Ayer, 01:53 PM
Al leer el artículo de estudio titulado “Nunca estamos solos” de la atalaya de este fin de semana, se presenta una idea reconfortante: que Jehová siempre está con nosotros en los momentos difíciles. Sin embargo, cuando analizamos más a fondo su contenido y lo contrastamos con la experiencia real de muchos miembros, surgen preguntas legítimas sobre la efectividad y sinceridad de esa promesa.
El artículo repite que Jehová guía, protege, provee y consuela a sus siervos. Pero en todos los casos, esas “acciones divinas” están canalizadas exclusivamente a través de la organización: los ancianos, las reuniones, las publicaciones, los discursos y la comunidad interna. Esto crea un vínculo directo entre el apoyo de Dios y la obediencia al sistema organizacional. En la práctica, la ayuda divina no es directa ni milagrosa, sino simbólica y altamente condicionada.
Por ejemplo, cuando una persona atraviesa una crisis profunda —sea económica, emocional o familiar— lo que recibe de la organización es principalmente consejo espiritual, textos bíblicos y recordatorios para confiar en Jehová. No se le ofrece terapia profesional, asistencia económica real, ni recursos prácticos sostenibles. Se le enseña a “aguantar”, a no quejarse, a no buscar soluciones fuera del grupo y, sobre todo, a no pensar que la organización ha fallado.
Esto resulta especialmente doloroso para quienes han sido leales por años y, al enfrentar problemas graves, descubren que están “solos” en términos reales, salvo por palabras de consuelo o frases como “Jehová te ayudará”. ¿Dónde está ese apoyo cuando no hay comida en la mesa? ¿O cuando alguien sufre una depresión severa? ¿O cuando un joven sufre abuso en casa y los ancianos solo le dicen que “ore más”?
Además, el uso reiterado de ejemplos emotivos (como Boris, Nathan y Helga) apela a la emoción más que a la razón. Son casos cuidadosamente seleccionados para reforzar el mensaje institucional, sin mostrar la otra cara: miles de Testigos que abandonan la organización sintiéndose abandonados, no escuchados o incluso dañados por ella.
Finalmente, es irónico que se repita la frase “nunca estamos solos” mientras se castiga socialmente a quienes cuestionan, se deprimen, se alejan o simplemente no cumplen con las expectativas. Esos hermanos son vistos como espiritualmente débiles o poco agradecidos, y en muchos casos son ignorados o incluso excluidos. ¿Acaso ellos no merecen consuelo? ¿Dónde queda esa promesa incondicional?
El artículo repite que Jehová guía, protege, provee y consuela a sus siervos. Pero en todos los casos, esas “acciones divinas” están canalizadas exclusivamente a través de la organización: los ancianos, las reuniones, las publicaciones, los discursos y la comunidad interna. Esto crea un vínculo directo entre el apoyo de Dios y la obediencia al sistema organizacional. En la práctica, la ayuda divina no es directa ni milagrosa, sino simbólica y altamente condicionada.
Por ejemplo, cuando una persona atraviesa una crisis profunda —sea económica, emocional o familiar— lo que recibe de la organización es principalmente consejo espiritual, textos bíblicos y recordatorios para confiar en Jehová. No se le ofrece terapia profesional, asistencia económica real, ni recursos prácticos sostenibles. Se le enseña a “aguantar”, a no quejarse, a no buscar soluciones fuera del grupo y, sobre todo, a no pensar que la organización ha fallado.
Esto resulta especialmente doloroso para quienes han sido leales por años y, al enfrentar problemas graves, descubren que están “solos” en términos reales, salvo por palabras de consuelo o frases como “Jehová te ayudará”. ¿Dónde está ese apoyo cuando no hay comida en la mesa? ¿O cuando alguien sufre una depresión severa? ¿O cuando un joven sufre abuso en casa y los ancianos solo le dicen que “ore más”?
Además, el uso reiterado de ejemplos emotivos (como Boris, Nathan y Helga) apela a la emoción más que a la razón. Son casos cuidadosamente seleccionados para reforzar el mensaje institucional, sin mostrar la otra cara: miles de Testigos que abandonan la organización sintiéndose abandonados, no escuchados o incluso dañados por ella.
Finalmente, es irónico que se repita la frase “nunca estamos solos” mientras se castiga socialmente a quienes cuestionan, se deprimen, se alejan o simplemente no cumplen con las expectativas. Esos hermanos son vistos como espiritualmente débiles o poco agradecidos, y en muchos casos son ignorados o incluso excluidos. ¿Acaso ellos no merecen consuelo? ¿Dónde queda esa promesa incondicional?