03 Oct, 2019, 05:21 PM
El pequeño pensamiento que nació aquella fría mañana del segundo sábado del mes precursor del invierno, finalmente floreció al inicio de la tarde, cuando el sol se alzaba imponente a sofocar todo rastro de humedad en el ambiente. No solamente floreció, mutó de manera exorbitante en una necesidad apremiante. Así que, ahí estaba Ermack, fumándose su noveno cigarrillo mientras pensaba en qué iba a decir cuando llegara al salón del reino. Lo que más le molestaba era la idea de encontrarse con alguien conocido de su antigua congregación, pero no reparó más en eso, tampoco es que le importara ya. !Déjalo correr!, pensó en sus adentros. <<Que sea lo que el señor de las moscas quiera>>, después de todo, tan sólo era inactivo, no un apestoso expulsado.
Recapituló conversaciones con Mathew y recordó los horarios del sábado. Seis de la tarde. Buena hora, daba tiempo de gastarse la mañana y la tarde en lo que sea, si es que no salías a predicar para aparentar tener espiritualidad, y luego de abandonar aquella pantomima, podías incluso tomarte un par de cervezas bien frías mientras brindabas con el espíritu de Rutherford, el segundo presidente de la Watchtower famoso por sus borracheras en público.
Llegaría quince minutos antes. Quería saborear todo el matiz de facciones que podría observar en las caras de los hermanos (esperaba muy pocas distendidas), y se colgaría de la excusa de Mathew si es que alguien le preguntaba por su presencia. Pensaba llevar una vieja biblia que tenía empolvada en alguno de los cajones (herencia del antiguo dueño del piso), pero la verdad es que le valía tres cuartos de zanahoria. Al final decidió que el olor a tabaco que le impregnaba habitualmente, sería suficiente para ahuyentar a cualquier sonrisa inquisitiva en el salón del reino. Llevar una biblia sólo daría a temas de conversación y él hace mucho que ya no tenía ese tipo de conversaciones más que con el insípido y bien programado Mathew.
Consultó la dirección en el mapa de Google (bendita tecnología) y faltando una hora, empezó con los preparativos. Al principio pensó en ir con un atuendo de hippie de los 70 para ahuyentar aún más a los testigos, pero prefirió vestirse semiformalmente. También leyó las notas oficiales sobre la prohibición de los testigos de Jehová en la unión europea, para estar informado un poco más, y salió de casa cuando finalmente se calzó un par de mocasines marrones.
Llegó a la hora planificada, en el salón del reino ya se podía advertir la presencia de los primeros hermanitos espirituales correteando de un lado a otro, intentando estar listos para la reunión de aquel día. Seguramente el conferenciante ya estaba allí, pues bajo un enorme letrero con las siglas JW de color blanco, se desplegaba los horarios y un discurso figuraba pionero ante el estudio de la atalaya.
<<Estudio de la atalaya, y una m-i-e-r-d-a>>, pensó cuando vio los horarios y recordaba los tediosos estudios que aguantó en sus años de testigo, muchas veces repitiendo la misma e inagotable cantaleta de temas: el amor a los hermanos, salir a predicar, obedecer a los ancianos, la hermandad mundial, ser puros hasta el fin, estar alerta. Todos los títulos se le pasaron uno tras otro en su mente como cuando un tren atraviesa ferozmente delante de ti y sólo puedes quedarte viéndolo, dándole paso.
Una mujer vestida con falda hasta los tobillos, con una abertura al costado, calzando botines pequeños de apariencia country, regordeta, bastante maquillada, cargando una bandolera semiabierta en la espalda de la que intentaba escaparse la esquina arrugada de una revista, como si estuviera secuestrada. Llegó junto a él y le saludó en la entrada. Quizá notó el tono dubitativo con el que Ermack observaba la pared acre del edificio religioso.
—Hola, bienvenido al salón del reino —Saludó mostrando una amplia sonrisa que dejaba entrever sus dientes chuecos y un pedazo de culantro al borde de un colmillo. Tenía la mano extendida. Ermack se la apretó y saludó con un ligero movimiento de cabeza—. Por favor, adelante, supongo que viene a escuchar el discurso ya que alguien le invitó.
—La verdad es que sí, pero me gustaría estar aquí fuera un poco más, pero le agradezco su cordialidad.
