30 Jun, 2024, 08:09 AM
Aquí va otra perla en el recuadro de la pág. 29.
Básicamente dicen que lo de "no saludar" se refiere única y exclusivamente a los apóstatas. El razonamiento es, cuando menos, curioso teniendo en cuenta que en el pasado aplicaba a todos (desasociados o expulsados por cualquier tipo de pecado) y para argumentarlo acudían a la traducción literal de determinadas palabras griegas, como luego veremos.
De momento, aquí va la traducción del tagalo (negritas y subrayados, míos):
¿Son los pecados mencionados por Juan y Pablo los mismos?
En la segunda carta del apóstol Juan, escribió: “Si alguien viene a ustedes y no trae estas enseñanzas, no lo reciban en sus casas ni lo saluden. Porque el que lo saluda se hace cómplice de sus malas acciones”.— 2 Juan 10, 11.
El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 5:11 que “dejen de relacionarse” con personas que han sido expulsadas de la congregación. ¿Son ellos las personas que Juan dice que ‘no se les debe saludar’? ¿Son los pecados mencionados por Juan y Pablo los mismos? Parece que no.
Los dos apóstoles se refieren a pecados diferentes. Pablo escribió sobre una persona que cometió inmoralidad sexual. Aproximadamente 43 años después, Juan escribió acerca de los apóstatas, o aquellos que difunden enseñanzas falsas e influyen en otros para hacer el mal. Por ejemplo, algunos enseñaban que Jesús no era el Cristo.—1 Juan 2:22; 4:2, 3.
La apostasía ya era común cuando Juan escribió sus cartas. Sabía que no podía detenerla. Pero como apóstol, hizo todo lo posible para ser un “freno” contra la apostasía.—2 Tes. 2:7.
Así que Juan advirtió a los hermanos para que no fueran engañados por estos falsos maestros. Les dijo que de ninguna manera los recibieran en sus casas ni siquiera los saludaran. Porque si los saludaban, los apóstatas tendrían la oportunidad de introducir sus enseñanzas distorsionadas en la conversación. Lo mismo puede suceder si uno comenta en el sitio web o en las redes sociales de un apóstata. Claramente, cualquiera que saluda a un apóstata “se hace cómplice de sus malas acciones”.
Lo que Pablo escribió en 1 Corintios capítulo 5 trata sobre un hombre que fue expulsado de la congregación por inmoralidad sexual. Parece que ese hombre no era un apóstata; tampoco alentaba a otros a no seguir las normas de Dios. (Compárese con Apocalipsis 2:20.) Así que aunque Pablo dijo a la congregación que dejaran de mezclarse con él —y ni siquiera comieran con él— [u]no dijo que no se le saludara.[/u]
Comparar ahora con lo que dijeron en "Preguntas de los lectores" de la Atalaya del 15 de julio de 1985 (pag. 30)
◼ ¿Se refería 2 Juan 10, que dice que uno no reciba en casa a ciertas personas ni se les salude, únicamente a los que habían promovido alguna doctrina falsa?
Según el contexto, este consejo tenía que ver con los “muchos engañadores” que habían surgido, ‘personas que no confesaban a Jesucristo como venido en carne’ (2 Juan 7). El apóstol Juan ofreció instrucciones respecto a cómo debían tratar los cristianos de aquel entonces a alguien que negara que Jesús hubiera existido o fuera el Cristo y Rescatador. Juan instruyó lo siguiente: “Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas” (2 Juan 10, 11). Pero otras partes de la Biblia muestran que esto tenía una aplicación más extensa.
En cierta ocasión había entre los cristianos de Corinto un hombre que practicaba la inmoralidad, y el apóstol Pablo les escribió para que “[cesaran] de mezclarse en la compañía de cualquiera que llamándose hermano sea fornicador, o avariento, o idólatra, o injuriador, o borracho, o que practique extorsión, ni siquiera comiendo con tal hombre” (1 Corintios 5:11). Ahora bien, ¿aplicaba esto a los ex hermanos que habían sido expulsados únicamente por los males graves que se alistan allí?
