habitual sin reparar en su mundano vecino. Eso sí que era una bendición fortuita. Poder cruzarse de brazos para centrar toda tu atención en no dormirte mientras esperas los comentarios subidos de tono.
Cuando todos tomaron su lugar, tres cuartos del establecimiento estaban ocupados. El anciano invitó ahora a unirse en oración. Los presentes cerraron los ojos. Esta vez, incluso Aurora se unió desde su lugar. Ermack simplemente miró a su alrededor, observando a los asistentes, curioseando. Sus ojos se cruzaron con los de otro joven ubicado en la penúltima fila, junto a lo que parecía ser su familia. Finalmente, el público tomó asiento para escuchar el título del discurso, “Mantenga su ojo sencillo” disertado por “José Flores”, de la congregación “Los Lirios”.
El adulto mayor en cuestión ya se encontraba a un lado, junto al atril, esperando tomar su lugar. Llevaba una tablet de pantalla considerablemente grande que presumía en su parte posterior el ícono de la manzana mordida. Tenía el nudo de la corbata caqui en una disposición no uniforme con el centro del cuello de la camisa manga larga. La tela de su traje carmesí se veía bastante pesada, como si hubiese salido del taller de curtidor del apóstol Pablo.
El joven que arregló antaño el micrófono, volvió para acomodarlo unos centímetros más bajo. Entonces José Flores al fin tenía la palabra.
—Queridos hermanos, quiero tomarme unos minutos para hacer una declaración especial —Carraspeó en el micrófono, como si dudara de lo que estaba a punto de hacer. Ermack supo entonces que todo lo que pensó se iba a cumplir más cabalmente que cualquier otra cosa que se haya predicho en una revista de la Watchtower—. Miren por favor a mi espalda, el texto del año —Giró su cabeza ligeramente y apuntó con su diestra el letrero que contenía la cita del profeta Habacuc—. La visión avanza rápidamente hacia su final y no fallará —parafraseó viendo a todos, aunque su voz se quebró en la última palabra. Tomó una bocanada de aire para continuar—. ¡Qué felicidad hermanos! —Ahora la voz llorosa era clara, sus ojos se tiñeron de rojo y él tuvo que detenerse para servirse un vaso con agua. Todos tenían su vista fija en él. Aurora lo miraba aburrida, como si necesitara de un poco más de adrenalina para llenar sus expectativas— ¡Qué felicidad saber que estamos viviendo el tiempo del fin! He estado cuarenta y seis años sirviendo fielmente a Jehová, y no pude más que arrodillarme en el suelo maltrecho de mi humilde vivienda cuando vi la noticia de la prohibición. Lloré de felicidad. Esta es la señal para echar a huir a las montañas. Esta es la señal de la cosa repugnante. Esta es la señal que indica que muy pronto estallará la gran tribulación —Más lágrimas anegaron el envejecido rostro del discursante, discurriendo por los pliegos de piel, como si se trataran de canaletas. Esta vez, el tiempo de espera se hizo más largo, incómodo. Ermack miró a su alrededor y se dio cuenta que no pocos le acompañaban en llanto. Milena abrazaba a su marido con el rostro sobre su hombro. La hermanita culantro se limpiaba su grasienta faz con un pañuelo. Aurora seguía abanicando sin inmutarse—. Así es queridos hermanos y hermanas. Estamos viviendo la parte final de estos últimos días —Un aplauso le siguió a otro, hasta que casi todos los presentes prorrumpieron en una marejada de palmas chocándose una contra otra más o menos de manera irreverente—. Así es hermanitos. Hoy es cuando debemos mantener el ojo sencillo. Les invito a leer sus biblias —Citó un versículo y la mayoría empezó a buscarlo en sus tabletas y celulares, (si estabas en un lugar adecuado, podías fingir que lo hacías), mientras que unos pocos lo buscaban en sus biblias de pasta gris. El sonido conjunto de las finas páginas siendo azotadas, producía un murmullo vibrante que podría penetrar en la cordura no entrenada de alguna persona paranoide—. Como leímos, no es tiempo de pensar en cosas materiales. ¿Tiene planes para sacar un préstamo y renovar su vivienda? —Su voz había adquirido mucha confianza y ponderaba, llenando cada rincón del lugar— ¿O un auto nuevo quizá? ¡No es tiempo para ninguna de aquellas cosas! —Sus ojos se posaban de rostro en rostro, intentando buscar al pecador que hubiese tenido esa idea, para que el espíritu santo lo fulminara como hizo con los desdichados de Ananías y Safira. José realmente se sentía imbuido de mucho espíritu santo. Espíritu santo a rebosar, para regalar a todos y soltarlo hasta por los codos— ¡Es hora de poner orden en sus vidas! Límpiense, es lo que quiere Jehová, que seamos santos. Que estemos puros para cuando pase como tintero a marcar las frentes de sus elegidos. ¡No permita que el mundo le arrebate la dicha de vivir en un paraíso! Olvídese de sacar un título universitario. Si está en esa carrera, lo mejor que puede hacer es olvidarla y tomar el precursorado. Incluso veo que la educación secundaria sería un desperdicio de tiempo estando tan cerca del fin —Ermack se sentía desubicado, como en otro mundo. La paranoia estaba a la orden del día y un montón de gente a su alrededor estaba dispuesta a adoptarla, como si se tratara de algún nuevo privilegio con el que tuvieran que cargar. Sin embargo, Ermack tenía a Aurora a su lado, y ella se mantenía serena, sin tacha de todo el galimatías a su alrededor. Ella podría detener todo esa comedia con solo proferir unas palabras, así que se sintió en paz.
