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Si Lovecraft hubiera sido presidente de la Watchtower...
#1

Por eones insondables, el Príncipe de las Sombras ha urdido su oscura trama, valiéndose de aquellos que, renegando de la luz divina, se tornaron apóstatas y sirvieron como sus pérfidos emisarios para seducir a los fieles siervos del Altísimo (Mateo 13:36-39). Aunque estos espectros de la fe profesen en voz y rito la adoración a Jehová y el sagrado texto de la Biblia, en sus almas yace la negación absoluta de la manifestación visible de la organización sagrada. Algunos, en su abominable osadía, regresan a defender doctrinas corruptas, enlodando al Creador con las herejías nacidas en la abominable “Babilonia la Grande”, aquel imperio sombrío y monstruoso de la religión falsa, cuya corruptela reina sobre el mundo (Revelación 17:5; 2 Pedro 2:19-22).

Los profetas inspirados por la luz divina, con palabras imbuidas de sabiduría denunciaron con fervor los ardides y motivos que guían a estas almas desviadas.

¿Qué buscan, entonces, estas entidades? No se contentan con renegar de la fe que quizá una vez abrazaron, sino que en su insaciable apetito de corrupción desean arrastrar consigo a otros, a más fieles inocentes. No se retiran discretamente hacia las sombras del exilio, sino que intentan subyugar a los discípulos, arrastrándolos tras de sí como bestias a su lazo (Hechos 20:29, 30). Así, el apóstol Pablo profirió una advertencia que parece susurrar desde las fosas abismales: “Cuidado: que nadie os capture como presa” (Colosenses 2:8). ¿Acaso no resumen estas palabras el oscuro propósito de los apóstatas? Como un rapto ignominioso de la víctima hacia un destino ignoto, así estos secuestradores de almas apartan a los confiados miembros del rebaño, llevándolos a la perdición.

¿Y qué artes oscuras emplean para lograr su fatal designio? Se sumergen en el lodo putrefacto de la tergiversación, el velo sutil de medias verdades y la insolente mentira que no conoce límites. Jesús, en su luminosa sabiduría, previó que sus discípulos serían blanco de calumnias abominables, lanzadas con fervor infernal (Mateo 5:11, Nueva Versión Internacional, 1990). Estos opositores, maliciosos y astutos, esparcen falsedades que corroen la verdad como un veneno lento. Pedro, el apóstol, advirtió que los apóstatas utilizarían palabras engañosas y retorcerían las Escrituras como serpientes enroscadas en la sombra (2 Pedro 2:3, 13; 3:16). Y tristemente, con tales artes malévolas, logran subvertir la fe de algunos, como un miasma oscuro que se extiende sobre la esperanza (2 Timoteo 2:18).

Así, en el corazón de esta lucha invisible, la batalla se libra entre la luz que revela y la sombra que oculta, en un abismo sin fin, donde la cordura y la fe se enfrentan a horrores que desafían toda razón y temor humano.

¿Cómo preservarnos de los sutiles horrores que emanan de los labios y plumas de los apóstatas? Solo mediante la vigilancia perpetua y la obediencia al consejo ancestral grabado en las Escrituras, esa reliquia sagrada cuyo eco aún resuena en los recovecos del tiempo: “Observen con ojos abiertos a los que siembran divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que han recibido, y apártense de ellos” (Romanos 16:17).

Esa separación no es mera cortesía espiritual, sino una barrera esencial ante una influencia que rezuma la corrupción de lo innombrable. Al rehusar prestar oído a sus razonamientos —ya surjan en forma humana, en letra impresa, o como murmullos digitales en las cavernas de la red— nos protegemos del influjo que no solo extravía, sino que consume desde adentro, como un moho invisible que corroe la fe.

¿Y por qué adoptamos esta defensa inquebrantable? Porque así lo ordena la Palabra del Altísimo, y sabemos, como quien contempla la vastedad de un universo indiferente, que Jehová —Aquel cuyo nombre no debe tomarse a la ligera— vela por nuestro bienestar (Isaías 48:17, 18). Su consejo es faro entre las sombras.

Mas hay otra razón, de no menos peso ni menos arcana: amamos a la estructura viviente y sagrada que nos ha instruido en las verdades preciosas, aquellas que nos distinguen de la obscena amalgama que es Babilonia la Grande —ese imperio sin rostro, tentacular y blasfemo, cuyos dogmas embriagan como vino envenenado.

Y sin embargo, reconocemos con humilde temblor que nuestro conocimiento del propósito divino es imperfecto, como visiones parciales de un manuscrito oculto en criptas que aún no se han abierto por completo. Sabemos que el entendimiento espiritual se revela poco a poco, en fases sucesivas, como la aurora que nace entre neblinas y ruinas (Proverbios 4:18).

