12 May, 2024, 05:43 AM
Antecedentes: En el hilo Nunca he visto a un justo abandonado ni a sus hijos pidiendo pan.... comenté parte de mi vida cuando comencé a abrir los ojos. En medio del adoctrinamiento había rechazado oportunidades de estudio y empleo, y ahora que me daba cuenta de la realidad esas oportunidades se habían esfumado y terminé resignándome a un empleo que escasamente nos permitía comer. Fueron siete años en que anhelaba tener algo mejor y al mismo tiempo creía que eso era todo.
Hasta que llegó la pandemia.
Mucha gente fue despedida. Los primeros en perder sus trabajos fueron quienes tenían empleos informales o tenían un contrato "por prestación de servicios" (figura legal que se algunos usan para omitir la obligación de pagar prestaciones sociales en Colombia), los más vulnerables.
El gobierno comenzó a brindar incentivos a las empresas para que no despidieran personal: exenciones de impuestos e incluso a algunas micro empresas que cumplían ciertas condiciones se les daba la mitad del salario de cada empleado que no despidieran.
¿Qué creen? Mi jefe nos reunió y nos dijo que la situación estaba muy difícil y que no podía tenernos a todos. Teníamos dos alternativas: elegir quiénes renunciaban voluntariamente (sin derecho a pago por liquidación) o quedarnos todos pero con medio salario... pues tomamos la segunda opción y nos apretamos el cinturón. (Luego nos enteramos que él estuvo entre los que recibieron medio salario por trabajador no despedido, así que le salimos gratis).
Mi trabajo implicaba desplazarme por toda la ciudad, y con el tráfico tan caótico la mejor opción era andar en moto. Por la pandemia se crearon restricciones de movilidad y se endurecieron los castigos. Para las restricciones habían algunas exenciones, y las empresas de servicios esenciales tenían permiso para que sus empleados circularan libremente. La empresa para la que trabajaba estaba ahí, en el límite entre esencial y no esencial; obviamente quisieron aprovechar al máximo que casi toda la competencia había preferido cuidar la salud de sus empleados y no arriesgarlos saliendo innecesariamente. Teníamos más trabajo que antes (pero con la mitad del salario).
La policía estaba encargada de imponer multas a quienes incumplieran las normas. Algunos aceptaban la carta de justificación con la que andábamos, pero otros se mostraban difíciles y querían dinero para dejarte ir. La policía de tránsito, muy dada a los sobornos, se había ensañado con los motociclistas (toda infracción genera inmovilización). Mi jefe había hecho cuentas y le salía más rentable pagar las multas que parar. Y tuvimos que seguir.
Pero había algo que mi jefe no previó (o tal vez sí pero igual no le importó). En Colombia cuando tienes dos infracciones de tránsito en menos de seis meses te anulan la licencia por seis meses... Y ahí caí yo (y mi moto).
Aunque también había trabajo en las oficinas de la empresa que yo podía hacer mientras tanto, perdida la movilidad en moto mi jefe me ofreció una "alternativa": movilizarme en bus (con el riesgo de contagio, teniendo en cuenta que nos habíamos ido a vivir con mi madre mayor para cuidarla), pero ya no podría hacer tanto como antes, así que me pagaría solamente por lo que hiciera en el día (la mitad de la mitad). Y para compensar el dinero que dejaría de recibir le ofrecía a mi esposa un trabajo aseándole su casa... si no me gustaba la oferta "hay inmigrantes que felices lo harían por menos". Hasta allá no llegué, y me quedé sin trabajo, sin licencia y sin moto.
Lo más urgente era recuperar la moto. La multa con la inmovilización ya sumaban lo que yo ganaba en dos meses (por aquello de que nos pagaban la mitad), y cada día sin reclamarla equivalía más o menos a una semana del trabajo que ya no tenía. Con lo poco que teníamos ahorrado logramos pagarlo. Pero quedaba un problema: sin una licencia activa no me la entregaban, no podía manejar, tenía que pedirle el favor a alguien con licencia para que la condujera (o pagar una grúa, que por la distancia a donde estaba sumaba casi lo mismo que la multa y todo lo demás).
Fueron algunos de los días más duros de mi vida. La sensación de impotencia, de rabia, de desamparo, desespero y desesperanza.
