23 Feb, 2019, 01:37 PM
Sin ser un erudito, ni un profesional en la materia, pero sí que puedo contar qué me ocurrió a mi (brevemente) durante mi niñez. Tuve la desgracia de que mis padres aceptaron "la verdad" cuando yo era muy niño. Así que, puedo decir que, prácticamente nací dentro de la secta.
Como decía al principio, no soy ningún experto en lo que a sectas se refiere, pero sí puedo comentar qué efecto tuvo en mi niñez.
Con 6 años recuerdo cómo todos los niños rezaban antes del inicio de la clase, esto sucedía todas las mañanas. Yo, aleccionado por mis padres jamás rezaba, y eso me hacía sentir mucha vergüenza, me sentía muy diferente y extraño. Llegué al punto de tener miedo de volver a ir al colegio.
Las fiestas. Como los Testigos no celebran ninguna fiesta, yo era el único de mi clase que no celebraba la Navidad, ni la Nochebuena, ni el día de Reyes. Veía a todos los niños contar con gran ilusión cómo habían pasado las Navidades, o lo que le habían traído los Reyes. Cuando me preguntaban a mi, volvía a sentir vergüenza, porque veía cómo algunos se reían cuando les decía que "esas fiestas no las quería Jehová". A veces había quien me preguntaba quien era ese Jehová que nunca me dejaba hacer nada. Igualmente, también sentía miedo cuando se aproximaban esas fechas, porque sabía lo que me esperaba.
Los cumpleaños. Existía la costumbre de que cuando un niño venía a clase con una bolsa de caramelos, era porque ese día cumplía años. Cuando el niño que celebraba su cumpleaños iba mesa por mesa repartiendo caramelos, yo aleccionado por mis padres le devolvía los caramelos que me daba. Siempre me miraban con extrañeza cuando lo hacía, y también me preguntaban por qué no los celebraba. Mi respuesta era siempre la misma "porque era algo que Jehová no quería". Todo ese proceso me hacía sentir siempre mucha vergüenza. Conforme iba haciéndome mayor, ya no devolvía los caramelos que me daban en los cumpleaños, y eso por lo menos aliviaba la vergüenza, pero me hacía tener mala conciencia y sentía miedo por cómo me estaba mirando Jehová. Así que, cuando había algún cumpleaños, volvía a tener miedo y vergüenza.
Las chicas. Ya con 14 años, recuerdo que había una chica en mi clase que me gustaba especialmente, soñaba con ella. Llegué incluso a escribir prosas dedicadas a ella. En los recreos solía mirarla furtivamente, y deseaba poder hablarle o decirle cualquier cosa para ir conociéndola. No lograba armarme de valor para entablar conversación con ella. Me consolaba pensando que de todas formas era una chica del mundo, y Jehová nunca lo aceptaría. No olvidaré nunca el día en que, su hermano, que me conocía de otro curso, me entregó una carta de ella. La carta decía que yo le gustaba y que si quería que saliésemos. Guardé la carta y regresé a casa pensando en qué le diría al día siguiente. Pero aquel día no terminó bien, ya que mis padres descubrieron la carta y la leyeron. Me dieron todo un repaso doctrinal. Me dijeron que estaba fallando a Jehová y que ni se me ocurriera hablar con la chica en cuestión. Todo aquello me hundió emocionalmente. Desde entonces, nunca hablé con ella, ya que ahora sentía miedo y vergüenza con solo mirarla, aunque jamás dejó de gustarme.
El año pasado estaba en otra ciudad por trabajo, y al entrar en un supermercado me la encontré con dos adolescentes (supuse que eran hijos de ella)en la cola de la caja de al lado. Ella no me vio, pero descubrí que aún continuaba gustándome.
El deporte. Desde niño siempre me gustó jugar al fútbol. En los recreos jugaba siempre que podía. Mis compañeros me decía que me apuntara a campeonatos que hacía el mismo colegio, o el propio Ayuntamiento. Cuando les preguntaba a mis padres si me dejaban apuntarme la respuesta siempre era negativa, y me explicaban que no podía mezclarme tanto con los niños del mundo, que tenía que buscar las amistades dentro de la congregación. Eso me llenaba de rabia e impotencia. Cuando mis compañeros me preguntaban por qué no me apuntaba, sentía vergüenza porque no sabía cómo explicarles que ellos para mi no eran buena compañía, y que por eso no me dejaban mis padres.
