28 Aug, 2019, 07:35 PM
Hablando del éxodo de Egipto
Un conflicto de reyes y fechas
La expulsión de los hicsos se fecha generalmente en torno a 1570 a. de C., en función de documentos egipcios y de pruebas arqueológicas de ciudades destruidas en Canaán. Según dijimos en el capítulo anterior al discutir la datación de la era de los patriarcas, 1 Reyes 6:1 explica que el Templo comenzó a construirse en el cuarto año del reinado de Salomón, 480 años después del éxodo. De ese modo, según una correlación entre fechas de reinados de los monarcas israelitas y fuentes externas de Egipto y Asiria, el éxodo se situaría, más o menos, en 1440 a. de C., es decir, más de cien años después de la fecha de la expulsión de los hicsos por los egipcios, en torno a 1570 a. de C. Sin embargo, hay todavía una complicación más grave. La Biblia habla explícitamente de los proyectos de trabajos forzados impuestos a los hijos de Israel y menciona, en concreto, la construcción de la ciudad de Ramsés (Éxodo 1:11). Este nombre es inconcebible en el siglo XV a. de C. El primer faraón llamado Ramsés no ocupó el trono hasta 1320 a. de C. —más de un siglo después de la fecha bíblica tradicional—. En consecuencia, muchos estudiosos han tendido a desechar el valor literal de la datación bíblica, insinuando que la cifra de 480 años era poco más que una duración simbólica que representaba el periodo de vida de doce generaciones, con la extensión tradicional de cuarenta años para cada una. Esta cronología notablemente esquematizada sitúa la construcción del Templo a medio camino, más o menos, del final del primer exilio (en Egipto) y del segundo (en Babilonia).
Sin embargo, la mayoría de los estudiosos vieron la referencia específica de la Biblia al nombre de Ramsés como un detalle que habría preservado un recuerdo histórico auténtico. En otras palabras, sostenían que el éxodo debió de haberse producido en el siglo XIII a. de C. Había, además, otros detalles concretos del relato del éxodo bíblico que apuntaban a la misma época. En primer lugar, las fuentes egipcias informan de que la ciudad de Pi-Ramsés («La casa de Ramsés») fue construida en el delta en tiempos del gran faraón egipcio Ramsés II, que reinó desde 1279 hasta 1213 a. de C., y que para su construcción se emplearon, al parecer, trabajadores semitas. En segundo lugar, y éste es quizá el dato de mayor importancia, la mención más temprana de Israel en un texto extrabíblico se halló en Egipto, en la estela que describe la campaña del faraón Merneptah —hijo de Ramsés II— en Canaán a finales del siglo XIII a. de C. La inscripción habla de una destructiva campaña egipcia contra Canaán en el curso de la cual fue diezmado un pueblo llamado Israel hasta el punto de que el faraón se ufanaba diciendo que la semilla de Israel «¡ya no existe!». Se trataba, evidentemente, de una presunción vana, pero indicaba que por aquellas fechas se hallaba ya en Canaán algún grupo conocido como Israel. En realidad, en las serranías cananeas aparecieron por entonces docenas de asentamientos vinculados a los primitivos israelitas. Por tanto, según han argumentado los estudiosos, si se produjo un éxodo histórico, tuvo que haber ocurrido a finales del siglo XIII a. de C.
Figura 6. El delta del Nilo: lugares principales mencionados en el relato del éxodo.
La estela de Merneptah contiene la primera aparición del nombre de Israel en un texto antiguo conservado, lo cual vuelve a plantearnos las preguntas básicas: ¿quiénes eran los semitas que vivían en Egipto?, ¿se les puede considerar israelitas en algún sentido razonable? En ninguna de las inscripciones o documentos relacionados con el periodo de los hicsos se ha hallado mención alguna del nombre de Israel. Tampoco se menciona en inscripciones egipcias posteriores ni en un extenso archivo del siglo XIV en escritura cuneiforme encontrado en Tell el-Amarna, en Egipto, cuyas casi cuatrocientas cartas describen en detalle las condiciones sociales, políticas y demográficas de Canaán por aquellas fechas. Según sostendremos en un capítulo posterior, los israelitas sólo aparecieron en Canaán como grupo diferenciado de forma gradual, a partir del final del siglo XIII a. de C. Inmediatamente antes de ese momento no hay pruebas arqueológicas reconocibles de una presencia israelita en Egipto.
