08 Jun, 2018, 12:44 AM
[color=#000000][font=verdana, arial][size=medium][b]A MODO DE CONCLUSIÓN[/b]
El estudio de los primeros testigos de Jehová en México, así como de los seguidores mexicanos de Alexandre Freytag y la efímera Asociación Nacional de Estudiantes de la Biblia, muestra cómo unas minorías religiosas cristianas consiguieron implantarse en el México posrevolucionario. Se dieron cuenta de que las leyes anticlericales como la Constitución de 1917 y la ley reglamentaria del artículo 130 fueron concebidas y usadas por el Estado, sobre todo, para enfrentar a la Iglesia católica. Por lo mismo, una organización religiosa minoritaria podía hallar en esos ordenamientos huecos suficientes para evadirlos, mientras que el Estado, a fin de cuentas, no veía con desagrado la aparición de nuevos rivales del catolicismo. Por eso, los testigos, los freytaguistas y los estudiantes nacionales de la Biblia trataron de presentarse ante el gobierno como movimientos que veneraban a Dios, pero cuyas prácticas constituían algo distinto y superior a las cosas que comúnmente eran entendidas como "culto" y "religión".
Además comprendieron que debían hacer patente que no amenazaban el orden político establecido. Por eso ofrecieron su colaboración para lograr ciertas metas de la política gubernamental, como el adelanto de la educación, la "desfanatización" y el combate contra el analfabetismo y la influencia del clero católico. A cambio podrían obtener la tolerancia -y a veces el apoyo- del Estado hacia sus actividades. El régimen emanado de la Revolución también conseguía algo valioso: aliados informales o, por lo menos, nuevos adversarios de su principal rival.
Estas religiones minoritarias tuvieron la suerte de que la Iglesia católica, de la que no podían esperar más que intolerancia, estuviera enfrentada con las autoridades civiles, lo que le hacía imposible aprovechar alguna suerte de "brazo secular" para deshacerse de sus competidores. Cuando la Iglesia romana contó por fin con un gobierno mexicano favorable, la situación en general del país le impidió restaurar el antiguo monopolio legal que tenía de la fe de los mexicanos.
Los testigos de Jehová mexicanos fueron quienes mejor aprovecharon esta situación. No sólo llegaron a un acuerdo con el Estado en la época del maximato, sino que lograron negociar un nuevo modus vivendi con el régimen de Ávila Camacho; superaron su condición inicial de colaboradores en la lucha contra la Iglesia católica para convertirse en una suerte de auxiliares educativos del gobierno mexicano, que lo ayudaban a enfrentar el grave problema del analfabetismo. Es decir, demostraron que podían continuar siendo útiles para el Estado después del conflicto religioso. Eso les aseguró una convivencia sin demasiados tropiezos con los gobiernos surgidos del Partido Revolucionario Institucional durante casi cincuenta años.
No sólo fueron hábiles, sino afortunados, pues aunque México entró a la Segunda Guerra Mundial aportó un contingente de sangre mínimo y su territorio no sufrió ningún ataque extranjero. Por el contrario, sus hermanos de fe en los Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña sufrieron acoso por sus posturas pacifistas, o fueron castigados con prisión por negarse a cumplir con el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que los gobiernos fascistas de Alemania, Italia y España, junto con los de los países europeos ocupados por el Eje o gobernados por colaboracionistas como Petain, sencillamente proscribieron todas las actividades de los testigos y enviaron a miles de ellos a morir en los campos de concentración.
En cuanto al poco éxito o la corta permanencia de movimientos como los seguidores de Freytag y los Estudiantes Nacionales de la Biblia tal vez se deba a que dependían excesivamente del carisma de un líder mesiánico o simplemente eran dirigidos por personas poco capaces, que no pudieron ofrecer a sus fieles algo mejor que la organización de la que se separaron. Por el contrario, para los testigos fue una gran ventaja el no depender de un liderazgo personal.
Para terminar, podemos afirmar que en el año en que termina nuestro estudio, 1944, la organización de los testigos de Jehová en México, luego de unos comienzos humildes y tras 25 años de trabajo , era una agrupación integrada sobre todo por mexicanos -si bien subordinados doctrinalmente a sus altos mandos en Estados Unidos-, con presencia en varios estados de la república, que celebraba grandes asambleas públicas, que empleaba de manera sistemática y celosa su conocido método de predicar de casa en casa y que, so bre todo, había logrado arraigarse firmemente en nuestro país.