La comida. A veces el colegio organizaba excursiones para ir a ver diferentes monumentos regionales. Para comer, los niños solíamos llevar bocadillos que nos los tomábamos en algún descanso de la excursión. No se me olvidará el día en que uno de los maestros llevaba morcilla (para quien no lo sepa, la morcilla es un embutido hecho a partir de sangre)en su comida. Cómo llevaba bastante e iba a sobrar, nos preguntó que si alguno queríamos, algunos comieron otros no. Cuando me preguntó a mi le dije que no, y en seguida uno de mis compañeros dijo que yo no quería porque era Testigo y que nosotros no comíamos ni morcilla, ni chorizo, ni jamón. Obviamente mi compañero exageró, pero aquello me hizo sentir bastante vergüenza, ya que aquel comentario suscitó las risas de todos en general.
La predicación. Esto sin duda es lo que mayor vergüenza me ha hecho sentir y miedo, al mismo tiempo. Mis padres salían a predicar los Sábados y yo siempre iba con ellos. Más de una vez nos tocó el territorio donde vivían varios de mis compañeros de clase. Cuando tocábamos en sus casas yo quería derretirme. Algunos cuando me veían se les escapaba una sonrisa, otros me miraban raro. Cuando me veían en clase me preguntaban que qué hacía vestido tan raro, que si era por mi religión.
Podría seguir, pero tendría para varios posts y tampoco quiero aburrir. Lo que quiero decir con estas experiencias que tuve, es que de niño, esta secta me ha hecho sentir miedo, vergüenza y malestar de conciencia. ¿Eso me ha afectado? Sí, ya que me han acostumbrado a ser tan antisocial, que la mayoría de las veces prefiero estar solo que con gente. Con los años he intentado mejorar y corregir los defectos y miedos que he tenido por culpa de la secta. Mucho me ha ayudado el haber podido desprogramarme y el hablar personalmente con expertos en materia de sectas.
Nada más, mucho ánimo a los que, de alguna manera, habéis padecido lo mismo que yo.
Como decía al principio, no soy ningún experto en lo que a sectas se refiere, pero sí puedo comentar qué efecto tuvo en mi niñez.
Con 6 años recuerdo cómo todos los niños rezaban antes del inicio de la clase, esto sucedía todas las mañanas. Yo, aleccionado por mis padres jamás rezaba, y eso me hacía sentir mucha vergüenza, me sentía muy diferente y extraño. Llegué al punto de tener miedo de volver a ir al colegio.
Las fiestas. Como los Testigos no celebran ninguna fiesta, yo era el único de mi clase que no celebraba la Navidad, ni la Nochebuena, ni el día de Reyes. Veía a todos los niños contar con gran ilusión cómo habían pasado las Navidades, o lo que le habían traído los Reyes. Cuando me preguntaban a mi, volvía a sentir vergüenza, porque veía cómo algunos se reían cuando les decía que "esas fiestas no las quería Jehová". A veces había quien me preguntaba quien era ese Jehová que nunca me dejaba hacer nada. Igualmente, también sentía miedo cuando se aproximaban esas fechas, porque sabía lo que me esperaba.
Los cumpleaños. Existía la costumbre de que cuando un niño venía a clase con una bolsa de caramelos, era porque ese día cumplía años. Cuando el niño que celebraba su cumpleaños iba mesa por mesa repartiendo caramelos, yo aleccionado por mis padres le devolvía los caramelos que me daba. Siempre me miraban con extrañeza cuando lo hacía, y también me preguntaban por qué no los celebraba. Mi respuesta era siempre la misma "porque era algo que Jehová no quería". Todo ese proceso me hacía sentir siempre mucha vergüenza. Conforme iba haciéndome mayor, ya no devolvía los caramelos que me daban en los cumpleaños, y eso por lo menos aliviaba la vergüenza, pero me hacía tener mala conciencia y sentía miedo por cómo me estaba mirando Jehová. Así que, cuando había algún cumpleaños, volvía a tener miedo y vergüenza.
