25 Aug, 2019, 11:04 AM
Cómo llegó hasta nosotros la biblia
Más importancia tiene el problema de las copias y recensiones, de las interpolaciones y de las traducciones ya que ello afecta directamente al contenido de la biblia pudiendo cambiarlo, dándonos por consiguiente un mensaje no auténtico. El lector cuando tiene una biblia en sus manos tiene que pensar que lo que está leyendo es la traducción de una traducción de otra traducción; y el que sabe lo difícil que es el arte de traducir sabrá lo que esto significa.
Cuando el cristiano piadoso lee en las primeras páginas de su biblia «Traducción hecha a partir de las lenguas originales» no deberá tomarlo demasiado a la letra ya que:
1. No se conserva ningún original de absolutamente ninguno de los libros que componen la biblia.
2. Cualquier traducción está hecha de copias que ya habían sido traducidas y recopiadas muchas veces cuando sirvieron de «original» para las traducciones que poseemos.
3. El conocimiento de las «lenguas originales» que han tenido la mayoría de los traductores ha sido casi siempre muy poco profundo.
Cuando uno piensa que de algunos pasajes de la biblia se pueden hacer dos versiones completamente diferentes no solo en las palabras sino en el significado (dependiendo de cuáles sean los manuscritos que se usen de original) y cuando uno sabe que existen más de cien mil variantes del texto bíblico uno no puede menos de sonreírse cuando ve el énfasis que algunos predicadores —llenos de buena voluntad— hacen en tal o cual verbo o adjetivo usado por Cristo o por cualquier profeta. En realidad no tienen derecho ninguno a hacer tal cosa una vez que sabemos los enormes abismos que median entre lo que fue exactamente la palabra o el significado original y lo que tenemos escrito en nuestras biblias actuales, en un idioma completamente diferente del original.
Para que el lector menos versado en estas cosas vea que no estoy exagerando, le pondré un solo ejemplo del largo y difícil camino que el texto que tiene en su biblia ha tenido que recorrer desde el original (escrito en un pellejo en toscas letras a mano), hasta las nítidas líneas impresas a máquina y perfectamente idénticas en miles de ejemplares.
Por mucho tiempo el texto de la mayor parte del Antiguo Testamento estuvo escrito en pergaminos en los que no había separación entre capítulos, ni entre párrafos, ni entre palabras. Era todo un mazacote ininteligible de letras mayúsculas. Y lo más grave de todo: las letras eran todas consonantes, porque los escritos hebreos no tenían vocales; sencillamente había que irlas adivinando. Imagine el lector que su biblia actual estuviese escrita así: NLPRNCPCRDSLCLLTR.
Para el que sabe cómo comienza la biblia, no resulta muy difícil intercalar las vocales apropiadas y caer en la cuenta de que ese mazacote de consonantes puede ser leído así: ENELPRINCIPIOCREODIOSELCIELOYLATIERRA. Pero el que se enfrenta con todas esas letras por primera vez, puede con el mismo derecho leerlo así: NIELPRINCIPECUERDOSELUCEALAALTURA… o de cualquier otra manera que él se imagine. Y este estado de cosas duró bastantes siglos.
Esta ha sido precisamente la causa de la diferencia en los dos nombres que en la actualidad se le dan a Dios en las diversas biblias. Ciertos sectores protestantes más conservadores y los Testigos de Jehová —entre otros— tienen como algo sagrado el nombre de Jehová, mientras que para otras denominaciones protestantes más cultas y para los católicos, este nombre es un positivo error y en vez de él usan el de Yahvéh (simplificado en Yavé o Javé).
La razón de esta diferencia (que para los fanatizados «jehovistas» tiene una enorme importancia) es precisamente lo que estamos diciendo. Por carecer de vocales los códices antiguos hebreos y por no pronunciar jamás el nombre sagrado de Dios (Yahvéh) pronunciando en su lugar el nombre de Edonay (que significa Señor), con el paso de los años el pueblo hebreo se fue olvidando de las vocales que había que colocar entre las consonantes J (o Y)HVH y terminó por no saber cómo se pronunciaba el nombre de Dios.
Cuando hacia el año 600 los rabinos le pusieron las vocales Letras Hebreas de Yahweh correspondientes a todo el texto bíblico del Antiguo Testamento, en vez de intercalar las vocales originales A E, intercalaron las vocales de la palabra que venían pronunciado hacía siglos, es decir, las vocales EOA de Edonay, resultando de ello la palabra Yehovah o Jehova; y así se siguió haciendo durante mucho tiempo, hasta que en el siglo pasado los escrituristas más famosos —protestantes, católicos y judíos— se pusieron de acuerdo en que el nombre «Jehová» era un error. Pero la ciencia llegó tarde porque ya para entonces muchos videntes e iluminados habían tenido apariciones e inspiraciones en las que «el mismo Dios les había hablado de la sacralidad del nombre de Jehová».
