"Nací en la verdad"
Mis primeros recuerdos están ligados a las actividades de la congregación y a la rutina que se seguía en casa. Desde muy pequeño, las mañanas comenzaban con el estudio en familia. Mi madre me despertaba temprano para sentarnos alrededor de la mesa con la Biblia y las publicaciones de la organización. Generalmente, iniciábamos con la lectura y comentario del Texto Diario.En ese entorno, aprendí que existían dos realidades: la de quienes servían a Jehová dentro de la organización y la del resto del mundo, descrito como un lugar peligroso y moralmente deteriorado. Desde pequeño entendí que nuestra forma de vida era distinta, y que esa diferencia no era opcional, sino parte de nuestra identidad.
Las asambleas eran los eventos más esperados. Nos vestíamos con ropa especial y viajábamos para reunirnos con miles de personas en auditorios o estadios. Allí, los discursos hablaban del “nuevo mundo” que vendría: un lugar sin enfermedades ni muerte, donde los animales vivirían en paz y las personas tendrían hogares seguros. Estas imágenes se reforzaban con ilustraciones y relatos bíblicos que aprendíamos desde la infancia.
El salón del Reino se convirtió en un lugar habitual. Asistíamos varias veces a la semana a reuniones que seguían un formato establecido: cantos, oraciones, lectura y comentarios. Con el tiempo, uno se acostumbraba al orden y la previsibilidad de estas reuniones, así como a la participación mediante respuestas preparadas.
Parte importante de la vida era la predicación. Acompañaba a mis padres de casa en casa, llevando publicaciones y conversando con desconocidos. Aprendí a seguir un guion, a mostrar amabilidad y a responder con base en los textos bíblicos. Aunque otros niños dedicaban ese tiempo a jugar, para mí era normal destinarlo a la obra de predicar.
En el hogar, la información y el entretenimiento estaban regulados. La televisión, la música y los libros se seleccionaban de acuerdo con las recomendaciones de la organización. Las celebraciones como cumpleaños o festividades nacionales no formaban parte de nuestra vida, lo que a veces me diferenciaba de mis compañeros de escuela.
En conjunto, esos primeros años estuvieron marcados por una rutina bien definida: reuniones, estudio personal, predicación y actividades familiares. Todo giraba en torno a la fe y a la comunidad de la congregación. Era un entorno que ofrecía estructura, reglas claras y un sentido de pertenencia, sin que en ese momento considerara la posibilidad de un modo de vida distinto.