14 Jul, 2020, 02:26 PM
He estado leyendo todos sus interesantes cometarios. En especial aprecio tu punto de vista equilibrado. Recuerdo una de las foristas que más aprecio, cómo una vez me escribió por privado solamente para decirme que no estaba de acuerdo con las generalizaciones que frecuentemente leía aquí sobre los ancianos de las congregaciones en los que se les pintaba como seres egoístas y malévolos. Le dolía. Su propio padre era anciano y ella había visto personalmente su interés sincero por los hermanos que sufrían. 'No pueden decir que todos son así, porque él no es asi'.
No me canso de decirlo. Gente buena hay dentro y fuera de la organización, igualmente que personas malas. En todo lugar hay gente buena y mala. Así como se ven las esposas chismosas (sobre las que se habló tangencialmente uno de los discursos de graduación de Galaad más reciente), también las hay sinceras y que realmente sufren, y lo hacen de manera sincera, en beneficio de otros.
Sobre tus últimas palabras, no considero que estés equivocada. Espero no desviar mucho el tema, y si lo hago, me disculpo. El siguiente extracto es parte del libro "La bailarina de Auschwitz". Como podrán deducir por el título, es una sobreviviente de los campos de exterminio nazis, luego se hizo psiquiatra y ha atendido casos graves en extremo. Teniendo en cuenta ese contexto, cuenta:
Una mañana atendí a dos pacientes de manera consecutiva, ambas eran madres de unos cuarenta y tantos años. La primera mujer tenía una hija que se estaba muriendo de hemofilia. Se pasó la mayor parte de la visita llorando, preguntando cómo era Dios capaz de arrebatarle la vida a su niña. Sentí una enorme pena por aquella mujer; se dedicaba en cuerpo y alma al cuidado de su hija y estaba destrozada ante su inminente pérdida. Estaba enfadada, afligida y no estaba segura en absoluto de si sobreviviría al dolor. Mi siguiente paciente acababa de llegar del club de campo, no del hospital. También ella se pasó gran parte de la hora llorando. Estaba disgustada porque le acababan de entregar su nuevo Cadillac y el tono de amarillo de la carrocería no era el correcto. A primera vista, su problema parecía insignificante, especialmente al compararlo con la angustia de mi paciente anterior ante la muerte de su hija. Sin embargo, yo la conocía lo suficiente para entender que sus lágrimas de decepción por el color de su coche eran en realidad lágrimas de decepción por otras cosas más importantes de la vida que no le habían salido como esperaba: un matrimonio en el que se sentía sola, un hijo expulsado por enésima vez de otro colegio, sus aspiraciones de desarrollar una carrera profesional que había abandonado para estar más disponible para su marido y su hijo. A menudo, los pequeños disgustos de nuestra vida simbolizan pérdidas mayores; las preocupaciones aparentemente insignificantes indican un dolor mayor.
Aquel día, me di cuenta de lo mucho que mis dos pacientes, aparentemente tan distintas, tenían en común entre sí y con todo el mundo. Ambas mujeres reaccionaban frente a una situación que no podían controlar y ante la que sus expectativas se habían visto truncadas. Ambas padecían y sufrían porque algo no era como deseaban o esperaban que fuera; estaban intentando conciliar lo que sucedía con lo que debería haber sucedido. El dolor de las dos mujeres era real. Cada una de ellas estaba sumida en el drama humano de encontrarse ante una situación que no hemos visto venir y que no estamos preparados para gestionar. Ambas mujeres merecían mi compasión. Ambas tenían capacidad para curarse. Las dos, como todos nosotros, podían decidir adoptar una actitud y realizar acciones que las hicieran pasar de ser víctimas a supervivientes, aunque las circunstancias a las que se enfrentaban no cambiasen. Los supervivientes no tienen tiempo de preguntar, «¿Por qué a mí?». Para los supervivientes, la única pregunta relevante es: «¿Y ahora, qué?».
No me canso de decirlo. Gente buena hay dentro y fuera de la organización, igualmente que personas malas. En todo lugar hay gente buena y mala. Así como se ven las esposas chismosas (sobre las que se habló tangencialmente uno de los discursos de graduación de Galaad más reciente), también las hay sinceras y que realmente sufren, y lo hacen de manera sincera, en beneficio de otros.
Sobre tus últimas palabras, no considero que estés equivocada. Espero no desviar mucho el tema, y si lo hago, me disculpo. El siguiente extracto es parte del libro "La bailarina de Auschwitz". Como podrán deducir por el título, es una sobreviviente de los campos de exterminio nazis, luego se hizo psiquiatra y ha atendido casos graves en extremo. Teniendo en cuenta ese contexto, cuenta:
Una mañana atendí a dos pacientes de manera consecutiva, ambas eran madres de unos cuarenta y tantos años. La primera mujer tenía una hija que se estaba muriendo de hemofilia. Se pasó la mayor parte de la visita llorando, preguntando cómo era Dios capaz de arrebatarle la vida a su niña. Sentí una enorme pena por aquella mujer; se dedicaba en cuerpo y alma al cuidado de su hija y estaba destrozada ante su inminente pérdida. Estaba enfadada, afligida y no estaba segura en absoluto de si sobreviviría al dolor. Mi siguiente paciente acababa de llegar del club de campo, no del hospital. También ella se pasó gran parte de la hora llorando. Estaba disgustada porque le acababan de entregar su nuevo Cadillac y el tono de amarillo de la carrocería no era el correcto. A primera vista, su problema parecía insignificante, especialmente al compararlo con la angustia de mi paciente anterior ante la muerte de su hija. Sin embargo, yo la conocía lo suficiente para entender que sus lágrimas de decepción por el color de su coche eran en realidad lágrimas de decepción por otras cosas más importantes de la vida que no le habían salido como esperaba: un matrimonio en el que se sentía sola, un hijo expulsado por enésima vez de otro colegio, sus aspiraciones de desarrollar una carrera profesional que había abandonado para estar más disponible para su marido y su hijo. A menudo, los pequeños disgustos de nuestra vida simbolizan pérdidas mayores; las preocupaciones aparentemente insignificantes indican un dolor mayor.
Aquel día, me di cuenta de lo mucho que mis dos pacientes, aparentemente tan distintas, tenían en común entre sí y con todo el mundo. Ambas mujeres reaccionaban frente a una situación que no podían controlar y ante la que sus expectativas se habían visto truncadas. Ambas padecían y sufrían porque algo no era como deseaban o esperaban que fuera; estaban intentando conciliar lo que sucedía con lo que debería haber sucedido. El dolor de las dos mujeres era real. Cada una de ellas estaba sumida en el drama humano de encontrarse ante una situación que no hemos visto venir y que no estamos preparados para gestionar. Ambas mujeres merecían mi compasión. Ambas tenían capacidad para curarse. Las dos, como todos nosotros, podían decidir adoptar una actitud y realizar acciones que las hicieran pasar de ser víctimas a supervivientes, aunque las circunstancias a las que se enfrentaban no cambiasen. Los supervivientes no tienen tiempo de preguntar, «¿Por qué a mí?». Para los supervivientes, la única pregunta relevante es: «¿Y ahora, qué?».
Ubi dubium ibi libertas (Donde hay dudas hay libertad)
"La verdad nunca teme ser examinada, la mentira sí."