06 Jun, 2019, 08:52 AM
No sé si Dios existe, pero sería mejor para su reputación que no.– Jules Renard (1864-1910)
Una noche cuando tenía doce años de edad, el abuelo y yo, estábamos parados silenciosamente en el jardín delantero de la enorme casa antigua de la granja de la familia en el Valle Central de California, no lejos de Modesto. Era muy tranquilo, el tipo de tranquilidad que sólo consigues lejos de la ciudad, después de que el trabajo se ha detenido en la granja, los tractores son silenciosos y los camiones en la autopista han pasado en su camino. Unos grillos comenzaban su coro de noche. El Ululato de un búho se escuchaba claramente a través del campo de la habas de cuarenta hectáreas de la antigua granja lechera en el lado sur, donde ella hizo nido.
El tema que capto nuestra embelesada atención era la puesta de sol, uno de esos muestras rarsas y magnificas que sigue una tormenta de primavera, cuando el aire está claro sobre el gran Valle Central de las tierras agrícolas. Los rayos del sol descolorados iluminan la parte inferior de las nubes altas y persistentes, lo que los hace brillar en todos los colores, de color naranja brillante cerca del horizonte, al rojo brillante sobre nosotros, a un púrpura opaco detrás de nosotros contra el tenue contorno de la Sierra Nevada cubiertas de nieve montañas, todo el conjunto contra un cielo tan azul y claro que te embriaga.
al descolorarse la puesta del sol, el abuelo dijo sin girar, "no sé cómo puedes ser testigo de tal magnificencia y no creer en Dios."
Sin pensarlo, la versión de doce años de me respondió: "no veo la conexión, abuelo. Einstein explicó por qué el cielo es azul y atardecer es rojo. Obtuvo un premio Nobel para él. Es por el efecto fotoeléctrico. Verás, el oxígeno..."
El Abuelo se volvió y me miró, y me detuve. El abuelo era un hombre inusual, un agricultor con un grado de la Universidad de California. De hecho, mi abuelo estuvo en la misma primera clase en UC Davis en 1929, donde también obtuve mi licenciatura cuarenta y nueve años más tarde. El abuelo sabía sobre la ciencia y un poco de física, y abuelo sabía que yo era un nerd de la ciencia.
Hubo un momento de silencio. "No sé cómo sobreviviría sin Dios, hijo. Mi vida ha sido muy dura y llena de miseria, pero me he mantenido siguiendo adelante porque sé que voy a tener mi recompensa cuando muera. Y de vez en cuando, Dios me muestra su gloria en una puesta de sol."
No sabía qué decir. ¿Miserable la vida del abuelo? ¿Cómo podría ser esto?
"Incluso si no crees en Dios, hijo, debes tomar tiempo siempre que puedas para detenerte y ver sus gloriosas puestas de sol. Nunca olvides eso."
Y nunca lo hice. Todavía pienso en el abuelo cada vez que veo una puesta de sol. Sé que Einstein lo explicó en 1906, pero sigue siendo una de las cosas más bellas que he visto. Gracias, abuelo.
Pero nunca olvidaré esas palabras tristes, "No sé cómo sobreviviría sin Dios". Esas ocho palabras eran una prisión para mi abuelo. Él utilizó una recompensa imaginaria en el cielo que le ayudara a aceptar su miseria. En vez de hacer su vida mejor, hizo lo que los hombres y las mujeres se les ha enseñado durante miles de años: aceptar tu destino, no te quejes, no cuestionan su vida, porque la recompensa viene después.
El abuelo me enseñó más con esas ocho palabras tristes que lo que habría podido explicar sobre la majestad de Dios, revelada en una puesta de sol. Su resignación me inspiró para hacer mi vida mejor, para arreglar las cosas que están mal en mi vida y nunca abandonar la lucha. no hay cielo y no hay infierno. Si mi vida apesta ahora, tengo que mejorarla ahora, porque no hay segundas oportunidades.
Y mi vida es buena. Gracias por esa lección, también abuelo.
La realidad es cruel y brutal, la naturaleza reclama su territorio, podemos optar par una realidad alternativa, y también optar por la realidad frente a nuestros ojos, pero sin dudad lo que no hará felices es ver a nuestros seres queridos felices, dejándolos ser quien son.
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