08 Feb, 2022, 12:27 PM
LOS SUPERINTERPRETADORES
Satavinski sonríe con las manos entrelazadas. El insano brillo de sus ojos hipnotiza los viernes, en la televisión, a las once de la noche. Dicen que la mayoría del público que asiste a presenciar el programa son pacientes del hospital psiquiátrico ubicado frente al canal. El número de televidentes fue creciendo paulatinamente desde hace tres años, cuando salió al aire por primera vez, hasta alcanzar en el presente casi la totalidad de la audiencia.
Es de público conocimiento que lo muy extrovertido que Satavinski se muestra frente a las cámaras se termina cuando éstas se apagan, entonces despierta a una personalidad enigmática y contemplativa. En el ambiente artístico se rumorea que pertenece a algún tipo de logia sectaria vinculada a la física cuántica y a la desaparición de pelirrojos.
—Cualquiera —inició Satavinski— interpreta lo que quiere decir una persona cuando se expresa con claridad, pero no cualquiera tiene la capacidad tomar esa expresión y hacer que quiera decir cualquier otra cosa. “Los Superinterpretadores” tienen la habilidad de convencernos de que “El cuento de caperucita roja” es una carta de amor entre dos homosexuales, la receta de un postre de banana o la mala traducción del manual de una radio fabricada en Alemania. Ellos logran convencernos de absolutamente cualquier cosa a través de avanzadas técnicas de persuasión, disuasión, distracción y cansancio. Hoy, nos van a contar, aquí, en "La Noche Infernal", cómo lo consiguen. Señoras y señores: “Los Superinterpretadores” (aplausos).
Tres personajes trajeados, esbozando sonrisas notablemente fingidas, caminando sincronizados entraron y se sentaron en un sillón que ahora estaba en el centro del escenario. Imposible distinguir uno de otro: los tres eran más bien blancos, más bien morochos, más bien delgados, más bien altos, más bien jóvenes...Ninguno más narigón o más pelado. Como fabricados en serie.
—Bueno, a ver, cuéntenme un poco: ¿la superinterpretacion es un don con el que nacieron o es algo que se aprende?— preguntó Satavinski.
—Ambas cosas —respondió el de la izquierda, con voz aguda—; es necesaria cierta predisposición natural al delirio y al engaño, pero también requiere mucha práctica.
—¿Cómo se practica? No es que quiera dedicarme a eso pero, a lo mejor, algún televidente tiene la suficiente habilidad para superinterpretar que éste es un programa educativo y (risas)… Quiere decir que el don ya lo tiene y solo le falta práctica para convertirse en un profesional (risas).
—Practicamos, básicamente, desafiándonos entre nosotros. Por ejemplo: él —señaló al del medio— viene con una hoja cualquiera, arrancada de una revista, y dice: “¿quién me convence de que esta es la historia de un hombre que enloquece e intenta matar a su familia con un hacha?” (risas).
—¿Y lo consiguen? (risas).
—Claro que sí, nos dedicamos a eso (risas y aplausos).
—Díganme ¿cuáles son sus trucos?
—Preferimos usar la palabra “recursos” (risas) —intervino con voz grave, el de la derecha.
— Usamos mucho las notas al pie —explicó el de voz aguda—. Si vos estás leyendo un libro de Chejov que dice: “—Hola, buen día”, y una nota al pie que dice: “hola, buen día” es una expresión sarcástica que se usó en Rusia en los tiempos del autor y significaba algo así como: “váyase al diablo” (risas), vas a creerlo.
—¿Por qué dudarlo? Si está impreso...Acá, mirá, lo dice— Satavinski señalaba un libro imaginario en su mano—. Es un libro de verdad ¿lo estás viendo? Yo si leo algo en un libro: lo creo (risas). No sé ustedes; revistas, diarios, folletos: pueden ponerse en tela de juicio, pero ¿un libro? O sea (risas)… ¡Miren todas esas páginas y párrafos y letras! ¿Quién haría tanto esfuerzo en escribirlo si no es verdad? (risas y aplausos).
—Y cuando se nos complica —agregó el del medio, con voz engripada—, se la complicamos al lector. Por ejemplo, ahora estamos trabajando para una religión norteamericana y cuando un versículo bíblico dice algo demasiado inconveniente a la interpretación que nos encargaron, ponemos una nota al pie así: Cuando dice “con”, quiere decir: “sin”, y cuando dice “era Dios”, quiere decir: “le gusta salir a caminar por la montaña” .Véase: Juan 13:15—19 (risas).
—Si el lector es curioso —explicó el de voz aguda— , va a Juan 13:15—19 y lee algo que no tiene nada que ver con lo anterior, pero... —suspendió las manos abiertas en el aire—. Que tiene una nota al pie (risas). ¡Ah!, piensa, ¡En la nota al pie está la respuesta!
—Pobre inocente (risas).
—En la nota al pie dice lo siguiente: Véase: Isaías 23:12—19; Gálatas 1:12—23; Hebreos 13.12—19; Proverbios 33:12—22; Habacuc 1:2—7; S. Mateo 24:6—19 (risas).