No. Revelación 21:8 muestra que también los asesinos, los practicantes de espiritismo y los mentirosos impenitentes, o que no muestran arrepentimiento, están entre los que merecen la muerte segunda. Indudablemente, el consejo registrado en 1 Corintios 5:11 tuvo que haber aplicado con el mismo vigor también a los ex cristianos que eran culpables de estos males. Además, Juan dijo que algunos “salieron de entre nosotros, pero no eran de nuestra clase; porque si hubieran sido de nuestra clase, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron para que se mostrase a las claras que no todos son de nuestra clase” (1 Juan 2:18, 19). Juan no dijo que ellos habían sido expulsados por haber cometido algún pecado grave. Tal vez algunos de ellos meramente se apartaron, habiendo decidido que ya no querían estar en la congregación porque no estaban de acuerdo con cierta doctrina. Otros quizás se cansaron y desfallecieron. (1 Corintios 15:12; 2 Tesalonicenses 2:1-3; Hebreos 12:3, 5.)
Por supuesto, si un hermano emprendía algún derrotero que llevara al pecado, los cristianos maduros trataban de ayudarle (Gálatas 6:1; 1 Juan 5:16). Si él tenía dudas, se esforzaban por ‘arrebatarlo del fuego’ (Judas 23). Aunque se hubiera hecho inactivo y hubiera dejado de asistir a las reuniones y de participar en el ministerio público, los que eran fuertes en sentido espiritual trataban de restaurarlo. Tal vez él les haya dicho que ya no quería tomarse la molestia de pertenecer a la congregación, lo cual habría reflejado una fe débil y poca espiritualidad. Ellos no lo hubieran acosado con preguntas, sino que de vez en cuando lo habrían visitado amigablemente. Tales esfuerzos amorosos, pacientes, y misericordiosos habrían reflejado el interés de Dios en que nadie se pierda. (Lucas 15:4-7.)
Por contraste, las palabras de Juan indican que algunos habían ido más allá de la debilidad e inactividad espiritual; realmente repudiaron la congregación de Dios. Puede que alguien se haya declarado públicamente en contra del pueblo de Dios al decir que ya no quería formar parte de la congregación. Quizás hasta haya renunciado formalmente a la fe que tenía antes, como por medio de una carta. Por supuesto, la congregación habría aceptado la decisión de él de desasociarse. Pero ¿cómo habría de tratársele entonces?
Juan dice: “Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del Cristo no tiene a Dios. El que sí permanece en esta enseñanza es el que tiene al Padre y también al Hijo. Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo” (2 Juan 9, 10). Esas palabras ciertamente aplicarían a alguien que hubiera apostatado por medio de hacerse miembro de una religión falsa o de esparcir alguna doctrina falsa (2 Timoteo 2:17-19). Pero ¿qué hay de aquellos de quienes Juan dijo que “salieron de entre nosotros”? Aunque los cristianos del primer siglo sabían que no debían asociarse con un malhechor expulsado o con un apóstata activo, ¿procedían ellos de manera similar para con alguien que, aunque no estuviera expulsado, voluntariamente hubiera repudiado el camino cristiano?
El libro Aid to Bible Understanding muestra que la palabra “apostasía” se deriva de una palabra griega que literalmente significa “‘un apartarse de’, pero tiene el sentido de ‘deserción, abandono o rebelión’”a. El libro Aid añade: “Entre las diversas causas de la apostasía, que se exponen en las advertencias apostólicas, se hallan las siguientes: la falta de fe (Heb. 3:12), la falta de aguante ante la persecución (Heb. 10:32-39), el apartarse de las normas morales justas (2 Ped. 2:15-22), el prestar atención a las ‘palabras engañosas’ de maestros falsos y a las “expresiones inspiradas que extravían” ([...] 1 Tim. 4:1-3) [...] Por eso, cuando se apartan voluntariamente de la congregación cristiana, tales personas llegan a formar parte del ‘anticristo’ (1 Juan 2:18, 19)”.