¿Fue siquiera posible un éxodo masivo en tiempos de Ramsés II?
Actualmente sabemos que la solución al problema del éxodo no se reduce a algo tan simple como un listado de fechas y reyes. La expulsión de los hicsos de Egipto en 1570 a. de C. dio paso a un periodo en que los egipcios se mostraron sumamente recelosos ante la entrada de extranjeros en sus tierras. Y el impacto desfavorable del recuerdo de los hicsos simboliza un estado de opinión observable también en los restos arqueológicos. Hasta hace muy pocos años no se ha visto con claridad que, desde el Imperio Nuevo en adelante y a partir de la expulsión de los hicsos, los egipcios reforzaron su control sobre el flujo de emigrantes de Canaán al delta. Para ello establecieron un sistema de fuertes a lo largo de la frontera oriental del delta y los guarnecieron con tropas y funcionarios. Un papiro de finales del siglo XIII informa sobre el rigor de los comandantes de los fuertes en la vigilancia de los movimientos de extranjeros: «Hemos completado el paso de las tribus de los edomitas shasu [es decir, beduinos] a través de la fortaleza de Merneptah-contento-con-la-verdad, situada en Tjkw, hasta las albercas de Pr-Itm [existentes] en Tjkw para el mantenimiento de sus rebaños».
Este informe resulta interesante en otro sentido: nombra dos de los lugares más importantes mencionados en la Biblia en relación con el éxodo (Figura 6). Sucot (Éxodo 12:37; Números 33:5) es, probablemente, la forma hebrea del egipcio Tjkw, nombre que se refiere a un lugar o zona al este del delta y que aparece en los textos egipcios de la época de la xix Dinastía, la de Ramsés II. Pitón (Éxodo 1:11) es la forma hebrea de Pr-Itm —«Casa [es decir, Templo] del Dios Atón»—. El nombre aparece por primera vez en Egipto en tiempos del Imperio Nuevo. De hecho, otros dos topónimos de la narración del Éxodo parecen encajar en lo que era la zona oriental del delta por esas mismas fechas. El primero, ya mencionado más arriba, es la ciudad llamada Ramsés —Pi-Ramsés o «La casa de Ramsés», en egipcio—. Esta ciudad fue construida en el siglo XIII como capital de Ramsés II en el este del delta, muy cerca de las ruinas de Avaris. El duro trabajo de fabricación de ladrillos descrito en el relato bíblico era una realidad común en Egipto, y una pintura sepulcral egipcia del siglo XV a. de C. representa en detalle ese oficio especializado de albañilería. Finalmente, el nombre de Migdal, que aparece en la narración del éxodo (Éxodo 14:2), es un nombre corriente entre los fuertes egipcios del Imperio Nuevo situados en la frontera oriental del delta y a lo largo de la ruta internacional que iba de Egipto a Canaán por el norte del Sinaí.
La frontera entre Canaán y Egipto estaba, pues, rigurosamente controlada. De haber pasado una gran masa de israelitas en fuga por las fortificaciones fronterizas del régimen faraónico, habría existido un informe. Sin embargo, en las abundantes fuentes egipcias que describen la época del Imperio Nuevo en general y del siglo XIII en particular no hay referencias a los israelitas, ni siquiera un solo indicio. Sabemos de grupos nómadas de Edom que entraban a Egipto desde el desierto. La estela de Merneptah se refiere a Israel como un grupo humano residente ya en Canaán. Pero no tenemos ninguna pista, ni siquiera una sola palabra, sobre israelitas antiguos en Egipto, ni en inscripciones monumentales sobre muros de templos ni en inscripciones funerarias ni en papiros. Israel no aparece por ningún lado —ni como posible enemigo de Egipto ni como amigo ni como nación esclavizada—. Y, sencillamente, no hay en este país ningún hallazgo que se pueda asociar directamente a la idea de un grupo étnico extranjero diferenciado (contrapuesto a una concentración de trabajadores emigrantes procedentes de muchos lugares) que residiera en una zona concreta del este del delta, tal como sugiere la crónica bíblica al hablar de los hijos de Israel que vivían juntos en el país de Gosén (Génesis 47:27).