Los fieles —aquellos que aún no han caído presa de la desesperación cósmica o del delirio sectario— no tememos esta espera. No abandonamos la organización que el Dios Altísimo ha escogido, pues vemos en ella las señales inequívocas de Su bendición, como runas vivas inscritas en el tejido mismo de la realidad (Hechos 6:7; 1 Corintios 3:6). Y mientras la noche ruge con voces de locura, permanecemos firmes... al resguardo de una luz que nunca será extinguida y que replandece por la eternidad.
[+] 2 usuarios dieron MeGusta Sistema de Cosas.
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#2

(25 May, 2025, 08:30 PM)Sistema de Cosas escribió:  Por eones insondables, el Príncipe de las Sombras ha urdido su oscura trama, valiéndose de aquellos que, renegando de la luz divina, se tornaron apóstatas y sirvieron como sus pérfidos emisarios para seducir a los fieles siervos del Altísimo (Mateo 13:36-39). Aunque estos espectros de la fe profesen en voz y rito la adoración a Jehová y el sagrado texto de la Biblia, en sus almas yace la negación absoluta de la manifestación visible de la organización sagrada. Algunos, en su abominable osadía, regresan a defender doctrinas corruptas, enlodando al Creador con las herejías nacidas en la abominable “Babilonia la Grande”, aquel imperio sombrío y monstruoso de la religión falsa, cuya corruptela reina sobre el mundo (Revelación 17:5; 2 Pedro 2:19-22).

Los profetas inspirados por la luz divina, con palabras imbuidas de sabiduría  denunciaron con fervor los ardides y motivos que guían a estas almas desviadas.

¿Qué buscan, entonces, estas entidades? No se contentan con renegar de la fe que quizá una vez abrazaron, sino que en su insaciable apetito de corrupción desean arrastrar consigo a otros, a más fieles inocentes. No se retiran discretamente hacia las sombras del exilio, sino que intentan subyugar a los discípulos, arrastrándolos tras de sí como bestias a su lazo (Hechos 20:29, 30). Así, el apóstol Pablo profirió una advertencia que parece susurrar desde las fosas abismales: “Cuidado: que nadie os capture como presa” (Colosenses 2:8). ¿Acaso no resumen estas palabras el oscuro propósito de los apóstatas? Como un rapto ignominioso de la víctima hacia un destino ignoto, así estos secuestradores de almas apartan a los confiados miembros del rebaño, llevándolos a la perdición.

¿Y qué artes oscuras emplean para lograr su fatal designio? Se sumergen en el lodo putrefacto de la tergiversación, el velo sutil de medias verdades y la insolente mentira que no conoce límites. Jesús, en su luminosa sabiduría, previó que sus discípulos serían blanco de calumnias abominables, lanzadas con fervor infernal (Mateo 5:11, Nueva Versión Internacional, 1990). Estos opositores, maliciosos y astutos, esparcen falsedades que corroen la verdad como un veneno lento. Pedro, el apóstol, advirtió que los apóstatas utilizarían palabras engañosas y retorcerían las Escrituras como serpientes enroscadas en la sombra (2 Pedro 2:3, 13; 3:16). Y tristemente, con tales artes malévolas, logran subvertir la fe de algunos, como un miasma oscuro que se extiende sobre la esperanza (2 Timoteo 2:18).

Así, en el corazón de esta lucha invisible, la batalla se libra entre la luz que revela y la sombra que oculta, en un abismo sin fin, donde la cordura y la fe se enfrentan a horrores que desafían toda razón y temor humano.

¿Cómo preservarnos de los sutiles horrores que emanan de los labios y plumas de los apóstatas? Solo mediante la vigilancia perpetua y la obediencia al consejo ancestral grabado en las Escrituras, esa reliquia sagrada cuyo eco aún resuena en los recovecos del tiempo: “Observen con ojos abiertos a los que siembran divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que han recibido, y apártense de ellos” (Romanos 16:17).

Esa separación no es mera cortesía espiritual, sino una barrera esencial ante una influencia que rezuma la corrupción de lo innombrable. Al rehusar prestar oído a sus razonamientos —ya surjan en forma humana, en letra impresa, o como murmullos digitales en las cavernas de la red— nos protegemos del influjo que no solo extravía, sino que consume desde adentro, como un moho invisible que corroe la fe.

¿Y por qué adoptamos esta defensa inquebrantable? Porque así lo ordena la Palabra del Altísimo, y sabemos, como quien contempla la vastedad de un universo indiferente, que Jehová —Aquel cuyo nombre no debe tomarse a la ligera— vela por nuestro bienestar (Isaías 48:17, 18). Su consejo es faro entre las sombras.

Mas hay otra razón, de no menos peso ni menos arcana: amamos a la estructura viviente y sagrada que nos ha instruido en las verdades preciosas, aquellas que nos distinguen de la obscena amalgama que es Babilonia la Grande —ese imperio sin rostro, tentacular y blasfemo, cuyos dogmas embriagan como vino envenenado.

Y sin embargo, reconocemos con humilde temblor que nuestro conocimiento del propósito divino es imperfecto, como visiones parciales de un manuscrito oculto en criptas que aún no se han abierto por completo. Sabemos que el entendimiento espiritual se revela poco a poco, en fases sucesivas, como la aurora que nace entre neblinas y ruinas (Proverbios 4:18).

Los fieles —aquellos que aún no han caído presa de la desesperación cósmica o del delirio sectario— no tememos esta espera. No abandonamos la organización que el Dios Altísimo ha escogido, pues vemos en ella las señales inequívocas de Su bendición, como runas vivas inscritas en el tejido mismo de la realidad (Hechos 6:7; 1 Corintios 3:6). Y mientras la noche ruge con voces de locura, permanecemos firmes... al resguardo de una luz que nunca será extinguida y que replandece por la eternidad.

Si no llega a ser porque fue ateo casi me lo creo  Rolleyes

Muy bueno
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