El discurso avanzó a toda marcha, y junto con la noche, ambos devoraron las últimas provisiones de luz solar con avidez. Los versículos bíblicos iban y venían. Los más pequeños los tomaban como la única fuente de entretenimiento, intentando hallarlos en el mar de palabras de aquel libro en apariencia inagotable.
—Y es así hermanos, que viviremos para ver la destrucción de este sistema inicuo en manos de Jehová.
Tras esa apoteosis final, plagiada de alguna tragedia griega (por las circunstancias, no por el contenido), los hermanos se pusieron de pie y aplaudieron como nunca en sus vidas. Ermack dio un leve respingo. Aurora ahora leía una pequeña libreta.
José Flores se dirigió a tomar asiento mientras la ferviente ovación continuaba en su clímax más agudo. Sus discursos por lo general se tomaban como lentos y aburridos, con él intentando no atrancarse tanto en la lectura de los bosquejos previamente preparados, pero hoy se sentía totalmente poseído por la actitud del mismísimo Boanerges, producto de la conmoción de la noticia de la prohibición en Europa.
Tomó asiento como antaño lo harían los emperadores romanos en el coliseo, sólo que esta vez, no eran cristianos los que serían arrojados a los leones, sino que se esperaba un festín de sangre y muerte con la carne de todo aquel que no fuese testigo de Jehová.
Sus ojos azulados penetraron rápidamente en la mirada de Ermack. Le pareció a él que eran dos trampas mortales que terminarían por engullir su alma allí mismo. Finalmente, a esa mística mirada, una sonrisa verdadera, no exagerada, llegó a hacerle compañía.
—Hace un calor terrible, ¿no te parece?
Aquella voz, que guardaba una compostura digna de una primera dama, que se dirigió a él como un inferior, con un tono que podría haberlo convertido en testigo de Jehová en ese mismo instante si se lo ordenaba, hizo que Ermack tuviera miedo en sus adentros. La declaración distaba mucho de lo que se esperaba que un testigo de Jehová dijera en una primera presentación. Así que, Ermack sencillamente descartó que se tratara de una hermanita, sería algún alma inquisitiva, como lo era él.
—Demasiado —Ermack al fin pudo esbozar una sonrisa—, ya no lo soporto, ni siquiera los ventiladores ayudan.
—En un clima tropical, ¿qué puede ayudar? Ellos prefieren invertir sus ahorros en donaciones para la obra mundial y no en un par de aires acondicionados, aunque realmente no es que me importe de verdad. Mi nombre es Aurora —y sin dejar lugar a réplicas, como si no le importara el nombre de su interlocutor—. ¿Has visitado este lugar antes?
Esa última pregunta parecía confirmar lo que Ermack había asumido. ¿Qué testigo de Jehová no se daría cuenta que él visitaba por primera vez el salón del reino? La única opción que quedaba, era que ella fuese alguna hermana de otra congregación.
—No. Es mi primera vez visitando este lugar, aunque créeme que quizá no vuelva.
—Parece que has elegido un día peculiar —cerró el abanico de un chasquido— ¿Verdad? —Acentuó su última pregunta entornando los ojos.
—Bueno —Ermack titubeó. Lo habían pescado en su propio juego. Ni en sus más locos sueños pudo imaginar una posibilidad así—… sí, algo sobre la unión europea —lo soltó finalmente.