Una persona que voluntaria y formalmente se desasociara de la congregación cuadraría con dicha descripción. Se convertiría en un apóstata al repudiar deliberadamente a la congregación de Dios y renunciar al camino cristiano. El cristiano leal no hubiera querido asociarse con un apóstata. Aunque antes hubiera existido una amistad, si alguien repudia a la congregación, apostatando así, estaría rechazando la base para una relación estrecha con los hermanos. Juan expresó claramente que él mismo no recibiría en su casa a alguien que ‘no tuviera a Dios’ o que ‘no fuera de nuestra clase’.
Desde el punto de vista bíblico, la persona que repudiaba a la congregación de Dios llegaba a ser más reprensible que las del mundo. ¿Por qué? Pues, Pablo mostró que en el mundo romano los cristianos estaban diariamente en contacto con fornicadores, con personas que practicaban extorsión y con idólatras. Sin embargo, él dijo que los cristianos tenían que ‘cesar de mezclarse en la compañía de cualquiera que llamándose hermano’ hubiera vuelto a un proceder impío (1 Corintios 5:9-11). De manera similar, Pedro declaró que cualquiera que hubiera “escapado de las contaminaciones del mundo” y que luego hubiera regresado a su modo de vivir anterior era como la cerda que vuelve al fango (2 Pedro 2:20-22). Así que Juan estaba dando consejo armonioso al instruir a los cristianos a que no ‘recibieran en sus casas’ a alguien que voluntariamente hubiera ‘salido de entre nosotros’. (2 Juan 10.)
Juan añadió: “Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas” (2 Juan 11). Juan usa aquí la palabra griega que se usaba para saludar, khairo, en vez de la palabra aspázomai, que se halla en el 2 Juan versículo 13.
Khairo quería decir regocijarse (Lucas 10:20; Filipenses 3:1; 4:4). Esta también se utilizaba en forma de saludo, hablado o escrito (Mateo 28:9; Hechos 15:23; 23:26). Aspázomai quería decir “estrechar entre los brazos, es decir saludar, dar la bienvenida” (Lucas 11:43; Hechos 20:1, 37; 21:7, 19). Cualquiera de estas palabras podría representar un saludo, pero aspázomai probablemente haya querido decir más que un cortés “hola” o “buenos días”. Jesús dijo a los 70 discípulos que no aspásesthe a nadie. Así mostró que la obra urgente que ellos tenían que efectuar no les permitiría disponer del tiempo para saludar de la manera que se acostumbraba en el Oriente, a saber, con besos, abrazos y conversación extensa (Lucas 10:4). Pedro y Pablo instaron lo siguiente: ‘Salúdense [aspásasthe] los unos a los otros con un beso de amor, o un beso santo’. (1 Pedro 5:14; 2 Corintios 13:12, 13; 1 Tesalonicenses 5:26.)
Por lo tanto, Juan probablemente usó a propósito la palabra khairo en 2 Juan 10, 11 en vez de aspázomai (2Jn versículo 13). Si así es, entonces Juan no estaba instando a los cristianos a que sencillamente evitaran el saludar afectuosamente (con abrazos, besos y conversación) a alguien que enseñara falsedad o que hubiera renunciado a la congregación (o hubiera apostatado). Más bien, Juan estaba diciendo que no deberían ni siquiera saludar a tal individuo mediante un khairo, un común “buenos días”.
Las palabras de Juan muestran la seriedad de este consejo: “El que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas”. Ningún cristiano verdadero habría querido que Dios lo hubiera considerado partícipe en obras inicuas debido a asociarse con algún malhechor expulsado o con alguien que haya rechazado a Su congregación. Es mucho mejor ser parte de la amorosa hermandad cristiana, tal como escribió Juan: “Lo que hemos visto y oído se lo estamos informando también a ustedes, para que ustedes también estén teniendo participación con nosotros. Además, esta participación nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. (1 Juan 1:3.)