Las chicas. Ya con 14 años, recuerdo que había una chica en mi clase que me gustaba especialmente, soñaba con ella. Llegué incluso a escribir prosas dedicadas a ella. En los recreos solía mirarla furtivamente, y deseaba poder hablarle o decirle cualquier cosa para ir conociéndola. No lograba armarme de valor para entablar conversación con ella. Me consolaba pensando que de todas formas era una chica del mundo, y Jehová nunca lo aceptaría. No olvidaré nunca el día en que, su hermano, que me conocía de otro curso, me entregó una carta de ella. La carta decía que yo le gustaba y que si quería que saliésemos. Guardé la carta y regresé a casa pensando en qué le diría al día siguiente. Pero aquel día no terminó bien, ya que mis padres descubrieron la carta y la leyeron. Me dieron todo un repaso doctrinal. Me dijeron que estaba fallando a Jehová y que ni se me ocurriera hablar con la chica en cuestión. Todo aquello me hundió emocionalmente. Desde entonces, nunca hablé con ella, ya que ahora sentía miedo y vergüenza con solo mirarla, aunque jamás dejó de gustarme.
El año pasado estaba en otra ciudad por trabajo, y al entrar en un supermercado me la encontré con dos adolescentes (supuse que eran hijos de ella)en la cola de la caja de al lado. Ella no me vio, pero descubrí que aún continuaba gustándome.
El deporte. Desde niño siempre me gustó jugar al fútbol. En los recreos jugaba siempre que podía. Mis compañeros me decía que me apuntara a campeonatos que hacía el mismo colegio, o el propio Ayuntamiento. Cuando les preguntaba a mis padres si me dejaban apuntarme la respuesta siempre era negativa, y me explicaban que no podía mezclarme tanto con los niños del mundo, que tenía que buscar las amistades dentro de la congregación. Eso me llenaba de rabia e impotencia. Cuando mis compañeros me preguntaban por qué no me apuntaba, sentía vergüenza porque no sabía cómo explicarles que ellos para mi no eran buena compañía, y que por eso no me dejaban mis padres.
La comida. A veces el colegio organizaba excursiones para ir a ver diferentes monumentos regionales. Para comer, los niños solíamos llevar bocadillos que nos los tomábamos en algún descanso de la excursión. No se me olvidará el día en que uno de los maestros llevaba morcilla (para quien no lo sepa, la morcilla es un embutido hecho a partir de sangre)en su comida. Cómo llevaba bastante e iba a sobrar, nos preguntó que si alguno queríamos, algunos comieron otros no. Cuando me preguntó a mi le dije que no, y en seguida uno de mis compañeros dijo que yo no quería porque era Testigo y que nosotros no comíamos ni morcilla, ni chorizo, ni jamón. Obviamente mi compañero exageró, pero aquello me hizo sentir bastante vergüenza, ya que aquel comentario suscitó las risas de todos en general.
La predicación. Esto sin duda es lo que mayor vergüenza me ha hecho sentir y miedo, al mismo tiempo. Mis padres salían a predicar los Sábados y yo siempre iba con ellos. Más de una vez nos tocó el territorio donde vivían varios de mis compañeros de clase. Cuando tocábamos en sus casas yo quería derretirme. Algunos cuando me veían se les escapaba una sonrisa, otros me miraban raro. Cuando me veían en clase me preguntaban que qué hacía vestido tan raro, que si era por mi religión.
Podría seguir, pero tendría para varios posts y tampoco quiero aburrir. Lo que quiero decir con estas experiencias que tuve, es que de niño, esta secta me ha hecho sentir miedo, vergüenza y malestar de conciencia. ¿Eso me ha afectado? Sí, ya que me han acostumbrado a ser tan antisocial, que la mayoría de las veces prefiero estar solo que con gente. Con los años he intentado mejorar y corregir los defectos y miedos que he tenido por culpa de la secta. Mucho me ha ayudado el haber podido desprogramarme y el hablar personalmente con expertos en materia de sectas.
Nada más, mucho ánimo a los que, de alguna manera, habéis padecido lo mismo que yo.
Hilan mentiras acordes con el tamaño de su fe
No predicáis un mensaje de amor, hacéis apología de un genocidio mundial
No predicáis un mensaje de amor, hacéis apología de un genocidio mundial