Si esto ha pasado con una de las palabras más importantes de la biblia, imagine el lector lo que tiene que haber pasado con miles de otros pasajes menos importantes.
Por su parte las traducciones griegas y latinas más antiguas tenían sus vocales correspondientes, pero los códices estaban escritos sin separación entre las palabras y sin signos ortográficos, lo cual era fuente de muchos errores a la hora de interpretar el texto. El clásico ejemplo «RESUCITONOESTAAQUI» puede ser interpretado: ¡RESUCITO!; ¡NO ESTÁ AQUÍ!, o también: ¿RESUCITO? ¡NO!; ¡ESTÁ AQUÍ!, etc.
Estas son solo algunas de las muchas razones para las más de cien mil variantes de que hablábamos anteriormente.
Porque hay más razones, derivadas fundamentalmente del propio lenguaje antiguo y ya perdido que se usó en muchos de los textos y debidas también a los naturales errores de los copistas que por horas y horas cumplían la tediosa tarea de reproducir a mano viejos y enrevesados manuscritos. En algunas ocasiones bastó que se hubiesen olvidado de poner un punto encima o abajo de la consonante o que lo hubiesen puesto abajo en vez de ponerlo arriba —error facilísimo de cometer— para que la palabra o el párrafo entero cambiasen por completo de sentido en el códice hebreo.
Le pondré al lector otro ejemplo clásico: la tan repetida frase de Cristo de que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve». No podemos tener duda alguna de que la frase sea auténtica de Cristo porque la vemos repetida en los tres sinópticos (Mat. 19, 24; Marc. 10, 25 y Luc. 18, 25). Pero ¿qué fue lo que en realidad quiso decir Cristo? Porque resulta que la palabra aramea que se usó en el original para designar al camello también significa cuerda o soga y significa además viga. Lógica o literariamente parece que hace más sentido el decir «es más fácil que una cuerda pase por el ojo de una aguja» que la enorme exageración que leemos en los evangelios. Pero nos quedamos con la duda de si Cristo quiso intencionalmente cometer esa exageración.
Y nuestra duda se acrecentará aún más, cuando los lingüistas entendidos nos dicen que la palabra griega (que ya era una traducción del arameo) de la cual se tradujo la palabra «aguja», puede también significar una puerta muy estrecha —una especie de burladero— que había en ciertos lugares en las murallas y por la que apenas pasaba un hombre. En este caso, de nuevo cobra sentido y lógica la relación con el camello; pero entonces tendremos que olvidarnos de la hipérbole que leemos en nuestros evangelios con las tremendas implicaciones ascéticas que ella conlleva, que por siglos han atemorizado a tantas piadosas almas cristianas.
Por eso apuntaba unas líneas más arriba, que es absolutamente risible el oír a muchos predicadores —sobre todo entre los protestantes fundamentalistas— esgrimir como una espada tal o cual palabra o verbo específico, como si estuviese todavía caliente, recién salido de los labios de Dios. Y si a esto añadimos las pasiones particulares, las conveniencias políticas del momento y toda suerte de limitaciones humanas, no tendremos que extrañarnos de las grandes diferencias que encontramos en nuestras biblias.
No tendremos que extrañarnos, por ejemplo, de la facilidad con que Lutero y otros líderes protestantes suprimieron de la biblia libros enteros (apoyados a veces en razones no exentas de peso); ni tendremos tampoco que extrañarnos de la seguridad con que muchos escrituristas nos dicen que tal párrafo ha sido interpolado o añadido, cosa en la que muy probablemente no están de acuerdo otros ilustres exégetas que tienen no menos argumentos para sostener que tal versículo es auténtico y no puede ser suprimido. Menos mal que el «simple fiel» sigue en su fiel simpleza creyendo que lo que lee en su biblia es ni más ni menos que lo que Dios dictó y no se entera de cómo se tiran los bíblicos trastos a la cabeza los especialistas de la hermenéutica sacra En esta última página, a pesar de haberlo hecho de una manera pasajera, he enunciado ya varios problemas muy serios en cuanto a la aceptabilidad de la biblia como palabra de Dios; pero no hemos hecho nada más que enunciarlos porque, como dijimos, ponerse a profundizar en ellos nos llevaría muy lejos. Piense el lector solamente en que dentro del judeo-cristianismo la mitad de los fieles bíblicos hace hincapié en versículos y libros que la otra mitad rechaza como auténticos: de ahí podrá deducir las enormes y profundas dudas que hay en torno al texto mismo de la biblia, ya que sería una audacia o un pecado muy grande rechazar la palabra de Dios solo por leves dudas; o viceversa, seria una necedad incalificable el admitir como palabra revelada cosas que han sido inventadas por sabe Dios quién.