—Entonces te aconsejo que disfrutes esto como lo haré yo. Por cierto, llevo veinte años bautizada. —Aclaró aquello volviendo la mirada al atril, como si hubiese leído todos los pensamientos de Ermack. Él, simplemente no podía dar crédito de lo que escuchó. Tuvo la necesidad apremiante de confesarle que él también era un testigo bautizado. Tuvo la necesidad de decirle que él era inactivo. Quería contarle hasta el último de sus más íntimos secretos, pero no lo hizo. Si hubiese tomado las dos cervezas que planeaba antes de partir al salón del reino, seguramente la historia sería diferente y aquella mujer le hubiese mirado con poca importancia para decirle que ya lo sabía. Claro que sí, ella lo sabía todo, ella era Dios. La única pregunta importante que quedaba por hacer, era: ¿Por qué?
Uno de los ancianos, ya frente a todos, dio inicio a la reunión con habituales palabras formales. Realizó una invitación para que todos los presentes se pusiera de pie (si es que sus circunstancias les permiten; concedió), para cantar una canción.
Ermack observó de reojo que algunos ya estaban listos, con un libro en las manos, mientras que otros, al parecer, buscaban aquello en sus bolsos y maletines. Aurora, a su lado, permanecía impasible agitando el abanico, como si todo a su alrededor fuese ajeno a ella. Ermack se preguntó si estaba viendo un fantasma.
—No tiene caso que te levantes si no llevas el cancionero, creo yo. Además, ¿en qué parte de la biblia aparece que estar de pie sea un protocolo para cantar? A mí me gusta disfrutar la melodía, aunque a veces ciertas vocecillas no me lo permitan del todo. —Finalizó esa declaración con una risilla maliciosa. Ermack, que estuvo a punto de ponerse de pie mecánicamente, ahora prefirió seguir en la comodidad de su silla, sintiendo que su compañera era el reflejo de una voz interior.
Tal como lo había vaticinado, una oleada de hermanitos empezó a entrar en el salón y a llenar los espacios vacíos, como si de un hormiguero azotado por una repentina tormenta se tratara. Finalmente, una melodía clásica sonó por los altavoces del lugar, transportando a todos a la era dorada de Beethoven, mientras varias voces empezaban a salmodiar disparejas con un conjunto de tonalidades que harían que un director de orquesta se tomara la píldora del suicidio. El televisor LCD de 49 pulgadas, sostenido a la derecha del atrio, empezó a proyectar la letra de la canción en particular.
Mathew no había llegado, o quizá se sentó en su lugar habitual sin reparar en su mundano vecino. Eso sí que era una bendición fortuita. Poder cruzarse de brazos para centrar toda tu atención en no dormirte mientras esperas los comentarios subidos de tono.
Cuando todos tomaron su lugar, tres cuartos del establecimiento estaban ocupados. El anciano invitó ahora a unirse en oración. Los presentes cerraron los ojos. Esta vez, incluso Aurora se unió desde su lugar. Ermack simplemente miró a su alrededor, observando a los asistentes, curioseando. Sus ojos se cruzaron con los de otro joven ubicado en la penúltima fila, junto a lo que parecía ser su familia. Finalmente, el público tomó asiento para escuchar el título del discurso, “Mantenga su ojo sencillo” disertado por “José Flores”, de la congregación “Los Lirios”.
El adulto mayor en cuestión ya se encontraba a un lado, junto al atril, esperando tomar su lugar. Llevaba una tablet de pantalla considerablemente grande que presumía en su parte posterior el ícono de la manzana mordida. Tenía el nudo de la corbata caqui en una disposición no uniforme con el centro del cuello de la camisa manga larga. La tela de su traje carmesí se veía bastante pesada, como si hubiese salido del taller de curtidor del apóstol Pablo.
El joven que arregló antaño el micrófono, volvió para acomodarlo unos centímetros más bajo. Entonces José Flores al fin tenía la palabra.