Aún hay más: el hecho de que un grupo más que minúsculo eludiera la vigilancia egipcia en tiempos de Ramsés II parece sumamente improbable, como también lo es la travesía del desierto y la entrada en Canaán. En el siglo XIII, Egipto se hallaba en la cima de su autoridad —era la potencia dominante del mundo—. El dominio de Egipto sobre Canaán era firme; se habían construido fuertes egipcios en diversos lugares del país, y funcionarios egipcios administraban los asuntos de la región. En las cartas de el-Amarna, fechadas un siglo antes, se nos dice que una unidad de cincuenta soldados egipcios era lo bastante grande como para acallar posibles disturbios en Canaán. Y, a lo largo del periodo del Imperio Nuevo, grandes ejércitos egipcios marcharon hacia el norte a través del país cananeo, y llegaron hasta el Éufrates, en Siria. Por tanto, la principal ruta terrestre que partía del delta y llegaba a Gaza a lo largo de la costa norte del Sinaí y se adentraba luego hasta el corazón de Canaán era de máxima importancia para el régimen faraónico.
El tramo potencialmente más vulnerable de dicha ruta, el que cruzaba el árido y peligroso desierto del norte del Sinaí entre el delta y Gaza, era el más protegido. A lo largo de toda su extensión se había establecido un complejo sistema de fuertes egipcios, graneros y pozos situados a intervalos de una jornada de marcha denominado los Caminos de Horus. Estos puestos camineros permitían al ejército imperial cruzar cuando era necesario la península del Sinaí de manera conveniente y eficaz. Los anales del gran conquistador egipcio Tutmosis III nos dicen que marchó con sus tropas en diez días desde el este del delta hasta Gaza, una distancia de unos 250 kilómetros. Un relieve del reinado del faraón Seti I (en torno a 1300 a. de C.), padre de Ramsés II, muestra los fuertes y depósitos de agua en forma de mapa antiguo que representa la ruta del este del delta a la frontera sudoeste de Canaán (Figura 7). Los restos de estos fuertes fueron descubiertos en investigaciones arqueológicas realizadas en el norte del Sinaí por Eliezer Oren, de la Universidad Ben-Gurion, en la década de 1970. Oren descubrió que cada uno de esos puestos camineros, que correspondían con precisión a los emplazamientos señalados en el antiguo relieve egipcio, se componía de tres elementos: un fuerte sólido construido con ladrillos según la arquitectura militar típica de Egipto, unas instalaciones de almacenamiento para provisiones de víveres y un depósito de agua.
Figura 7. Relieve de la época del faraón Seti I (c. 1300 a. de C.). El relieve, grabado en un muro del templo de Amón en Karnak, representa la ruta internacional de Egipto a Canaán siguiendo la costa norte de la península del Sinaí. Los fuertes egipcios con depósitos de agua se indican en la sección inferior.
Dejando a un lado la posibilidad de milagros de origen divino, resulta difícil aceptar la idea de la huida de un grupo numeroso de esclavos de Egipto al desierto a través de las bien guarnecidas fortificaciones, y de allí a Canaán, en un tiempo en que la presencia egipcia era tan formidable. Cualquier grupo que escapase de Egipto contra la voluntad del faraón habría sido localizado fácilmente no sólo por un ejército egipcio que los persiguiera desde el delta, sino también por los soldados egipcios de los fuertes situados al norte del Sinaí y en Canaán.
De hecho, la narración bíblica alude al peligro de intentar huir por la ruta de la costa. Así, la única alternativa habría consistido en adentrarse en las desoladas inmensidades de la península del Sinaí. Pero la arqueología contradice también la posibilidad de que un grupo numeroso de personas pudiera recorrer dicha península.
Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman
La Biblia desenterrada
Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de sus textos sagrados
Un conflicto de reyes y fechas
La expulsión de los hicsos se fecha generalmente en torno a 1570 a. de C., en función de documentos egipcios y de pruebas arqueológicas de ciudades destruidas en Canaán. Según dijimos en el capítulo anterior al discutir la datación de la era de los patriarcas, 1 Reyes 6:1 explica que el Templo comenzó a construirse en el cuarto año del reinado de Salomón, 480 años después del éxodo. De ese modo, según una correlación entre fechas de reinados de los monarcas israelitas y fuentes externas de Egipto y Asiria, el éxodo se situaría, más o menos, en 1440 a. de C., es decir, más de cien años después de la fecha de la expulsión de los hicsos por los egipcios, en torno a 1570 a. de C. Sin embargo, hay todavía una complicación más grave. La Biblia habla explícitamente de los proyectos de trabajos forzados impuestos a los hijos de Israel y menciona, en concreto, la construcción de la ciudad de Ramsés (Éxodo 1:11). Este nombre es inconcebible en el siglo XV a. de C. El primer faraón llamado Ramsés no ocupó el trono hasta 1320 a. de C. —más de un siglo después de la fecha bíblica tradicional—. En consecuencia, muchos estudiosos han tendido a desechar el valor literal de la datación bíblica, insinuando que la cifra de 480 años era poco más que una duración simbólica que representaba el periodo de vida de doce generaciones, con la extensión tradicional de cuarenta años para cada una. Esta cronología notablemente esquematizada sitúa la construcción del Templo a medio camino, más o menos, del final del primer exilio (en Egipto) y del segundo (en Babilonia).
Sin embargo, la mayoría de los estudiosos vieron la referencia específica de la Biblia al nombre de Ramsés como un detalle que habría preservado un recuerdo histórico auténtico. En otras palabras, sostenían que el éxodo debió de haberse producido en el siglo XIII a. de C. Había, además, otros detalles concretos del relato del éxodo bíblico que apuntaban a la misma época. En primer lugar, las fuentes egipcias informan de que la ciudad de Pi-Ramsés («La casa de Ramsés») fue construida en el delta en tiempos del gran faraón egipcio Ramsés II, que reinó desde 1279 hasta 1213 a. de C., y que para su construcción se emplearon, al parecer, trabajadores semitas. En segundo lugar, y éste es quizá el dato de mayor importancia, la mención más temprana de Israel en un texto extrabíblico se halló en Egipto, en la estela que describe la campaña del faraón Merneptah —hijo de Ramsés II— en Canaán a finales del siglo XIII a. de C. La inscripción habla de una destructiva campaña egipcia contra Canaán en el curso de la cual fue diezmado un pueblo llamado Israel hasta el punto de que el faraón se ufanaba diciendo que la semilla de Israel «¡ya no existe!». Se trataba, evidentemente, de una presunción vana, pero indicaba que por aquellas fechas se hallaba ya en Canaán algún grupo conocido como Israel. En realidad, en las serranías cananeas aparecieron por entonces docenas de asentamientos vinculados a los primitivos israelitas. Por tanto, según han argumentado los estudiosos, si se produjo un éxodo histórico, tuvo que haber ocurrido a finales del siglo XIII a. de C.
Figura 6. El delta del Nilo: lugares principales mencionados en el relato del éxodo.
La estela de Merneptah contiene la primera aparición del nombre de Israel en un texto antiguo conservado, lo cual vuelve a plantearnos las preguntas básicas: ¿quiénes eran los semitas que vivían en Egipto?, ¿se les puede considerar israelitas en algún sentido razonable? En ninguna de las inscripciones o documentos relacionados con el periodo de los hicsos se ha hallado mención alguna del nombre de Israel. Tampoco se menciona en inscripciones egipcias posteriores ni en un extenso archivo del siglo XIV en escritura cuneiforme encontrado en Tell el-Amarna, en Egipto, cuyas casi cuatrocientas cartas describen en detalle las condiciones sociales, políticas y demográficas de Canaán por aquellas fechas. Según sostendremos en un capítulo posterior, los israelitas sólo aparecieron en Canaán como grupo diferenciado de forma gradual, a partir del final del siglo XIII a. de C. Inmediatamente antes de ese momento no hay pruebas arqueológicas reconocibles de una presencia israelita en Egipto.