Básicamente dicen que lo de "no saludar" se refiere única y exclusivamente a los apóstatas. El razonamiento es, cuando menos, curioso teniendo en cuenta que en el pasado aplicaba a todos (desasociados o expulsados por cualquier tipo de pecado) y para argumentarlo acudían a la traducción literal de determinadas palabras griegas, como luego veremos.
De momento, aquí va la traducción del tagalo (negritas y subrayados, míos):
¿Son los pecados mencionados por Juan y Pablo los mismos?
En la segunda carta del apóstol Juan, escribió: “Si alguien viene a ustedes y no trae estas enseñanzas, no lo reciban en sus casas ni lo saluden. Porque el que lo saluda se hace cómplice de sus malas acciones”.— 2 Juan 10, 11.
El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 5:11 que “dejen de relacionarse” con personas que han sido expulsadas de la congregación. ¿Son ellos las personas que Juan dice que ‘no se les debe saludar’? ¿Son los pecados mencionados por Juan y Pablo los mismos? Parece que no.
Los dos apóstoles se refieren a pecados diferentes. Pablo escribió sobre una persona que cometió inmoralidad sexual. Aproximadamente 43 años después, Juan escribió acerca de los apóstatas, o aquellos que difunden enseñanzas falsas e influyen en otros para hacer el mal. Por ejemplo, algunos enseñaban que Jesús no era el Cristo.—1 Juan 2:22; 4:2, 3.
La apostasía ya era común cuando Juan escribió sus cartas. Sabía que no podía detenerla. Pero como apóstol, hizo todo lo posible para ser un “freno” contra la apostasía.—2 Tes. 2:7.
Así que Juan advirtió a los hermanos para que no fueran engañados por estos falsos maestros. Les dijo que de ninguna manera los recibieran en sus casas ni siquiera los saludaran. Porque si los saludaban, los apóstatas tendrían la oportunidad de introducir sus enseñanzas distorsionadas en la conversación. Lo mismo puede suceder si uno comenta en el sitio web o en las redes sociales de un apóstata. Claramente, cualquiera que saluda a un apóstata “se hace cómplice de sus malas acciones”.
Lo que Pablo escribió en 1 Corintios capítulo 5 trata sobre un hombre que fue expulsado de la congregación por inmoralidad sexual. Parece que ese hombre no era un apóstata; tampoco alentaba a otros a no seguir las normas de Dios. (Compárese con Apocalipsis 2:20.) Así que aunque Pablo dijo a la congregación que dejaran de mezclarse con él —y ni siquiera comieran con él— [u]no dijo que no se le saludara.[/u]
Comparar ahora con lo que dijeron en "Preguntas de los lectores" de la Atalaya del 15 de julio de 1985 (pag. 30)
◼ ¿Se refería 2 Juan 10, que dice que uno no reciba en casa a ciertas personas ni se les salude, únicamente a los que habían promovido alguna doctrina falsa?
Según el contexto, este consejo tenía que ver con los “muchos engañadores” que habían surgido, ‘personas que no confesaban a Jesucristo como venido en carne’ (2 Juan 7). El apóstol Juan ofreció instrucciones respecto a cómo debían tratar los cristianos de aquel entonces a alguien que negara que Jesús hubiera existido o fuera el Cristo y Rescatador. Juan instruyó lo siguiente: “Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas” (2 Juan 10, 11). Pero otras partes de la Biblia muestran que esto tenía una aplicación más extensa.
En cierta ocasión había entre los cristianos de Corinto un hombre que practicaba la inmoralidad, y el apóstol Pablo les escribió para que “[cesaran] de mezclarse en la compañía de cualquiera que llamándose hermano sea fornicador, o avariento, o idólatra, o injuriador, o borracho, o que practique extorsión, ni siquiera comiendo con tal hombre” (1 Corintios 5:11). Ahora bien, ¿aplicaba esto a los ex hermanos que habían sido expulsados únicamente por los males graves que se alistan allí?
