20 Oct, 2021, 07:37 PM
Me inscribieron en la escuela del ministerio teocrático a la edad de 5 años. Mi padre era el encargado de la escuela y me enseño a leer, y luego me dio una asignación. Era la época en la que se daban con introducción y conclusión pero mi padre me ahorró eso y solamente me asignó la lectura. Luego de eso me estanqué con la lectura hasta mi adolescencia, cuando finalmente me dieron un discurso de cinco minutos bajo otro encargado de la escuela en una congregación diferente. Dirigir la escuela fue el único privilegio que mi padre desempeñó bien, aunque el nunca ha sido buen orador y yo tampoco.
Me bauticé a la edad de 14 años, siendo publicador desde los 12. Nunca tuve interés en ser precursor, pero nunca hubo presión para que lo fuera, a pesar del privilegio de mi padre. Mi madre lo había sido durante un año pero, conociéndola, solamente lo hizo para asistir a la escuela de precursores, tomarse la foto del recuerdo y quedarse con el libro Iluminadores. Solamente fui precursor auxiliar una vez, y no llegue ni a las 40 horas. No me gustó, pero en realidad nunca me gustó la predicación de casa en casa, porque soy tímido por naturaleza y me estreso fácilmente.
Es muy probable que el privilegio de siervo ministerial que recibí fuera porque era hijo de un anciano. Yo no siento que fuera excepcional entre los demás miembros. Buen comportamiento, tal vez. Sin embargo, tomando en cuenta que la congregación se acababa de dividir un año antes, y no había jóvenes nombrados, creo que les pareció bien nombrar al joven de más edad en la congregación que cumplía con la mayoría de los requisitos. Yo tenía 20 años. En la próxima visita del superintendente de circuito nombraron a cinco más. Tres años después di mi primer discurso público de media hora, un discurso que literalmente tuve que pedir al coordinador porque no me había tomado en cuenta para los discursos públicos. A mediados de ese mismo año, por mi actividad baja, estuve en la mira del superintendente de circuito por sospechas de algún pecado oculto, pero nunca pudieron hallar algo de que acusarme, así que no perdí mi privilegio en ese tiempo. Pero fue precisamente la actividad baja la que me hizo perder el nombramiento de siervo ministerial más tarde en el 2012.
Debo admitir que perder el privilegio me hizo pensar en que nunca había cuestionado el arreglo de los nombramientos. Sentí que había sido una injusticia, ya que los ancianos del comité de servicio nunca intentaron darme ayuda personalizada para aumentar mi servicio, mejorar mis habilidades de oratoria, ni socializar con el resto de la congregación de la misma manera que habían ayudado a otros. Pero lo que me hizo estallar fue el trato que recibí después de perder el nombramiento, no el trato de la congregación sino de los ancianos. Ellos sabían que mi actividad fue la razón de la perdida mi nombramiento, así que ¿cómo que iban a mantenerme en observación y removerme de todo privilegio, hasta de la escuela del ministerio teocrático, como si yo hubiera recibido una censura? Y ya recuperando esos privilegios básicos, ¿por qué sentían que tenían derecho a tratar de manipular a mi persona, como si yo estuviera desesperado por recuperar el nombramiento la más pronto posible haciendo cualquier cosa?
Desde entonces, poco a poco he puesto mis prioridades en orden y me he dado cuenta de que si la organización tiene necesidad, ya sea de dinero, mano de obra, hombres capacitados, o cualquier otra cosa, que usen lo que ya tienen. Yo no tengo nada que aportar, y si algún día llego a tener cualquier cosa, se lo daré a algo que valga la pena sin intermediarios de la organización. Al fin y al cabo, yo no les debo nada. Estoy inactivo porque no estoy informando tiempo por el cual puedan medir mi supuesta espiritualidad, lo que eso signifique. Me estoy comportando de una manera honesta para conmigo mismo.
En fin, aunque no es el fin de mi historia, puedo decir que despertar, con todos los desafíos que presenta al comienzo, es mejor que permanecer sujeto a los sueños de otros.
Saludos.
Me bauticé a la edad de 14 años, siendo publicador desde los 12. Nunca tuve interés en ser precursor, pero nunca hubo presión para que lo fuera, a pesar del privilegio de mi padre. Mi madre lo había sido durante un año pero, conociéndola, solamente lo hizo para asistir a la escuela de precursores, tomarse la foto del recuerdo y quedarse con el libro Iluminadores. Solamente fui precursor auxiliar una vez, y no llegue ni a las 40 horas. No me gustó, pero en realidad nunca me gustó la predicación de casa en casa, porque soy tímido por naturaleza y me estreso fácilmente.
Es muy probable que el privilegio de siervo ministerial que recibí fuera porque era hijo de un anciano. Yo no siento que fuera excepcional entre los demás miembros. Buen comportamiento, tal vez. Sin embargo, tomando en cuenta que la congregación se acababa de dividir un año antes, y no había jóvenes nombrados, creo que les pareció bien nombrar al joven de más edad en la congregación que cumplía con la mayoría de los requisitos. Yo tenía 20 años. En la próxima visita del superintendente de circuito nombraron a cinco más. Tres años después di mi primer discurso público de media hora, un discurso que literalmente tuve que pedir al coordinador porque no me había tomado en cuenta para los discursos públicos. A mediados de ese mismo año, por mi actividad baja, estuve en la mira del superintendente de circuito por sospechas de algún pecado oculto, pero nunca pudieron hallar algo de que acusarme, así que no perdí mi privilegio en ese tiempo. Pero fue precisamente la actividad baja la que me hizo perder el nombramiento de siervo ministerial más tarde en el 2012.
Debo admitir que perder el privilegio me hizo pensar en que nunca había cuestionado el arreglo de los nombramientos. Sentí que había sido una injusticia, ya que los ancianos del comité de servicio nunca intentaron darme ayuda personalizada para aumentar mi servicio, mejorar mis habilidades de oratoria, ni socializar con el resto de la congregación de la misma manera que habían ayudado a otros. Pero lo que me hizo estallar fue el trato que recibí después de perder el nombramiento, no el trato de la congregación sino de los ancianos. Ellos sabían que mi actividad fue la razón de la perdida mi nombramiento, así que ¿cómo que iban a mantenerme en observación y removerme de todo privilegio, hasta de la escuela del ministerio teocrático, como si yo hubiera recibido una censura? Y ya recuperando esos privilegios básicos, ¿por qué sentían que tenían derecho a tratar de manipular a mi persona, como si yo estuviera desesperado por recuperar el nombramiento la más pronto posible haciendo cualquier cosa?
Desde entonces, poco a poco he puesto mis prioridades en orden y me he dado cuenta de que si la organización tiene necesidad, ya sea de dinero, mano de obra, hombres capacitados, o cualquier otra cosa, que usen lo que ya tienen. Yo no tengo nada que aportar, y si algún día llego a tener cualquier cosa, se lo daré a algo que valga la pena sin intermediarios de la organización. Al fin y al cabo, yo no les debo nada. Estoy inactivo porque no estoy informando tiempo por el cual puedan medir mi supuesta espiritualidad, lo que eso signifique. Me estoy comportando de una manera honesta para conmigo mismo.
En fin, aunque no es el fin de mi historia, puedo decir que despertar, con todos los desafíos que presenta al comienzo, es mejor que permanecer sujeto a los sueños de otros.
Saludos.
¡Arriba Querétaro!