¿Fue siquiera posible un éxodo masivo en tiempos de Ramsés II?
Actualmente sabemos que la solución al problema del éxodo no se reduce a algo tan simple como un listado de fechas y reyes. La expulsión de los hicsos de Egipto en 1570 a. de C. dio paso a un periodo en que los egipcios se mostraron sumamente recelosos ante la entrada de extranjeros en sus tierras. Y el impacto desfavorable del recuerdo de los hicsos simboliza un estado de opinión observable también en los restos arqueológicos. Hasta hace muy pocos años no se ha visto con claridad que, desde el Imperio Nuevo en adelante y a partir de la expulsión de los hicsos, los egipcios reforzaron su control sobre el flujo de emigrantes de Canaán al delta. Para ello establecieron un sistema de fuertes a lo largo de la frontera oriental del delta y los guarnecieron con tropas y funcionarios. Un papiro de finales del siglo XIII informa sobre el rigor de los comandantes de los fuertes en la vigilancia de los movimientos de extranjeros: «Hemos completado el paso de las tribus de los edomitas shasu [es decir, beduinos] a través de la fortaleza de Merneptah-contento-con-la-verdad, situada en Tjkw, hasta las albercas de Pr-Itm [existentes] en Tjkw para el mantenimiento de sus rebaños».
Este informe resulta interesante en otro sentido: nombra dos de los lugares más importantes mencionados en la Biblia en relación con el éxodo (Figura 6). Sucot (Éxodo 12:37; Números 33:5) es, probablemente, la forma hebrea del egipcio Tjkw, nombre que se refiere a un lugar o zona al este del delta y que aparece en los textos egipcios de la época de la xix Dinastía, la de Ramsés II. Pitón (Éxodo 1:11) es la forma hebrea de Pr-Itm —«Casa [es decir, Templo] del Dios Atón»—. El nombre aparece por primera vez en Egipto en tiempos del Imperio Nuevo. De hecho, otros dos topónimos de la narración del Éxodo parecen encajar en lo que era la zona oriental del delta por esas mismas fechas. El primero, ya mencionado más arriba, es la ciudad llamada Ramsés —Pi-Ramsés o «La casa de Ramsés», en egipcio—. Esta ciudad fue construida en el siglo XIII como capital de Ramsés II en el este del delta, muy cerca de las ruinas de Avaris. El duro trabajo de fabricación de ladrillos descrito en el relato bíblico era una realidad común en Egipto, y una pintura sepulcral egipcia del siglo XV a. de C. representa en detalle ese oficio especializado de albañilería. Finalmente, el nombre de Migdal, que aparece en la narración del éxodo (Éxodo 14:2), es un nombre corriente entre los fuertes egipcios del Imperio Nuevo situados en la frontera oriental del delta y a lo largo de la ruta internacional que iba de Egipto a Canaán por el norte del Sinaí.
La frontera entre Canaán y Egipto estaba, pues, rigurosamente controlada. De haber pasado una gran masa de israelitas en fuga por las fortificaciones fronterizas del régimen faraónico, habría existido un informe. Sin embargo, en las abundantes fuentes egipcias que describen la época del Imperio Nuevo en general y del siglo XIII en particular no hay referencias a los israelitas, ni siquiera un solo indicio. Sabemos de grupos nómadas de Edom que entraban a Egipto desde el desierto. La estela de Merneptah se refiere a Israel como un grupo humano residente ya en Canaán. Pero no tenemos ninguna pista, ni siquiera una sola palabra, sobre israelitas antiguos en Egipto, ni en inscripciones monumentales sobre muros de templos ni en inscripciones funerarias ni en papiros. Israel no aparece por ningún lado —ni como posible enemigo de Egipto ni como amigo ni como nación esclavizada—. Y, sencillamente, no hay en este país ningún hallazgo que se pueda asociar directamente a la idea de un grupo étnico extranjero diferenciado (contrapuesto a una concentración de trabajadores emigrantes procedentes de muchos lugares) que residiera en una zona concreta del este del delta, tal como sugiere la crónica bíblica al hablar de los hijos de Israel que vivían juntos en el país de Gosén (Génesis 47:27).