—Queridos hermanos, quiero tomarme unos minutos para hacer una declaración especial —Carraspeó en el micrófono, como si dudara de lo que estaba a punto de hacer. Ermack supo entonces que todo lo que pensó se iba a cumplir más cabalmente que cualquier otra cosa que se haya predicho en una revista de la Watchtower—. Miren por favor a mi espalda, el texto del año —Giró su cabeza ligeramente y apuntó con su diestra el letrero que contenía la cita del profeta Habacuc—. La visión avanza rápidamente hacia su final y no fallará —parafraseó viendo a todos, aunque su voz se quebró en la última palabra. Tomó una bocanada de aire para continuar—. ¡Qué felicidad hermanos! —Ahora la voz llorosa era clara, sus ojos se tiñeron de rojo y él tuvo que detenerse para servirse un vaso con agua. Todos tenían su vista fija en él. Aurora lo miraba aburrida, como si necesitara de un poco más de adrenalina para llenar sus expectativas— ¡Qué felicidad saber que estamos viviendo el tiempo del fin! He estado cuarenta y seis años sirviendo fielmente a Jehová, y no pude más que arrodillarme en el suelo maltrecho de mi humilde vivienda cuando vi la noticia de la prohibición. Lloré de felicidad. Esta es la señal para echar a huir a las montañas. Esta es la señal de la cosa repugnante. Esta es la señal que indica que muy pronto estallará la gran tribulación —Más lágrimas anegaron el envejecido rostro del discursante, discurriendo por los pliegos de piel, como si se trataran de canaletas. Esta vez, el tiempo de espera se hizo más largo, incómodo. Ermack miró a su alrededor y se dio cuenta que no pocos le acompañaban en llanto. Milena abrazaba a su marido con el rostro sobre su hombro. La hermanita culantro se limpiaba su grasienta faz con un pañuelo. Aurora seguía abanicando sin inmutarse—. Así es queridos hermanos y hermanas. Estamos viviendo la parte final de estos últimos días —Un aplauso le siguió a otro, hasta que casi todos los presentes prorrumpieron en una marejada de palmas chocándose una contra otra más o menos de manera irreverente—. Así es hermanitos. Hoy es cuando debemos mantener el ojo sencillo. Les invito a leer sus biblias —Citó un versículo y la mayoría empezó a buscarlo en sus tabletas y celulares, (si estabas en un lugar adecuado, podías fingir que lo hacías), mientras que unos pocos lo buscaban en sus biblias de pasta gris. El sonido conjunto de las finas páginas siendo azotadas, producía un murmullo vibrante que podría penetrar en la cordura no entrenada de alguna persona paranoide—. Como leímos, no es tiempo de pensar en cosas materiales. ¿Tiene planes para sacar un préstamo y renovar su vivienda? —Su voz había adquirido mucha confianza y ponderaba, llenando cada rincón del lugar— ¿O un auto nuevo quizá? ¡No es tiempo para ninguna de aquellas cosas! —Sus ojos se posaban de rostro en rostro, intentando buscar al pecador que hubiese tenido esa idea, para que el espíritu santo lo fulminara como hizo con los desdichados de Ananías y Safira. José realmente se sentía imbuido de mucho espíritu santo. Espíritu santo a rebosar, para regalar a todos y soltarlo hasta por los codos— ¡Es hora de poner orden en sus vidas! Límpiense, es lo que quiere Jehová, que seamos santos. Que estemos puros para cuando pase como tintero a marcar las frentes de sus elegidos. ¡No permita que el mundo le arrebate la dicha de vivir en un paraíso! Olvídese de sacar un título universitario. Si está en esa carrera, lo mejor que puede hacer es olvidarla y tomar el precursorado. Incluso veo que la educación secundaria sería un desperdicio de tiempo estando tan cerca del fin —Ermack se sentía desubicado, como en otro mundo. La paranoia estaba a la orden del día y un montón de gente a su alrededor estaba dispuesta a adoptarla, como si se tratara de algún nuevo privilegio con el que tuvieran que cargar. Sin embargo, Ermack tenía a Aurora a su lado, y ella se mantenía serena, sin tacha de todo el galimatías a su alrededor. Ella podría detener todo esa comedia con solo proferir unas palabras, así que se sintió en paz.
El discurso avanzó a toda marcha, y junto con la noche, ambos devoraron las últimas provisiones de luz solar con avidez. Los versículos bíblicos iban y venían. Los más pequeños los tomaban como la única fuente de entretenimiento, intentando hallarlos en el mar de palabras de aquel libro en apariencia inagotable.
—Y es así hermanos, que viviremos para ver la destrucción de este sistema inicuo en manos de Jehová.
Tras esa apoteosis final, plagiada de alguna tragedia griega (por las circunstancias, no por el contenido), los hermanos se pusieron de pie y aplaudieron como nunca en sus vidas. Ermack dio un leve respingo. Aurora ahora leía una pequeña libreta.
José Flores se dirigió a tomar asiento mientras la ferviente ovación continuaba en su clímax más agudo. Sus discursos por lo general se tomaban como lentos y aburridos, con él intentando no atrancarse tanto en la lectura de los bosquejos previamente preparados, pero hoy se sentía totalmente poseído por la actitud del mismísimo Boanerges, producto de la conmoción de la noticia de la prohibición en Europa.
Tomó asiento como antaño lo harían los emperadores romanos en el coliseo, sólo que esta vez, no eran cristianos los que serían arrojados a los leones, sino que se esperaba un festín de sangre y muerte con la carne de todo aquel que no fuese testigo de Jehová.
"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL
The bible is glitchtastic! Sorry for the spoiler.
Lee la traducción que realicé al libro "Nueva Luz" documenta decenas de cambios en las doctrinas de los testigos.