Salvador freixedo
Más importancia tiene el problema de las copias y recensiones, de las interpolaciones y de las traducciones ya que ello afecta directamente al contenido de la biblia pudiendo cambiarlo, dándonos por consiguiente un mensaje no auténtico. El lector cuando tiene una biblia en sus manos tiene que pensar que lo que está leyendo es la traducción de una traducción de otra traducción; y el que sabe lo difícil que es el arte de traducir sabrá lo que esto significa.
Cuando el cristiano piadoso lee en las primeras páginas de su biblia «Traducción hecha a partir de las lenguas originales» no deberá tomarlo demasiado a la letra ya que:
1. No se conserva ningún original de absolutamente ninguno de los libros que componen la biblia.
2. Cualquier traducción está hecha de copias que ya habían sido traducidas y recopiadas muchas veces cuando sirvieron de «original» para las traducciones que poseemos.
3. El conocimiento de las «lenguas originales» que han tenido la mayoría de los traductores ha sido casi siempre muy poco profundo.
Cuando uno piensa que de algunos pasajes de la biblia se pueden hacer dos versiones completamente diferentes no solo en las palabras sino en el significado (dependiendo de cuáles sean los manuscritos que se usen de original) y cuando uno sabe que existen más de cien mil variantes del texto bíblico uno no puede menos de sonreírse cuando ve el énfasis que algunos predicadores —llenos de buena voluntad— hacen en tal o cual verbo o adjetivo usado por Cristo o por cualquier profeta. En realidad no tienen derecho ninguno a hacer tal cosa una vez que sabemos los enormes abismos que median entre lo que fue exactamente la palabra o el significado original y lo que tenemos escrito en nuestras biblias actuales, en un idioma completamente diferente del original.
Para que el lector menos versado en estas cosas vea que no estoy exagerando, le pondré un solo ejemplo del largo y difícil camino que el texto que tiene en su biblia ha tenido que recorrer desde el original (escrito en un pellejo en toscas letras a mano), hasta las nítidas líneas impresas a máquina y perfectamente idénticas en miles de ejemplares.
Por mucho tiempo el texto de la mayor parte del Antiguo Testamento estuvo escrito en pergaminos en los que no había separación entre capítulos, ni entre párrafos, ni entre palabras. Era todo un mazacote ininteligible de letras mayúsculas. Y lo más grave de todo: las letras eran todas consonantes, porque los escritos hebreos no tenían vocales; sencillamente había que irlas adivinando. Imagine el lector que su biblia actual estuviese escrita así: NLPRNCPCRDSLCLLTR.
Para el que sabe cómo comienza la biblia, no resulta muy difícil intercalar las vocales apropiadas y caer en la cuenta de que ese mazacote de consonantes puede ser leído así: ENELPRINCIPIOCREODIOSELCIELOYLATIERRA. Pero el que se enfrenta con todas esas letras por primera vez, puede con el mismo derecho leerlo así: NIELPRINCIPECUERDOSELUCEALAALTURA… o de cualquier otra manera que él se imagine. Y este estado de cosas duró bastantes siglos.
Esta ha sido precisamente la causa de la diferencia en los dos nombres que en la actualidad se le dan a Dios en las diversas biblias. Ciertos sectores protestantes más conservadores y los Testigos de Jehová —entre otros— tienen como algo sagrado el nombre de Jehová, mientras que para otras denominaciones protestantes más cultas y para los católicos, este nombre es un positivo error y en vez de él usan el de Yahvéh (simplificado en Yavé o Javé).
La razón de esta diferencia (que para los fanatizados «jehovistas» tiene una enorme importancia) es precisamente lo que estamos diciendo. Por carecer de vocales los códices antiguos hebreos y por no pronunciar jamás el nombre sagrado de Dios (Yahvéh) pronunciando en su lugar el nombre de Edonay (que significa Señor), con el paso de los años el pueblo hebreo se fue olvidando de las vocales que había que colocar entre las consonantes J (o Y)HVH y terminó por no saber cómo se pronunciaba el nombre de Dios.
Cuando hacia el año 600 los rabinos le pusieron las vocales Letras Hebreas de Yahweh correspondientes a todo el texto bíblico del Antiguo Testamento, en vez de intercalar las vocales originales A E, intercalaron las vocales de la palabra que venían pronunciado hacía siglos, es decir, las vocales EOA de Edonay, resultando de ello la palabra Yehovah o Jehova; y así se siguió haciendo durante mucho tiempo, hasta que en el siglo pasado los escrituristas más famosos —protestantes, católicos y judíos— se pusieron de acuerdo en que el nombre «Jehová» era un error. Pero la ciencia llegó tarde porque ya para entonces muchos videntes e iluminados habían tenido apariciones e inspiraciones en las que «el mismo Dios les había hablado de la sacralidad del nombre de Jehová».