Comencé llamando a los más cercanos, mi familia (todos tejotas). Algunos tienen licencia de moto, por lo que les pedí el favor: ninguno podía, o estaban de vacaciones (ya se habían relajado algunas medidas) o tenían trabajo. Acudí a los hermanos de la congregación, a algunos les había hecho favores parecidos en el pasado (obviamente no se los recordé), pero las respuestas fueron similares. Absolutamente nadie.
En medio de aquella situación mi esposa, desesperada y aún adoctrinada, me dijo: "Todo es por haberte alejado de Jehová. A ver si esos con los que tanto te escribes te sirven de algo".
Pues fue justamente lo que hice. Pregunté e inmediatamente uno me dijo: "Yo te ayudo. Pido permiso en mi trabajo y vamos por tu moto". Casi lloro en ese momento y ahora recordándolo.
El proceso fue difícil, toda una odisea burocrática completa que sería otra larga historia, pero esa parte no viene a cuento.
Finalmente él me ayudó a recuperar mi moto, arriesgándose él mismo a una multa porque ese día comenzaban los toques de queda porque los contagios y muertes habían aumentado nuevamente.
El título de la historia es porque yo había crecido con el concepto de que los testigos eran el ejemplo perfecto de hermandad, de cuidarse unos a otros. En mi casa habíamos dado hospedaje a completos desconocidos, pero porque eran testigos... con algunos tuvimos malas experiencias, pero con la mayoría nos iba bien, también fuimos recibidos en hogares por desconocidos por ser correligionarios. Pero en aquel momento de necesidad no hubo nadie en la congregación ni en la familia. Todos tuvieron alguna excusa. Les doy el beneficio de la duda y asumo que era verdad lo que decían, pero también he pensado que era una especie de lección que querían dar (estaba dando mis primeros pasos para hacerme inactivo).
Pero un completo desconocido fue quien nos ayudó en ese momento, poniéndose en riesgo sin esperar nada a cambio. Ni siquiera está en este foro. Fue la primera y única vez hasta ahora que nos hemos visto. Quise invitarlo a comer a nuestra casa para agradecerle, pero no fue posible: es expulsado. Solamente ahora que mi esposa ha comenzado su desprogramación parece posible poderle expresar nuestro agradecimiento y contarle lo que su ayuda significó para nosotros en aquellos oscuros días de incertidumbre.
Hasta que llegó la pandemia.
Mucha gente fue despedida. Los primeros en perder sus trabajos fueron quienes tenían empleos informales o tenían un contrato "por prestación de servicios" (figura legal que se algunos usan para omitir la obligación de pagar prestaciones sociales en Colombia), los más vulnerables.
El gobierno comenzó a brindar incentivos a las empresas para que no despidieran personal: exenciones de impuestos e incluso a algunas micro empresas que cumplían ciertas condiciones se les daba la mitad del salario de cada empleado que no despidieran.
¿Qué creen? Mi jefe nos reunió y nos dijo que la situación estaba muy difícil y que no podía tenernos a todos. Teníamos dos alternativas: elegir quiénes renunciaban voluntariamente (sin derecho a pago por liquidación) o quedarnos todos pero con medio salario... pues tomamos la segunda opción y nos apretamos el cinturón. (Luego nos enteramos que él estuvo entre los que recibieron medio salario por trabajador no despedido, así que le salimos gratis).
Mi trabajo implicaba desplazarme por toda la ciudad, y con el tráfico tan caótico la mejor opción era andar en moto. Por la pandemia se crearon restricciones de movilidad y se endurecieron los castigos. Para las restricciones habían algunas exenciones, y las empresas de servicios esenciales tenían permiso para que sus empleados circularan libremente. La empresa para la que trabajaba estaba ahí, en el límite entre esencial y no esencial; obviamente quisieron aprovechar al máximo que casi toda la competencia había preferido cuidar la salud de sus empleados y no arriesgarlos saliendo innecesariamente. Teníamos más trabajo que antes (pero con la mitad del salario).
La policía estaba encargada de imponer multas a quienes incumplieran las normas. Algunos aceptaban la carta de justificación con la que andábamos, pero otros se mostraban difíciles y querían dinero para dejarte ir. La policía de tránsito, muy dada a los sobornos, se había ensañado con los motociclistas (toda infracción genera inmovilización). Mi jefe había hecho cuentas y le salía más rentable pagar las multas que parar. Y tuvimos que seguir.
