25 Feb, 2021, 08:30 AM
Hola. Hace tiempo que no estoy por acá. He estado muy ocupada con el Blog y en este tiempo he publicado varios artículos que pueden resultar interesantes a quienes necesitamos comenzar de cero luego de abandonar la jaula emocional en la que estuvimos prisioneros.
Aquí te dejo uno de esos artículos y si te gusta recuerda que en el Blog encontrarás mucho mas como ese.
No olvides dejarme tus comentarios para saber que es lo que piensas.
___________???___________
LA LEY DE LA ATRACCIÓN Y CÓMO CAMBIÓ MI VIDA
Como te decía en el artículo anterior, mi vida cambió drásticamente cuando conocí el secreto de la ley de la atracción. Sin embargo, muchos de sus enunciados me parecían poco creíbles y hasta fantasiosos.
Pero, como no podía negar la poderosa verdad de que atraemos a nuestra vida aquello en lo que enfocamos nuestros pensamientos, terminé creando mi propia versión de la ley de la atracción.
Luego de tener bien claro el concepto y de estar segura de que solo un cambio drástico de actitud lograría modificar mi vida, comenzó el largo proceso de transformación. Algo difícil, si tenemos en cuenta mis orígenes.
La ovejita negra
Era la niña rara, sentada siempre sola en el aula para que mi padre no fuera a sorprenderme nunca cerca de algún niño. Tenía prohibido hablar o jugar con todos. Eran “mundanos”, crueles, malos, delincuentes y serían destruidos muy pronto en el Armagedón.
Y yo debía ser obediente, fiel a Jehová y a mis padres y mantenerme alejada de toda la contaminación del mundo, no importaba si esa “contaminación” era en la forma de niños de 7 años.
Como es de esperarse, muy pronto fui el foco de todas las burlas y maltratos. Mis faldas, mucho más largas que las de las demás niñas, ocasionaba que me llamaran monja. No podía bailar o cantar las canciones infantiles ni participar o comer pastel en los cumpleaños colectivos que se celebraban una vez al mes dentro del aula.
Tampoco cantaba el himno nacional cada mañana, en el acto matutino antes de entrar al aula, ni usaba la pañoleta que forma parte del uniforme escolar en Cuba. Y para colmo de males, mi inmensa nariz les daba más motivos para hacer de mí un ser horrible, raro y detestable, al que era normal despreciar.
No es de extrañar que me sintiera como alguien inferior. Crecí en un hogar donde la violencia física y psicológica era el pan de cada día. Y afuera, solo estaban esas personas crueles que se burlaban de mí. Por eso, cada una de mis acciones siempre estaba sugestionada por la supuesta reacción que podría desencadenar.
Cuando el pesimismo es el modelo a seguir
Pero todo eso era solo una parte de mi realidad. Las creencias de los testigos de Jehová se apoyan, básicamente en el apocalipticismo. La frase “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo” describe muy bien sus ideologías.
Ellos asumen que estamos viviendo en los últimos días y se apoyan para eso en una serie de textos bíblicos que relaciona la ocurrencia de catástrofes, guerras, terremotos y hambrunas con la llegada del fin.
En ese contexto, cada desastre y calamidad es visto como algo positivo. Y cuantas más desgracias ocurran, acrecientan las “pruebas” que creen tener, de que el fin está “más cerca que nunca”. Es normal entonces, escuchar en un grupo de testigos cómo compiten por demostrar quien tiene más enfermedades y problemas o cómo son despreciados y humillados por las personas “del mundo”.
Por supuesto, ninguno de mis sueños y anhelos tenía cabida en ese entorno. Así que aprendí a reprimirlos, a verlos como fantasías que solo lograrían amargarme y desviarme de lo que era “realmente importante”. Traté de desempeñar el rol que la vida me había impuesto, poniéndole todo mi empeño y dedicación y segura de que era el único camino verdadero.
Aquella niña retraída y asustada se convirtió en una mujer complicada. Ahora, mirando hacia atrás, puedo verlo, aunque en ese momento estaba segura de ser la que llevaba siempre la razón. Solía esconderme tras una máscara de orgullo y fortaleza que, no obstante, era muy fácil hacer añicos.
