01 Dec, 2017, 05:55 PM
Recuerdo, cuando aún me reunía con los TJ, a un hermano expulsado que había llegado a nuestra congregación. No entendí los motivos por los que se cambió con nosotros porque su congregación y la mía se reunían en el mismo salón. En ese tiempo era temporada de frio y llovía mucho...
El hermano siempre entraba al salón al terminar la oracion y desaparecía para el momento de decir el "amén", al finalizar la reunión. En varias ocasiones lo llegamos a ver caminando o yendo a su casa en bicicleta.
Cierto día lluvioso, después de la reunión, lo vimos irse caminando. Yo le sugerí a mi esposo que hablara con un anciano para que le preguntara si estaba bien que le ofreciéramos llevarlo a su casa. El anciano accedió y hasta le agradeció a mi esposo por haber pensado en eso. La verdad es que pienso que el anciano nos dio el “permiso” porque ya estaban por readmitir al hermano, puesto que en la siguiente reunión anunciaron su readmisión.
En fin, el caso es que yendo el hermano en nuestro auto, nos comentó lo feliz que estaba porque volvería al lado de su familia. También nos contó lo difícil que había sido para él su expulsión, de la soledad que habia sentido, porque por un lado no podía socializar con sus familiares TJ, y por otro lado, para poder ser readmitido, no podía tener ningún trato con “la gente de afuera”...
Vivía lejos de su familia, en una casa de una familia que le había arrendado una pieza, y dijo que era muy difícil para él porque la familia organizaba fiestas de cumpleaños y otras fiestas relacionadas con la religión Católica, y que entonces, él tenía que encerrarse en su pieza durante todo el día, o salir de la casa para irse a cualquier otro lugar público. Recuerden que el hermano no tenía auto, así que no podía irse muy lejos. En mi ciudad no se usa el transporte público como en otros lugares. Acá la mayoría de la gente se transporta en su propio automóvil.
Continuando con el relato del hermano expulsado, nos dijo que hubo noches enteras que no lograba dormir, que comenzó a padecer de los nervios y que en ocasiones lloraba tanto que sentía que iba a morir, tanto del dolor físico como del dolor espiritual. Sus palabras nos tocaron fibras sensibles a mi esposo y a mí, pues ambos teníamos a familiares que estaban expulsados en ese tiempo…
Desde esa ocasión, comencé a empatizar más con todas las personas expulsadas… Pude ver lo dañino que es retirarle el habla a un ser tan querido como a una madre, padre, hermana o hermano… o a un amigo que te aprecia de verdad… y en ocasiones uno no toma en cuenta el sacrificio que esa persona tiene que hacer para que le volvamos a querer igual que antes… La persona expulsada tiene que experimentar tristeza, soledad, angustia, desesperación, dolor… y humillarse ante los ancianos que en algunos casos buscan algún pretexto, o alguna falla para seguir negándoles la readmisión…
Y cuando por fin es readmitido, muchos no pensamos en su corazón, en su estado emocional, sino que solo queremos verle predicar, que no falte a ninguna reunión, que se prepare con la Atalaya, que nos hable de la felicidad que siente de pertenecer de nuevo “al pueblo de Jehová”… pero muy en secreto el corazón de esa persona sangra, pues fue muy lastimado. Y no puede hablar de su sufrimiento con nadie, porque entonces recibiría respuestas como, “pues eso paso porque te alejaste de Jehová”, como diciéndole “¿por qué te lamentas?, si todo fue tu culpa…”, y el resultado es que le obligan a ignorar sus sentimientos y pretender que todo está bien, y que sus sentimientos no son importantes…
Las consecuencias que trae la expulsión perviven hasta después de ser readmitidos. Es por eso que si tenemos familiares que fueron expulsados debemos sanarles el corazón en la medida que nos sea posible, y la forma infalible de hacerlo es pidiendo perdón y dejándoles saber lo mucho que los queremos. Y si tenemos amigos y familiares que ahora mismo están expulsados no los rechacemos.
El hermano siempre entraba al salón al terminar la oracion y desaparecía para el momento de decir el "amén", al finalizar la reunión. En varias ocasiones lo llegamos a ver caminando o yendo a su casa en bicicleta.
Cierto día lluvioso, después de la reunión, lo vimos irse caminando. Yo le sugerí a mi esposo que hablara con un anciano para que le preguntara si estaba bien que le ofreciéramos llevarlo a su casa. El anciano accedió y hasta le agradeció a mi esposo por haber pensado en eso. La verdad es que pienso que el anciano nos dio el “permiso” porque ya estaban por readmitir al hermano, puesto que en la siguiente reunión anunciaron su readmisión.
En fin, el caso es que yendo el hermano en nuestro auto, nos comentó lo feliz que estaba porque volvería al lado de su familia. También nos contó lo difícil que había sido para él su expulsión, de la soledad que habia sentido, porque por un lado no podía socializar con sus familiares TJ, y por otro lado, para poder ser readmitido, no podía tener ningún trato con “la gente de afuera”...
Vivía lejos de su familia, en una casa de una familia que le había arrendado una pieza, y dijo que era muy difícil para él porque la familia organizaba fiestas de cumpleaños y otras fiestas relacionadas con la religión Católica, y que entonces, él tenía que encerrarse en su pieza durante todo el día, o salir de la casa para irse a cualquier otro lugar público. Recuerden que el hermano no tenía auto, así que no podía irse muy lejos. En mi ciudad no se usa el transporte público como en otros lugares. Acá la mayoría de la gente se transporta en su propio automóvil.
Continuando con el relato del hermano expulsado, nos dijo que hubo noches enteras que no lograba dormir, que comenzó a padecer de los nervios y que en ocasiones lloraba tanto que sentía que iba a morir, tanto del dolor físico como del dolor espiritual. Sus palabras nos tocaron fibras sensibles a mi esposo y a mí, pues ambos teníamos a familiares que estaban expulsados en ese tiempo…
Desde esa ocasión, comencé a empatizar más con todas las personas expulsadas… Pude ver lo dañino que es retirarle el habla a un ser tan querido como a una madre, padre, hermana o hermano… o a un amigo que te aprecia de verdad… y en ocasiones uno no toma en cuenta el sacrificio que esa persona tiene que hacer para que le volvamos a querer igual que antes… La persona expulsada tiene que experimentar tristeza, soledad, angustia, desesperación, dolor… y humillarse ante los ancianos que en algunos casos buscan algún pretexto, o alguna falla para seguir negándoles la readmisión…
Y cuando por fin es readmitido, muchos no pensamos en su corazón, en su estado emocional, sino que solo queremos verle predicar, que no falte a ninguna reunión, que se prepare con la Atalaya, que nos hable de la felicidad que siente de pertenecer de nuevo “al pueblo de Jehová”… pero muy en secreto el corazón de esa persona sangra, pues fue muy lastimado. Y no puede hablar de su sufrimiento con nadie, porque entonces recibiría respuestas como, “pues eso paso porque te alejaste de Jehová”, como diciéndole “¿por qué te lamentas?, si todo fue tu culpa…”, y el resultado es que le obligan a ignorar sus sentimientos y pretender que todo está bien, y que sus sentimientos no son importantes…
Las consecuencias que trae la expulsión perviven hasta después de ser readmitidos. Es por eso que si tenemos familiares que fueron expulsados debemos sanarles el corazón en la medida que nos sea posible, y la forma infalible de hacerlo es pidiendo perdón y dejándoles saber lo mucho que los queremos. Y si tenemos amigos y familiares que ahora mismo están expulsados no los rechacemos.