Pero había algo que mi jefe no previó (o tal vez sí pero igual no le importó). En Colombia cuando tienes dos infracciones de tránsito en menos de seis meses te anulan la licencia por seis meses... Y ahí caí yo (y mi moto).
Aunque también había trabajo en las oficinas de la empresa que yo podía hacer mientras tanto, perdida la movilidad en moto mi jefe me ofreció una "alternativa": movilizarme en bus (con el riesgo de contagio, teniendo en cuenta que nos habíamos ido a vivir con mi madre mayor para cuidarla), pero ya no podría hacer tanto como antes, así que me pagaría solamente por lo que hiciera en el día (la mitad de la mitad). Y para compensar el dinero que dejaría de recibir le ofrecía a mi esposa un trabajo aseándole su casa... si no me gustaba la oferta "hay inmigrantes que felices lo harían por menos". Hasta allá no llegué, y me quedé sin trabajo, sin licencia y sin moto.
Lo más urgente era recuperar la moto. La multa con la inmovilización ya sumaban lo que yo ganaba en dos meses (por aquello de que nos pagaban la mitad), y cada día sin reclamarla equivalía más o menos a una semana del trabajo que ya no tenía. Con lo poco que teníamos ahorrado logramos pagarlo. Pero quedaba un problema: sin una licencia activa no me la entregaban, no podía manejar, tenía que pedirle el favor a alguien con licencia para que la condujera (o pagar una grúa, que por la distancia a donde estaba sumaba casi lo mismo que la multa y todo lo demás).
Fueron algunos de los días más duros de mi vida. La sensación de impotencia, de rabia, de desamparo, desespero y desesperanza.
Comencé llamando a los más cercanos, mi familia (todos tejotas). Algunos tienen licencia de moto, por lo que les pedí el favor: ninguno podía, o estaban de vacaciones (ya se habían relajado algunas medidas) o tenían trabajo. Acudí a los hermanos de la congregación, a algunos les había hecho favores parecidos en el pasado (obviamente no se los recordé), pero las respuestas fueron similares. Absolutamente nadie.
En medio de aquella situación mi esposa, desesperada y aún adoctrinada, me dijo: "Todo es por haberte alejado de Jehová. A ver si esos con los que tanto te escribes te sirven de algo".
Pues fue justamente lo que hice. Pregunté e inmediatamente uno me dijo: "Yo te ayudo. Pido permiso en mi trabajo y vamos por tu moto". Casi lloro en ese momento y ahora recordándolo.
El proceso fue difícil, toda una odisea burocrática completa que sería otra larga historia, pero esa parte no viene a cuento.
Finalmente él me ayudó a recuperar mi moto, arriesgándose él mismo a una multa porque ese día comenzaban los toques de queda porque los contagios y muertes habían aumentado nuevamente.
El título de la historia es porque yo había crecido con el concepto de que los testigos eran el ejemplo perfecto de hermandad, de cuidarse unos a otros. En mi casa habíamos dado hospedaje a completos desconocidos, pero porque eran testigos... con algunos tuvimos malas experiencias, pero con la mayoría nos iba bien, también fuimos recibidos en hogares por desconocidos por ser correligionarios. Pero en aquel momento de necesidad no hubo nadie en la congregación ni en la familia. Todos tuvieron alguna excusa. Les doy el beneficio de la duda y asumo que era verdad lo que decían, pero también he pensado que era una especie de lección que querían dar (estaba dando mis primeros pasos para hacerme inactivo).
Pero un completo desconocido fue quien nos ayudó en ese momento, poniéndose en riesgo sin esperar nada a cambio. Ni siquiera está en este foro. Fue la primera y única vez hasta ahora que nos hemos visto. Quise invitarlo a comer a nuestra casa para agradecerle, pero no fue posible: es expulsado. Solamente ahora que mi esposa ha comenzado su desprogramación parece posible poderle expresar nuestro agradecimiento y contarle lo que su ayuda significó para nosotros en aquellos oscuros días de incertidumbre.
Ubi dubium ibi libertas (Donde hay dudas hay libertad)
"La verdad nunca teme ser examinada, la mentira sí."