Aquel halo de fatalismo que se había grabado en mi subconsciente junto a la certeza de ser una víctima, me habían convertido en una persona insegura, pesimista y malhumorada. Serpenteaba constantemente entre un sinfín de emociones.
De soñar, llena de ilusiones, que podía hacer realidad algún proyecto, pasaba a la frustración de constatar mi incapacidad para lograrlo.
La miseria imperante en el país, la escasez de todo y en todas las esferas, las leyes absurdas impuestas por el gobierno con el objetivo de obstaculizar cualquier iniciativa por pequeña que fuera y el potente freno que la secta significaba para mí, me hacían sentirme insignificante e incapaz.
En el fondo, siempre sentía que la verdadera razón de no lograr nada, no era las condiciones externas, de la que me sentía una víctima, sino mi propia incapacidad. Pero todos esos sentimientos eran escondidos tras mi máscara. Actuaba con petulancia, aparentaba una excesiva seguridad y creía que siempre tenía la razón en todas las conversaciones.
Era difícil suponer, que aquella chica arrogante e irascible estaba rota y que se escondía detrás de aquella frágil máscara para lamerse las heridas. Mi vulnerabilidad afectaba todos los aspectos de la vida. Estaba imperiosamente necesitada de amor y la distorsión de la realidad que me proporcionaba mi estrecha visión lo complicaba todo.
Detrás de aquella aparente fortaleza se escondían todos mis miedos. Seguía siendo aquella niña asustada a la que molestaban por su nariz. Me sentía inferior a todas las mujeres que conocía, aunque mi actitud reflejara lo contrario.
Y cuando alguien demostraba algún interés en mí, no podía dejar de sentirme atraída. No recuerdo haber hecho elección alguna en todos esos años. Solo me dejaba elegir y me sentía honrada de ser escogida. Sí, así de mal andaban las cosas por mi cabeza.
Por supuesto, eso significó dejar entrar a mi vida a personas que lejos de aportarme razones para madurar, crecer emocionalmente y sanar, trajeron más dolor, frustraciones y conflictos de todo tipo. Y si antes estaba rota, los pedazos de mí se volvían cada vez añicos más pequeños.
La ley de la atracción tras bambalinas
En todos esos años tuve siempre la sensación de estar cayendo al fondo de un abismo. Oscilaba entre vislumbrar rayos de esperanza, de los que me aferraba como a cuerdas con las que escalar y etapas oscuras en las que caía vertiginosamente, un poco más abajo de lo que estaba antes.
Pero, aunque una parte de mí sabía, que el mundo era mucho más grande que aquel pequeño y oscuro agujero, mi mente me imponía cerrojos demasiado potentes para poder romperlos. Subsistía apenas emocionalmente, escondiéndome tras mi máscara de orgullo.
No es de extrañar que atrajera a mi vida personas complicadas, con baja autoestima e inseguras. Gente que arrastraba miles de conflictos y problemas psicológicos, vicios y baja tolerancia a la presión. Me aferraba a ellos con la misma intensidad que deseaba que alguien se aferrara a mí y creía que tenía la obligación y el deber de estar a su lado y ayudarlos.
Alejarme no solía ser una opción que valorara, hasta que el daño emocional era tan grande que hacerlo era la única forma de sobrevivir. Pero, aun así, los sitios donde buscaba refugio emocional eran los errados y parecía que todo lo que llegaba a mi vida, en la forma que fuera, sería frustración y dolor.
Sin tener noción del concepto siquiera, estaba siendo afectada por la ley de la atracción de la forma más cruel en que ella pudiera manifestarse.
El primer cerrojo que rompí
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la decisión más importante y definitoria en mi vida, fue la de alejarme de Los Testigos de Jehová. Aunque debo reconocer, que ni siquiera fue una decisión consiente en el primer momento.
Como les sucede a muchísimos Testigos de Jehová que se alejan de la secta, al comienzo son expulsados por razones ajenas a cuestiones doctrinales. Sobre todo, hace unos años, cuando no había acceso a toda la información que se conoce hoy en día y que ha logrado abrirles los ojos a muchos miembros.
Por lo general, una vez han sido expulsados, quedan desorientados y presas de la culpa y el remordimiento. Seguros de que el problema está en ellos, porque no están a la altura de una organización tan pura y verdadera.
Y así estaba yo, sintiéndome una basura total. Desde que nací había escuchado siempre lo mismo. Los humanos somos...