No. Revelación 21:8 muestra que también los asesinos, los practicantes de espiritismo y los mentirosos impenitentes, o que no muestran arrepentimiento, están entre los que merecen la muerte segunda. Indudablemente, el consejo registrado en 1 Corintios 5:11 tuvo que haber aplicado con el mismo vigor también a los ex cristianos que eran culpables de estos males. Además, Juan dijo que algunos “salieron de entre nosotros, pero no eran de nuestra clase; porque si hubieran sido de nuestra clase, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron para que se mostrase a las claras que no todos son de nuestra clase” (1 Juan 2:18, 19). Juan no dijo que ellos habían sido expulsados por haber cometido algún pecado grave. Tal vez algunos de ellos meramente se apartaron, habiendo decidido que ya no querían estar en la congregación porque no estaban de acuerdo con cierta doctrina. Otros quizás se cansaron y desfallecieron. (1 Corintios 15:12; 2 Tesalonicenses 2:1-3; Hebreos 12:3, 5.)
Por supuesto, si un hermano emprendía algún derrotero que llevara al pecado, los cristianos maduros trataban de ayudarle (Gálatas 6:1; 1 Juan 5:16). Si él tenía dudas, se esforzaban por ‘arrebatarlo del fuego’ (Judas 23). Aunque se hubiera hecho inactivo y hubiera dejado de asistir a las reuniones y de participar en el ministerio público, los que eran fuertes en sentido espiritual trataban de restaurarlo. Tal vez él les haya dicho que ya no quería tomarse la molestia de pertenecer a la congregación, lo cual habría reflejado una fe débil y poca espiritualidad. Ellos no lo hubieran acosado con preguntas, sino que de vez en cuando lo habrían visitado amigablemente. Tales esfuerzos amorosos, pacientes, y misericordiosos habrían reflejado el interés de Dios en que nadie se pierda. (Lucas 15:4-7.)
Por contraste, las palabras de Juan indican que algunos habían ido más allá de la debilidad e inactividad espiritual; realmente repudiaron la congregación de Dios. Puede que alguien se haya declarado públicamente en contra del pueblo de Dios al decir que ya no quería formar parte de la congregación. Quizás hasta haya renunciado formalmente a la fe que tenía antes, como por medio de una carta. Por supuesto, la congregación habría aceptado la decisión de él de desasociarse. Pero ¿cómo habría de tratársele entonces?
Juan dice: “Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del Cristo no tiene a Dios. El que sí permanece en esta enseñanza es el que tiene al Padre y también al Hijo. Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo” (2 Juan 9, 10). Esas palabras ciertamente aplicarían a alguien que hubiera apostatado por medio de hacerse miembro de una religión falsa o de esparcir alguna doctrina falsa (2 Timoteo 2:17-19). Pero ¿qué hay de aquellos de quienes Juan dijo que “salieron de entre nosotros”? Aunque los cristianos del primer siglo sabían que no debían asociarse con un malhechor expulsado o con un apóstata activo, ¿procedían ellos de manera similar para con alguien que, aunque no estuviera expulsado, voluntariamente hubiera repudiado el camino cristiano?
El libro Aid to Bible Understanding muestra que la palabra “apostasía” se deriva de una palabra griega que literalmente significa “‘un apartarse de’, pero tiene el sentido de ‘deserción, abandono o rebelión’”a. El libro Aid añade: “Entre las diversas causas de la apostasía, que se exponen en las advertencias apostólicas, se hallan las siguientes: la falta de fe (Heb. 3:12), la falta de aguante ante la persecución (Heb. 10:32-39), el apartarse de las normas morales justas (2 Ped. 2:15-22), el prestar atención a las ‘palabras engañosas’ de maestros falsos y a las “expresiones inspiradas que extravían” ([...] 1 Tim. 4:1-3) [...] Por eso, cuando se apartan voluntariamente de la congregación cristiana, tales personas llegan a formar parte del ‘anticristo’ (1 Juan 2:18, 19)”.