Así, la testigo de Jehová siguió su camino y Ermack se safó de la primera ola de amor. <<¿Qué rayos estoy haciendo aquí, debería irme ahora que hay tiempo>>, pero el deseo era ya demasiado grande. Quería estar en esa reunión que para él sería histórica. A pesar de que el discurso y el contenido de la atalaya no estuvieran adecuados para la ocasión, Ermack estaba seguro de que de alguna manera el discursante y el director de la atalaya, darían comentarios al respecto al igual que las caras de los hermanos. No se llevó ninguna decepción con la hermana regordeta que le acababa de saludar, pues sudaba felicidad por los poros, muy posiblemente por la noticia de la prohibición. Sería una de esas testigos convencidas acérrimas que a la vez intentan atraer a algún hermano espiritual con sus comentarios en la atalaya y su forma de vestir.
Finalmente, un acomodador de unos treinta años, muy posiblemente acosado por la hermanita del diente con culantro, salió con paso redoblado a darle la bienvenida a Ermack.
— !Bienvenido! Es un gusto tenerlo aquí —una sonrisa muy amplia, un apretón de manos muy convincente, casi político, y el mismo tono de voz que usaría un pedófilo para atrapar a algún niño pequeño—. Mi nombre es Ricardo López, ¿cuál es el suyo? —Se podía respirar la irrealidad de aquella bienvenida. Al menos para el radar de Ermack que ya había estado sentado escuchando chorrocientos discursos sobre cómo ser agradable y dar la bienvenida a los nuevos.
—Mi nombre es Ermack —No dijo su apellido apropósito—, vivo cerca de aquí, Mathew me invitó a la reunión y quise dar un vistazo.
—Gracias a Jehová —al parecer sólo había un Mathew en esa congregación—, ¿Sabía usted que la biblia dice que Jehová atrae a las personas sinceras? —Y sin dejar lugar a réplica, casi inmediatamente profirió—: Juan, capítulo seis, versículo cuarenta y cuatro —Ahora, su enorme mano sudorosa estaba sobre el encrespado hombro de Ermack, forzándolo a caminar junto con él, como si fueran amigos de toda la vida. Él se dejó llevar, sintiéndose como una pequeña oveja siendo llevada al desolladero.
No hubo trompeta de Dios, ni de arcángel que lo recibiera, sólo la moribunda luz solar que entraba por las persianas semiabiertas de las ventanas. El olor era un poco agrio, como si fueran los vestidores de un equipo de fútbol. Tres ventiladores enormes estaban pegados al techo distribuidos verticalmente a lo largo de toda la nave central, dando vueltas perezosamente, centrifugando el aire caliente del interior. Ermack quiso dar media vuelta ahí mismo, pues, por alguna razón, pensó encontrar aire acondicionado, pero lo único que vio fue una legión de zombies que lo acechaba con la mirada y estaba apunto de abalanzarse sobre él para desgarrar su carne.
Recapituló conversaciones con Mathew y recordó los horarios del sábado. Seis de la tarde. Buena hora, daba tiempo de gastarse la mañana y la tarde en lo que sea, si es que no salías a predicar para aparentar tener espiritualidad, y luego de abandonar aquella pantomima, podías incluso tomarte un par de cervezas bien frías mientras brindabas con el espíritu de Rutherford, el segundo presidente de la Watchtower famoso por sus borracheras en público.
Llegaría quince minutos antes. Quería saborear todo el matiz de facciones que podría observar en las caras de los hermanos (esperaba muy pocas distendidas), y se colgaría de la excusa de Mathew si es que alguien le preguntaba por su presencia. Pensaba llevar una vieja biblia que tenía empolvada en alguno de los cajones (herencia del antiguo dueño del piso), pero la verdad es que le valía tres cuartos de zanahoria. Al final decidió que el olor a tabaco que le impregnaba habitualmente, sería suficiente para ahuyentar a cualquier sonrisa inquisitiva en el salón del reino. Llevar una biblia sólo daría a temas de conversación y él hace mucho que ya no tenía ese tipo de conversaciones más que con el insípido y bien programado Mathew.
Consultó la dirección en el mapa de Google (bendita tecnología) y faltando una hora, empezó con los preparativos. Al principio pensó en ir con un atuendo de hippie de los 70 para ahuyentar aún más a los testigos, pero prefirió vestirse semiformalmente. También leyó las notas oficiales sobre la prohibición de los testigos de Jehová en la unión europea, para estar informado un poco más, y salió de casa cuando finalmente se calzó un par de mocasines marrones.
Llegó a la hora planificada, en el salón del reino ya se podía advertir la presencia de los primeros hermanitos espirituales correteando de un lado a otro, intentando estar listos para la reunión de aquel día. Seguramente el conferenciante ya estaba allí, pues bajo un enorme letrero con las siglas JW de color blanco, se desplegaba los horarios y un discurso figuraba pionero ante el estudio de la atalaya.