El estudio de los primeros testigos de Jehová en México, así como de los seguidores mexicanos de Alexandre Freytag y la efímera Asociación Nacional de Estudiantes de la Biblia, muestra cómo unas minorías religiosas cristianas consiguieron implantarse en el México posrevolucionario. Se dieron cuenta de que las leyes anticlericales como la Constitución de 1917 y la ley reglamentaria del artículo 130 fueron concebidas y usadas por el Estado, sobre todo, para enfrentar a la Iglesia católica. Por lo mismo, una organización religiosa minoritaria podía hallar en esos ordenamientos huecos suficientes para evadirlos, mientras que el Estado, a fin de cuentas, no veía con desagrado la aparición de nuevos rivales del catolicismo. Por eso, los testigos, los freytaguistas y los estudiantes nacionales de la Biblia trataron de presentarse ante el gobierno como movimientos que veneraban a Dios, pero cuyas prácticas constituían algo distinto y superior a las cosas que comúnmente eran entendidas como "culto" y "religión".
Además comprendieron que debían hacer patente que no amenazaban el orden político establecido. Por eso ofrecieron su colaboración para lograr ciertas metas de la política gubernamental, como el adelanto de la educación, la "desfanatización" y el combate contra el analfabetismo y la influencia del clero católico. A cambio podrían obtener la tolerancia -y a veces el apoyo- del Estado hacia sus actividades. El régimen emanado de la Revolución también conseguía algo valioso: aliados informales o, por lo menos, nuevos adversarios de su principal rival.
Estas religiones minoritarias tuvieron la suerte de que la Iglesia católica, de la que no podían esperar más que intolerancia, estuviera enfrentada con las autoridades civiles, lo que le hacía imposible aprovechar alguna suerte de "brazo secular" para deshacerse de sus competidores. Cuando la Iglesia romana contó por fin con un gobierno mexicano favorable, la situación en general del país le impidió restaurar el antiguo monopolio legal que tenía de la fe de los mexicanos.
Los testigos de Jehová mexicanos fueron quienes mejor aprovecharon esta situación. No sólo llegaron a un acuerdo con el Estado en la época del maximato, sino que lograron negociar un nuevo modus vivendi con el régimen de Ávila Camacho; superaron su condición inicial de colaboradores en la lucha contra la Iglesia católica para convertirse en una suerte de auxiliares educativos del gobierno mexicano, que lo ayudaban a enfrentar el grave problema del analfabetismo. Es decir, demostraron que podían continuar siendo útiles para el Estado después del conflicto religioso. Eso les aseguró una convivencia sin demasiados tropiezos con los gobiernos surgidos del Partido Revolucionario Institucional durante casi cincuenta años.
No sólo fueron hábiles, sino afortunados, pues aunque México entró a la Segunda Guerra Mundial aportó un contingente de sangre mínimo y su territorio no sufrió ningún ataque extranjero. Por el contrario, sus hermanos de fe en los Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña sufrieron acoso por sus posturas pacifistas, o fueron castigados con prisión por negarse a cumplir con el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que los gobiernos fascistas de Alemania, Italia y España, junto con los de los países europeos ocupados por el Eje o gobernados por colaboracionistas como Petain, sencillamente proscribieron todas las actividades de los testigos y enviaron a miles de ellos a morir en los campos de concentración.
En cuanto al poco éxito o la corta permanencia de movimientos como los seguidores de Freytag y los Estudiantes Nacionales de la Biblia tal vez se deba a que dependían excesivamente del carisma de un líder mesiánico o simplemente eran dirigidos por personas poco capaces, que no pudieron ofrecer a sus fieles algo mejor que la organización de la que se separaron. Por el contrario, para los testigos fue una gran ventaja el no depender de un liderazgo personal.
Para terminar, podemos afirmar que en el año en que termina nuestro estudio, 1944, la organización de los testigos de Jehová en México, luego de unos comienzos humildes y tras 25 años de trabajo , era una agrupación integrada sobre todo por mexicanos -si bien subordinados doctrinalmente a sus altos mandos en Estados Unidos-, con presencia en varios estados de la república, que celebraba grandes asambleas públicas, que empleaba de manera sistemática y celosa su conocido método de predicar de casa en casa y que, so bre todo, había logrado arraigarse firmemente en nuestro país.
Si Lucifer fue capaz de incitar una rebelión en el cielo, eso significa celos, envidia y violencia en el cielo pese a prometerte un paraíso perfecto