—¡Qué complicado resultó el carpintero! —Satavinski puso los brazos en jarra (risas y aplausos).
—Si tratamos con un lector demasiado tenaz —dijo el de voz engripada—, que quiere leer todos esos versículos y todas las notas al pie de éstos, que a su vez van a derivarlo a otros versículos con otras notas al pie...Si un lector intenta seguir ese camino ramificado, enredado e infinito, va a encontrarse en un laberinto cuya única salida es aceptar la nota al pie original.
— La salida es tener fe en una nota al pie —preguntó el de voz aguda—. ¿Acaso no nos manda Dios a tener fe? (risas).
—O, tal vez —agregó el de voz grave—, el lector sea más astuto que nosotros y logre superinterpretarlo él: “¡Oh, —asintió, mientras fingía leer— ya entendí! (risas), se refiere a eso porque acá dice esto y acá dice esto otro. Está muy claro” (risas).
—También es muy efectivo confundir al lector bombardeándolo con bibliografía externa: ¿quiere entender correctamente este libro? Tiene que leer estos otros treinta y esta revista mensual que se publica desde 1879 (risas).
—¡Tendría que pasarme toda la vida leyendo! —fingió indignarse Satavinski.
—O puede, simplemente, escuchar nuestra interpretación y creernos (risas).
—¡Les creo, les juro que les creo! ¿Ahora puedo ir a ver televisión, lejos de todos estos litros de tinta y kilos de papel destinados a convencerme? (risas y aplausos).
—Justamente, a veces, lo que hacemos es convencer al público de que un libro es tan complejo y tan entreverado, que ya hubo gente muy inteligente y estudiosa que dedicó su vida a analizarlo y facilitarlo para que pueda entenderlo una persona “normal”. Si logramos convencerlo de esto, el lector ni siquiera llega al libro sino que lee toda la literatura que gira en torno a él. Nosotros publicamos en Australia un libro llamado “Aclarando tus dudas sobre la teoría de la relatividad” donde explicamos el funcionamiento de un motor de combustión interna y le hacemos creer al lector que ésa es la teoría de la relatividad (risas).
—El tipo dice: ¡Entendí! ¡Entendí! ¡Soy un genio! (risas).
—Sirve para levantar la autoestima, es un libro de autoayuda encubierto (risas).
—¡Al final, Einstein era muy accesible y Jesús muy complicado! ¡Por eso hay cada vez más ateos! (risas y aplausos).
Satavinski sonríe con las manos entrelazadas. El insano brillo de sus ojos hipnotiza los viernes, en la televisión, a las once de la noche. Dicen que la mayoría del público que asiste a presenciar el programa son pacientes del hospital psiquiátrico ubicado frente al canal. El número de televidentes fue creciendo paulatinamente desde hace tres años, cuando salió al aire por primera vez, hasta alcanzar en el presente casi la totalidad de la audiencia.
Es de público conocimiento que lo muy extrovertido que Satavinski se muestra frente a las cámaras se termina cuando éstas se apagan, entonces despierta a una personalidad enigmática y contemplativa. En el ambiente artístico se rumorea que pertenece a algún tipo de logia sectaria vinculada a la física cuántica y a la desaparición de pelirrojos.
—Cualquiera —inició Satavinski— interpreta lo que quiere decir una persona cuando se expresa con claridad, pero no cualquiera tiene la capacidad tomar esa expresión y hacer que quiera decir cualquier otra cosa. “Los Superinterpretadores” tienen la habilidad de convencernos de que “El cuento de caperucita roja” es una carta de amor entre dos homosexuales, la receta de un postre de banana o la mala traducción del manual de una radio fabricada en Alemania. Ellos logran convencernos de absolutamente cualquier cosa a través de avanzadas técnicas de persuasión, disuasión, distracción y cansancio. Hoy, nos van a contar, aquí, en "La Noche Infernal", cómo lo consiguen. Señoras y señores: “Los Superinterpretadores” (aplausos).
Tres personajes trajeados, esbozando sonrisas notablemente fingidas, caminando sincronizados entraron y se sentaron en un sillón que ahora estaba en el centro del escenario. Imposible distinguir uno de otro: los tres eran más bien blancos, más bien morochos, más bien delgados, más bien altos, más bien jóvenes...Ninguno más narigón o más pelado. Como fabricados en serie.
—Bueno, a ver, cuéntenme un poco: ¿la superinterpretacion es un don con el que nacieron o es algo que se aprende?— preguntó Satavinski.
—Ambas cosas —respondió el de la izquierda, con voz aguda—; es necesaria cierta predisposición natural al delirio y al engaño, pero también requiere mucha práctica.
—¿Cómo se practica? No es que quiera dedicarme a eso pero, a lo mejor, algún televidente tiene la suficiente habilidad para superinterpretar que éste es un programa educativo y (risas)… Quiere decir que el don ya lo tiene y solo le falta práctica para convertirse en un profesional (risas).
