25 Aug, 2025, 10:59 AM
¡Nosotros somos los verdaderos extraterrestres! No necesitamos cruzar portales interdimensionales ni invocar naves de ciencia ficción: ya viajamos, a lomos de una esfera azul, a través del océano infinito del cosmos. Nuestra nave —a la que llamamos Tierra— surca el espacio a más de 107.000 kilómetros por hora, orbitando con fidelidad casi ritual una fuente de energía que parece inagotable: la vida que nos regala el Sol.
Y no viajamos indefensos. Esta nave cuenta con un núcleo ardiente que late como corazón de fuego, con una atmósfera que actúa como escudo invisible, desviando meteoritos, protegiendo cada respiro. Pero no estamos solos en esta defensa: el coloso Júpiter, ese guardián de gas y tormentas, ejerce de centinela silencioso. Con su descomunal gravedad atrae y captura cometas, desviando asteroides que, de otro modo, podrían convertir nuestro viaje en un funeral cósmico. Somos pasajeros de un prodigio que ha sabido tejer su propia armadura planetaria.
Y si alzamos la vista hacia Marte, no podemos evitar la sospecha de que quizá él fue nuestra primera nave, un hogar que algún día nos sostuvo antes de que la vida emigrara hacia aquí. Hoy lo contemplamos como a un hermano exhausto: un planeta reseco, en reposo, al que alguna vez le pedimos demasiado y ahora dejamos descansar, aguardando tal vez a que un día regrese a su papel de anfitrión.
Lo más inquietante es que nuestro viaje no es errático. Todo el sistema solar, como una caravana ancestral de mundos, se desplaza siguiendo una ruta trazada desde hace miles o millones de años. Nadie nos consultó el destino, nadie nos entregó un mapa. La pregunta late en el silencio del espacio: ¿hacia dónde vamos?
Quizás nos dirigimos hacia un punto de encuentro marcado en las estrellas mucho antes de que naciéramos, quizá avanzamos hacia un misterio que ninguna mente humana ha alcanzado a comprender. Lo cierto es que somos viajeros cósmicos, errantes y maravillados, cruzando la negrura sideral sin más certeza que el movimiento perpetuo.
Y no viajamos indefensos. Esta nave cuenta con un núcleo ardiente que late como corazón de fuego, con una atmósfera que actúa como escudo invisible, desviando meteoritos, protegiendo cada respiro. Pero no estamos solos en esta defensa: el coloso Júpiter, ese guardián de gas y tormentas, ejerce de centinela silencioso. Con su descomunal gravedad atrae y captura cometas, desviando asteroides que, de otro modo, podrían convertir nuestro viaje en un funeral cósmico. Somos pasajeros de un prodigio que ha sabido tejer su propia armadura planetaria.
Y si alzamos la vista hacia Marte, no podemos evitar la sospecha de que quizá él fue nuestra primera nave, un hogar que algún día nos sostuvo antes de que la vida emigrara hacia aquí. Hoy lo contemplamos como a un hermano exhausto: un planeta reseco, en reposo, al que alguna vez le pedimos demasiado y ahora dejamos descansar, aguardando tal vez a que un día regrese a su papel de anfitrión.
Lo más inquietante es que nuestro viaje no es errático. Todo el sistema solar, como una caravana ancestral de mundos, se desplaza siguiendo una ruta trazada desde hace miles o millones de años. Nadie nos consultó el destino, nadie nos entregó un mapa. La pregunta late en el silencio del espacio: ¿hacia dónde vamos?
Quizás nos dirigimos hacia un punto de encuentro marcado en las estrellas mucho antes de que naciéramos, quizá avanzamos hacia un misterio que ninguna mente humana ha alcanzado a comprender. Lo cierto es que somos viajeros cósmicos, errantes y maravillados, cruzando la negrura sideral sin más certeza que el movimiento perpetuo.
"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL
The bible is glitchtastic! Sorry for the spoiler.
Lee la traducción que realicé al libro "Nueva Luz" documenta decenas de cambios en las doctrinas de los testigos.