Si esto ha pasado con una de las palabras más importantes de la biblia, imagine el lector lo que tiene que haber pasado con miles de otros pasajes menos importantes.
Por su parte las traducciones griegas y latinas más antiguas tenían sus vocales correspondientes, pero los códices estaban escritos sin separación entre las palabras y sin signos ortográficos, lo cual era fuente de muchos errores a la hora de interpretar el texto. El clásico ejemplo «RESUCITONOESTAAQUI» puede ser interpretado: ¡RESUCITO!; ¡NO ESTÁ AQUÍ!, o también: ¿RESUCITO? ¡NO!; ¡ESTÁ AQUÍ!, etc.
Estas son solo algunas de las muchas razones para las más de cien mil variantes de que hablábamos anteriormente.
Porque hay más razones, derivadas fundamentalmente del propio lenguaje antiguo y ya perdido que se usó en muchos de los textos y debidas también a los naturales errores de los copistas que por horas y horas cumplían la tediosa tarea de reproducir a mano viejos y enrevesados manuscritos. En algunas ocasiones bastó que se hubiesen olvidado de poner un punto encima o abajo de la consonante o que lo hubiesen puesto abajo en vez de ponerlo arriba —error facilísimo de cometer— para que la palabra o el párrafo entero cambiasen por completo de sentido en el códice hebreo.
Le pondré al lector otro ejemplo clásico: la tan repetida frase de Cristo de que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve». No podemos tener duda alguna de que la frase sea auténtica de Cristo porque la vemos repetida en los tres sinópticos (Mat. 19, 24; Marc. 10, 25 y Luc. 18, 25). Pero ¿qué fue lo que en realidad quiso decir Cristo? Porque resulta que la palabra aramea que se usó en el original para designar al camello también significa cuerda o soga y significa además viga. Lógica o literariamente parece que hace más sentido el decir «es más fácil que una cuerda pase por el ojo de una aguja» que la enorme exageración que leemos en los evangelios. Pero nos quedamos con la duda de si Cristo quiso intencionalmente cometer esa exageración.
Y nuestra duda se acrecentará aún más, cuando los lingüistas entendidos nos dicen que la palabra griega (que ya era una traducción del arameo) de la cual se tradujo la palabra «aguja», puede también significar una puerta muy estrecha —una especie de burladero— que había en ciertos lugares en las murallas y por la que apenas pasaba un hombre. En este caso, de nuevo cobra sentido y lógica la relación con el camello; pero entonces tendremos que olvidarnos de la hipérbole que leemos en nuestros evangelios con las tremendas implicaciones ascéticas que ella conlleva, que por siglos han atemorizado a tantas piadosas almas cristianas.
Por eso apuntaba unas líneas más arriba, que es absolutamente risible el oír a muchos predicadores —sobre todo entre los protestantes fundamentalistas— esgrimir como una espada tal o cual palabra o verbo específico, como si estuviese todavía caliente, recién salido de los labios de Dios. Y si a esto añadimos las pasiones particulares, las conveniencias políticas del momento y toda suerte de limitaciones humanas, no tendremos que extrañarnos de las grandes diferencias que encontramos en nuestras biblias.
No tendremos que extrañarnos, por ejemplo, de la facilidad con que Lutero y otros líderes protestantes suprimieron de la biblia libros enteros (apoyados a veces en razones no exentas de peso); ni tendremos tampoco que extrañarnos de la seguridad con que muchos escrituristas nos dicen que tal párrafo ha sido interpolado o añadido, cosa en la que muy probablemente no están de acuerdo otros ilustres exégetas que tienen no menos argumentos para sostener que tal versículo es auténtico y no puede ser suprimido. Menos mal que el «simple fiel» sigue en su fiel simpleza creyendo que lo que lee en su biblia es ni más ni menos que lo que Dios dictó y no se entera de cómo se tiran los bíblicos trastos a la cabeza los especialistas de la hermenéutica sacra En esta última página, a pesar de haberlo hecho de una manera pasajera, he enunciado ya varios problemas muy serios en cuanto a la aceptabilidad de la biblia como palabra de Dios; pero no hemos hecho nada más que enunciarlos porque, como dijimos, ponerse a profundizar en ellos nos llevaría muy lejos. Piense el lector solamente en que dentro del judeo-cristianismo la mitad de los fieles bíblicos hace hincapié en versículos y libros que la otra mitad rechaza como auténticos: de ahí podrá deducir las enormes y profundas dudas que hay en torno al texto mismo de la biblia, ya que sería una audacia o un pecado muy grande rechazar la palabra de Dios solo por leves dudas; o viceversa, seria una necedad incalificable el admitir como palabra revelada cosas que han sido inventadas por sabe Dios quién.
Salvador freixedo