<<Estudio de la atalaya, y una m-i-e-r-d-a>>, pensó cuando vio los horarios y recordaba los tediosos estudios que aguantó en sus años de testigo, muchas veces repitiendo la misma e inagotable cantaleta de temas: el amor a los hermanos, salir a predicar, obedecer a los ancianos, la hermandad mundial, ser puros hasta el fin, estar alerta. Todos los títulos se le pasaron uno tras otro en su mente como cuando un tren atraviesa ferozmente delante de ti y sólo puedes quedarte viéndolo, dándole paso.
Una mujer vestida con falda hasta los tobillos, con una abertura al costado, calzando botines pequeños de apariencia country, regordeta, bastante maquillada, cargando una bandolera semiabierta en la espalda de la que intentaba escaparse la esquina arrugada de una revista, como si estuviera secuestrada. Llegó junto a él y le saludó en la entrada. Quizá notó el tono dubitativo con el que Ermack observaba la pared acre del edificio religioso.
—Hola, bienvenido al salón del reino —Saludó mostrando una amplia sonrisa que dejaba entrever sus dientes chuecos y un pedazo de culantro al borde de un colmillo. Tenía la mano extendida. Ermack se la apretó y saludó con un ligero movimiento de cabeza—. Por favor, adelante, supongo que viene a escuchar el discurso ya que alguien le invitó.
—La verdad es que sí, pero me gustaría estar aquí fuera un poco más, pero le agradezco su cordialidad.
Así, la testigo de Jehová siguió su camino y Ermack se safó de la primera ola de amor. <<¿Qué rayos estoy haciendo aquí, debería irme ahora que hay tiempo>>, pero el deseo era ya demasiado grande. Quería estar en esa reunión que para él sería histórica. A pesar de que el discurso y el contenido de la atalaya no estuvieran adecuados para la ocasión, Ermack estaba seguro de que de alguna manera el discursante y el director de la atalaya, darían comentarios al respecto al igual que las caras de los hermanos. No se llevó ninguna decepción con la hermana regordeta que le acababa de saludar, pues sudaba felicidad por los poros, muy posiblemente por la noticia de la prohibición. Sería una de esas testigos convencidas acérrimas que a la vez intentan atraer a algún hermano espiritual con sus comentarios en la atalaya y su forma de vestir.
Finalmente, un acomodador de unos treinta años, muy posiblemente acosado por la hermanita del diente con culantro, salió con paso redoblado a darle la bienvenida a Ermack.
— !Bienvenido! Es un gusto tenerlo aquí —una sonrisa muy amplia, un apretón de manos muy convincente, casi político, y el mismo tono de voz que usaría un pedófilo para atrapar a algún niño pequeño—. Mi nombre es Ricardo López, ¿cuál es el suyo? —Se podía respirar la irrealidad de aquella bienvenida. Al menos para el radar de Ermack que ya había estado sentado escuchando chorrocientos discursos sobre cómo ser agradable y dar la bienvenida a los nuevos.
—Mi nombre es Ermack —No dijo su apellido apropósito—, vivo cerca de aquí, Mathew me invitó a la reunión y quise dar un vistazo.
—Gracias a Jehová —al parecer sólo había un Mathew en esa congregación—, ¿Sabía usted que la biblia dice que Jehová atrae a las personas sinceras? —Y sin dejar lugar a réplica, casi inmediatamente profirió—: Juan, capítulo seis, versículo cuarenta y cuatro —Ahora, su enorme mano sudorosa estaba sobre el encrespado hombro de Ermack, forzándolo a caminar junto con él, como si fueran amigos de toda la vida. Él se dejó llevar, sintiéndose como una pequeña oveja siendo llevada al desolladero.
No hubo trompeta de Dios, ni de arcángel que lo recibiera, sólo la moribunda luz solar que entraba por las persianas semiabiertas de las ventanas. El olor era un poco agrio, como si fueran los vestidores de un equipo de fútbol. Tres ventiladores enormes estaban pegados al techo distribuidos verticalmente a lo largo de toda la nave central, dando vueltas perezosamente, centrifugando el aire caliente del interior. Ermack quiso dar media vuelta ahí mismo, pues, por alguna razón, pensó encontrar aire acondicionado, pero lo único que vio fue una legión de zombies que lo acechaba con la mirada y estaba apunto de abalanzarse sobre él para desgarrar su carne.
"Es al caer en el abismo cuando recuperamos los tesoros de la vida" -JOSEPH CAMPBELL
The bible is glitchtastic! Sorry for the spoiler.
Lee la traducción que realicé al libro "Nueva Luz" documenta decenas de cambios en las doctrinas de los testigos.