_________________________________
Toca la imagen para continuar leyendo...
https://www.elblogdeamaliaflores.com/la-...n-2-parte/
Aquí te dejo uno de esos artículos y si te gusta recuerda que en el Blog encontrarás mucho mas como ese.
No olvides dejarme tus comentarios para saber que es lo que piensas.
___________???___________
LA LEY DE LA ATRACCIÓN Y CÓMO CAMBIÓ MI VIDA
Como te decía en el artículo anterior, mi vida cambió drásticamente cuando conocí el secreto de la ley de la atracción. Sin embargo, muchos de sus enunciados me parecían poco creíbles y hasta fantasiosos.
Pero, como no podía negar la poderosa verdad de que atraemos a nuestra vida aquello en lo que enfocamos nuestros pensamientos, terminé creando mi propia versión de la ley de la atracción.
Luego de tener bien claro el concepto y de estar segura de que solo un cambio drástico de actitud lograría modificar mi vida, comenzó el largo proceso de transformación. Algo difícil, si tenemos en cuenta mis orígenes.
La ovejita negra
Era la niña rara, sentada siempre sola en el aula para que mi padre no fuera a sorprenderme nunca cerca de algún niño. Tenía prohibido hablar o jugar con todos. Eran “mundanos”, crueles, malos, delincuentes y serían destruidos muy pronto en el Armagedón.
Y yo debía ser obediente, fiel a Jehová y a mis padres y mantenerme alejada de toda la contaminación del mundo, no importaba si esa “contaminación” era en la forma de niños de 7 años.
Como es de esperarse, muy pronto fui el foco de todas las burlas y maltratos. Mis faldas, mucho más largas que las de las demás niñas, ocasionaba que me llamaran monja. No podía bailar o cantar las canciones infantiles ni participar o comer pastel en los cumpleaños colectivos que se celebraban una vez al mes dentro del aula.
Tampoco cantaba el himno nacional cada mañana, en el acto matutino antes de entrar al aula, ni usaba la pañoleta que forma parte del uniforme escolar en Cuba. Y para colmo de males, mi inmensa nariz les daba más motivos para hacer de mí un ser horrible, raro y detestable, al que era normal despreciar.
No es de extrañar que me sintiera como alguien inferior. Crecí en un hogar donde la violencia física y psicológica era el pan de cada día. Y afuera, solo estaban esas personas crueles que se burlaban de mí. Por eso, cada una de mis acciones siempre estaba sugestionada por la supuesta reacción que podría desencadenar.
Cuando el pesimismo es el modelo a seguir
Pero todo eso era solo una parte de mi realidad. Las creencias de los testigos de Jehová se apoyan, básicamente en el apocalipticismo. La frase “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo” describe muy bien sus ideologías.
Ellos asumen que estamos viviendo en los últimos días y se apoyan para eso en una serie de textos bíblicos que relaciona la ocurrencia de catástrofes, guerras, terremotos y hambrunas con la llegada del fin.
En ese contexto, cada desastre y calamidad es visto como algo positivo. Y cuantas más desgracias ocurran, acrecientan las “pruebas” que creen tener, de que el fin está “más cerca que nunca”. Es normal entonces, escuchar en un grupo de testigos cómo compiten por demostrar quien tiene más enfermedades y problemas o cómo son despreciados y humillados por las personas “del mundo”.
Por supuesto, ninguno de mis sueños y anhelos tenía cabida en ese entorno. Así que aprendí a reprimirlos, a verlos como fantasías que solo lograrían amargarme y desviarme de lo que era “realmente importante”. Traté de desempeñar el rol que la vida me había impuesto, poniéndole todo mi empeño y dedicación y segura de que era el único camino verdadero.
Aquella niña retraída y asustada se convirtió en una mujer complicada. Ahora, mirando hacia atrás, puedo verlo, aunque en ese momento estaba segura de ser la que llevaba siempre la razón. Solía esconderme tras una máscara de orgullo y fortaleza que, no obstante, era muy fácil hacer añicos.
Aquel halo de fatalismo que se había grabado en mi subconsciente junto a la certeza de ser una víctima, me habían convertido en una persona insegura, pesimista y malhumorada. Serpenteaba constantemente entre un sinfín de emociones.