Aún hay más: el hecho de que un grupo más que minúsculo eludiera la vigilancia egipcia en tiempos de Ramsés II parece sumamente improbable, como también lo es la travesía del desierto y la entrada en Canaán. En el siglo XIII, Egipto se hallaba en la cima de su autoridad —era la potencia dominante del mundo—. El dominio de Egipto sobre Canaán era firme; se habían construido fuertes egipcios en diversos lugares del país, y funcionarios egipcios administraban los asuntos de la región. En las cartas de el-Amarna, fechadas un siglo antes, se nos dice que una unidad de cincuenta soldados egipcios era lo bastante grande como para acallar posibles disturbios en Canaán. Y, a lo largo del periodo del Imperio Nuevo, grandes ejércitos egipcios marcharon hacia el norte a través del país cananeo, y llegaron hasta el Éufrates, en Siria. Por tanto, la principal ruta terrestre que partía del delta y llegaba a Gaza a lo largo de la costa norte del Sinaí y se adentraba luego hasta el corazón de Canaán era de máxima importancia para el régimen faraónico.
El tramo potencialmente más vulnerable de dicha ruta, el que cruzaba el árido y peligroso desierto del norte del Sinaí entre el delta y Gaza, era el más protegido. A lo largo de toda su extensión se había establecido un complejo sistema de fuertes egipcios, graneros y pozos situados a intervalos de una jornada de marcha denominado los Caminos de Horus. Estos puestos camineros permitían al ejército imperial cruzar cuando era necesario la península del Sinaí de manera conveniente y eficaz. Los anales del gran conquistador egipcio Tutmosis III nos dicen que marchó con sus tropas en diez días desde el este del delta hasta Gaza, una distancia de unos 250 kilómetros. Un relieve del reinado del faraón Seti I (en torno a 1300 a. de C.), padre de Ramsés II, muestra los fuertes y depósitos de agua en forma de mapa antiguo que representa la ruta del este del delta a la frontera sudoeste de Canaán (Figura 7). Los restos de estos fuertes fueron descubiertos en investigaciones arqueológicas realizadas en el norte del Sinaí por Eliezer Oren, de la Universidad Ben-Gurion, en la década de 1970. Oren descubrió que cada uno de esos puestos camineros, que correspondían con precisión a los emplazamientos señalados en el antiguo relieve egipcio, se componía de tres elementos: un fuerte sólido construido con ladrillos según la arquitectura militar típica de Egipto, unas instalaciones de almacenamiento para provisiones de víveres y un depósito de agua.
Figura 7. Relieve de la época del faraón Seti I (c. 1300 a. de C.). El relieve, grabado en un muro del templo de Amón en Karnak, representa la ruta internacional de Egipto a Canaán siguiendo la costa norte de la península del Sinaí. Los fuertes egipcios con depósitos de agua se indican en la sección inferior.
Dejando a un lado la posibilidad de milagros de origen divino, resulta difícil aceptar la idea de la huida de un grupo numeroso de esclavos de Egipto al desierto a través de las bien guarnecidas fortificaciones, y de allí a Canaán, en un tiempo en que la presencia egipcia era tan formidable. Cualquier grupo que escapase de Egipto contra la voluntad del faraón habría sido localizado fácilmente no sólo por un ejército egipcio que los persiguiera desde el delta, sino también por los soldados egipcios de los fuertes situados al norte del Sinaí y en Canaán.
De hecho, la narración bíblica alude al peligro de intentar huir por la ruta de la costa. Así, la única alternativa habría consistido en adentrarse en las desoladas inmensidades de la península del Sinaí. Pero la arqueología contradice también la posibilidad de que un grupo numeroso de personas pudiera recorrer dicha península.
Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman
La Biblia desenterrada
Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de sus textos sagrados