Una persona que voluntaria y formalmente se desasociara de la congregación cuadraría con dicha descripción. Se convertiría en un apóstata al repudiar deliberadamente a la congregación de Dios y renunciar al camino cristiano. El cristiano leal no hubiera querido asociarse con un apóstata. Aunque antes hubiera existido una amistad, si alguien repudia a la congregación, apostatando así, estaría rechazando la base para una relación estrecha con los hermanos. Juan expresó claramente que él mismo no recibiría en su casa a alguien que ‘no tuviera a Dios’ o que ‘no fuera de nuestra clase’.
Desde el punto de vista bíblico, la persona que repudiaba a la congregación de Dios llegaba a ser más reprensible que las del mundo. ¿Por qué? Pues, Pablo mostró que en el mundo romano los cristianos estaban diariamente en contacto con fornicadores, con personas que practicaban extorsión y con idólatras. Sin embargo, él dijo que los cristianos tenían que ‘cesar de mezclarse en la compañía de cualquiera que llamándose hermano’ hubiera vuelto a un proceder impío (1 Corintios 5:9-11). De manera similar, Pedro declaró que cualquiera que hubiera “escapado de las contaminaciones del mundo” y que luego hubiera regresado a su modo de vivir anterior era como la cerda que vuelve al fango (2 Pedro 2:20-22). Así que Juan estaba dando consejo armonioso al instruir a los cristianos a que no ‘recibieran en sus casas’ a alguien que voluntariamente hubiera ‘salido de entre nosotros’. (2 Juan 10.)
Juan añadió: “Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas” (2 Juan 11). Juan usa aquí la palabra griega que se usaba para saludar, khairo, en vez de la palabra aspázomai, que se halla en el 2 Juan versículo 13.
Khairo quería decir regocijarse (Lucas 10:20; Filipenses 3:1; 4:4). Esta también se utilizaba en forma de saludo, hablado o escrito (Mateo 28:9; Hechos 15:23; 23:26). Aspázomai quería decir “estrechar entre los brazos, es decir saludar, dar la bienvenida” (Lucas 11:43; Hechos 20:1, 37; 21:7, 19). Cualquiera de estas palabras podría representar un saludo, pero aspázomai probablemente haya querido decir más que un cortés “hola” o “buenos días”. Jesús dijo a los 70 discípulos que no aspásesthe a nadie. Así mostró que la obra urgente que ellos tenían que efectuar no les permitiría disponer del tiempo para saludar de la manera que se acostumbraba en el Oriente, a saber, con besos, abrazos y conversación extensa (Lucas 10:4). Pedro y Pablo instaron lo siguiente: ‘Salúdense [aspásasthe] los unos a los otros con un beso de amor, o un beso santo’. (1 Pedro 5:14; 2 Corintios 13:12, 13; 1 Tesalonicenses 5:26.)
Por lo tanto, Juan probablemente usó a propósito la palabra khairo en 2 Juan 10, 11 en vez de aspázomai (2Jn versículo 13). Si así es, entonces Juan no estaba instando a los cristianos a que sencillamente evitaran el saludar afectuosamente (con abrazos, besos y conversación) a alguien que enseñara falsedad o que hubiera renunciado a la congregación (o hubiera apostatado). Más bien, Juan estaba diciendo que no deberían ni siquiera saludar a tal individuo mediante un khairo, un común “buenos días”.
Las palabras de Juan muestran la seriedad de este consejo: “El que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas”. Ningún cristiano verdadero habría querido que Dios lo hubiera considerado partícipe en obras inicuas debido a asociarse con algún malhechor expulsado o con alguien que haya rechazado a Su congregación. Es mucho mejor ser parte de la amorosa hermandad cristiana, tal como escribió Juan: “Lo que hemos visto y oído se lo estamos informando también a ustedes, para que ustedes también estén teniendo participación con nosotros. Además, esta participación nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. (1 Juan 1:3.)
Marcos 7:7-8: De nada sirve que me estén adorando, porque enseñan doctrinas que son mandatos de hombres’. Ustedes dejan de lado los mandamientos de Dios y se aferran a las tradiciones de los hombres”.