De soñar, llena de ilusiones, que podía hacer realidad algún proyecto, pasaba a la frustración de constatar mi incapacidad para lograrlo.
La miseria imperante en el país, la escasez de todo y en todas las esferas, las leyes absurdas impuestas por el gobierno con el objetivo de obstaculizar cualquier iniciativa por pequeña que fuera y el potente freno que la secta significaba para mí, me hacían sentirme insignificante e incapaz.
En el fondo, siempre sentía que la verdadera razón de no lograr nada, no era las condiciones externas, de la que me sentía una víctima, sino mi propia incapacidad. Pero todos esos sentimientos eran escondidos tras mi máscara. Actuaba con petulancia, aparentaba una excesiva seguridad y creía que siempre tenía la razón en todas las conversaciones.
Era difícil suponer, que aquella chica arrogante e irascible estaba rota y que se escondía detrás de aquella frágil máscara para lamerse las heridas. Mi vulnerabilidad afectaba todos los aspectos de la vida. Estaba imperiosamente necesitada de amor y la distorsión de la realidad que me proporcionaba mi estrecha visión lo complicaba todo.
Detrás de aquella aparente fortaleza se escondían todos mis miedos. Seguía siendo aquella niña asustada a la que molestaban por su nariz. Me sentía inferior a todas las mujeres que conocía, aunque mi actitud reflejara lo contrario.
Y cuando alguien demostraba algún interés en mí, no podía dejar de sentirme atraída. No recuerdo haber hecho elección alguna en todos esos años. Solo me dejaba elegir y me sentía honrada de ser escogida. Sí, así de mal andaban las cosas por mi cabeza.
Por supuesto, eso significó dejar entrar a mi vida a personas que lejos de aportarme razones para madurar, crecer emocionalmente y sanar, trajeron más dolor, frustraciones y conflictos de todo tipo. Y si antes estaba rota, los pedazos de mí se volvían cada vez añicos más pequeños.
La ley de la atracción tras bambalinas
En todos esos años tuve siempre la sensación de estar cayendo al fondo de un abismo. Oscilaba entre vislumbrar rayos de esperanza, de los que me aferraba como a cuerdas con las que escalar y etapas oscuras en las que caía vertiginosamente, un poco más abajo de lo que estaba antes.
Pero, aunque una parte de mí sabía, que el mundo era mucho más grande que aquel pequeño y oscuro agujero, mi mente me imponía cerrojos demasiado potentes para poder romperlos. Subsistía apenas emocionalmente, escondiéndome tras mi máscara de orgullo.
No es de extrañar que atrajera a mi vida personas complicadas, con baja autoestima e inseguras. Gente que arrastraba miles de conflictos y problemas psicológicos, vicios y baja tolerancia a la presión. Me aferraba a ellos con la misma intensidad que deseaba que alguien se aferrara a mí y creía que tenía la obligación y el deber de estar a su lado y ayudarlos.
Alejarme no solía ser una opción que valorara, hasta que el daño emocional era tan grande que hacerlo era la única forma de sobrevivir. Pero, aun así, los sitios donde buscaba refugio emocional eran los errados y parecía que todo lo que llegaba a mi vida, en la forma que fuera, sería frustración y dolor.
Sin tener noción del concepto siquiera, estaba siendo afectada por la ley de la atracción de la forma más cruel en que ella pudiera manifestarse.
El primer cerrojo que rompí
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la decisión más importante y definitoria en mi vida, fue la de alejarme de Los Testigos de Jehová. Aunque debo reconocer, que ni siquiera fue una decisión consiente en el primer momento.
Como les sucede a muchísimos Testigos de Jehová que se alejan de la secta, al comienzo son expulsados por razones ajenas a cuestiones doctrinales. Sobre todo, hace unos años, cuando no había acceso a toda la información que se conoce hoy en día y que ha logrado abrirles los ojos a muchos miembros.
Por lo general, una vez han sido expulsados, quedan desorientados y presas de la culpa y el remordimiento. Seguros de que el problema está en ellos, porque no están a la altura de una organización tan pura y verdadera.
Y así estaba yo, sintiéndome una basura total. Desde que nací había escuchado siempre lo mismo. Los humanos somos...
_________________________________
Toca la imagen para continuar leyendo...
https://www.elblogdeamaliaflores.com/la-...n-2-parte/