—Practicamos, básicamente, desafiándonos entre nosotros. Por ejemplo: él —señaló al del medio— viene con una hoja cualquiera, arrancada de una revista, y dice: “¿quién me convence de que esta es la historia de un hombre que enloquece e intenta matar a su familia con un hacha?” (risas).
—¿Y lo consiguen? (risas).
—Claro que sí, nos dedicamos a eso (risas y aplausos).
—Díganme ¿cuáles son sus trucos?
—Preferimos usar la palabra “recursos” (risas) —intervino con voz grave, el de la derecha.
— Usamos mucho las notas al pie —explicó el de voz aguda—. Si vos estás leyendo un libro de Chejov que dice: “—Hola, buen día”, y una nota al pie que dice: “hola, buen día” es una expresión sarcástica que se usó en Rusia en los tiempos del autor y significaba algo así como: “váyase al diablo” (risas), vas a creerlo.
—¿Por qué dudarlo? Si está impreso...Acá, mirá, lo dice— Satavinski señalaba un libro imaginario en su mano—. Es un libro de verdad ¿lo estás viendo? Yo si leo algo en un libro: lo creo (risas). No sé ustedes; revistas, diarios, folletos: pueden ponerse en tela de juicio, pero ¿un libro? O sea (risas)… ¡Miren todas esas páginas y párrafos y letras! ¿Quién haría tanto esfuerzo en escribirlo si no es verdad? (risas y aplausos).
—Y cuando se nos complica —agregó el del medio, con voz engripada—, se la complicamos al lector. Por ejemplo, ahora estamos trabajando para una religión norteamericana y cuando un versículo bíblico dice algo demasiado inconveniente a la interpretación que nos encargaron, ponemos una nota al pie así: Cuando dice “con”, quiere decir: “sin”, y cuando dice “era Dios”, quiere decir: “le gusta salir a caminar por la montaña” .Véase: Juan 13:15—19 (risas).
—Si el lector es curioso —explicó el de voz aguda— , va a Juan 13:15—19 y lee algo que no tiene nada que ver con lo anterior, pero... —suspendió las manos abiertas en el aire—. Que tiene una nota al pie (risas). ¡Ah!, piensa, ¡En la nota al pie está la respuesta!
—Pobre inocente (risas).
—En la nota al pie dice lo siguiente: Véase: Isaías 23:12—19; Gálatas 1:12—23; Hebreos 13.12—19; Proverbios 33:12—22; Habacuc 1:2—7; S. Mateo 24:6—19 (risas).
—¡Qué complicado resultó el carpintero! —Satavinski puso los brazos en jarra (risas y aplausos).
—Si tratamos con un lector demasiado tenaz —dijo el de voz engripada—, que quiere leer todos esos versículos y todas las notas al pie de éstos, que a su vez van a derivarlo a otros versículos con otras notas al pie...Si un lector intenta seguir ese camino ramificado, enredado e infinito, va a encontrarse en un laberinto cuya única salida es aceptar la nota al pie original.
— La salida es tener fe en una nota al pie —preguntó el de voz aguda—. ¿Acaso no nos manda Dios a tener fe? (risas).
—O, tal vez —agregó el de voz grave—, el lector sea más astuto que nosotros y logre superinterpretarlo él: “¡Oh, —asintió, mientras fingía leer— ya entendí! (risas), se refiere a eso porque acá dice esto y acá dice esto otro. Está muy claro” (risas).
—También es muy efectivo confundir al lector bombardeándolo con bibliografía externa: ¿quiere entender correctamente este libro? Tiene que leer estos otros treinta y esta revista mensual que se publica desde 1879 (risas).
—¡Tendría que pasarme toda la vida leyendo! —fingió indignarse Satavinski.
—O puede, simplemente, escuchar nuestra interpretación y creernos (risas).
—¡Les creo, les juro que les creo! ¿Ahora puedo ir a ver televisión, lejos de todos estos litros de tinta y kilos de papel destinados a convencerme? (risas y aplausos).
—Justamente, a veces, lo que hacemos es convencer al público de que un libro es tan complejo y tan entreverado, que ya hubo gente muy inteligente y estudiosa que dedicó su vida a analizarlo y facilitarlo para que pueda entenderlo una persona “normal”. Si logramos convencerlo de esto, el lector ni siquiera llega al libro sino que lee toda la literatura que gira en torno a él. Nosotros publicamos en Australia un libro llamado “Aclarando tus dudas sobre la teoría de la relatividad” donde explicamos el funcionamiento de un motor de combustión interna y le hacemos creer al lector que ésa es la teoría de la relatividad (risas).
—El tipo dice: ¡Entendí! ¡Entendí! ¡Soy un genio! (risas).
—Sirve para levantar la autoestima, es un libro de autoayuda encubierto (risas).
—¡Al final, Einstein era muy accesible y Jesús muy complicado! ¡Por eso hay cada vez más ateos! (risas y aplausos).