Le christianisme dévoilé. Examen des principes et des effets de la religion chrétienne
Barón de Holbach, 1761
Sobre los libros sagrados de los cristianos
Para mostrarnos su origen celeste, la religión cristiana basa sus derechos en libros que considera sagrados e inspirados por el mismo Dios. Veamos, por tanto, si sus pretensiones están fundadas, y examinemos si esas obras poseen realmente la impronta de la sabiduría, la omnisciencia y la perfección que atribuimos a la divinidad.
La Biblia, objeto de veneración de los cristianos, en la que no se halla una sola palabra que no haya sido inspirada, está formada por la mezcla, poco compatible, de los libros sagrados de los hebreos, conocidos por el nombre de Antiguo Testamento, combinados con obras más recientes inspiradas de igual modo a los fundadores del cristianismo y conocidas por el nombre de Nuevo Testamento. Al comienzo de esta colección, que sirve de fundamento y código a la religión cristiana, se encuentran cinco libros atribuidos a Moisés, quien al escribirlos no fue, según se dice, sino el secretario de la divinidad. Moisés se remonta en ellos al origen de las cosas y quiere iniciarnos en el misterio de la creación del mundo, cuando él mismo no tiene más que ideas tan vagas y confusas que a cada instante delatan una profunda ignorancia de las leyes de la física. Dios crea el Sol, que es la fuente de luz de nuestro sistema planetario, varios días después de crear la luz. Dios, que no puede ser representado por imagen alguna, crea al hombre a su imagen, lo crea macho y hembra y, olvidando inmediatamente lo que acaba de hacer, crea a la mujer de una costilla del hombre. En suma, desde el comienzo no vemos en la Biblia más que ignorancia y contradicciones[35]. Todo prueba que la cosmogonía de los hebreos sólo es un tejido de fábulas y alegorías incapaz de proporcionarnos idea alguna sobre las cosas, dirigida únicamente a contentar a un pueblo salvaje, ignorante y tosco, ajeno a las ciencias y al razonamiento.
En el resto de libros atribuidos a Moisés hallaremos una multitud de historias improbables y fantásticas, y un amasijo de leyes ridículas y arbitrarias. Finalmente, el autor concluye relatando su propia muerte. Los libros posteriores a Moisés no están menos llenos de ignorancia; Josué detiene el Sol, que no gira; Sansón, el Hércules de los judíos, posee fuerza suficiente para derribar un templo… No acabaríamos nunca si quisiéramos señalar todas las sandeces y fábulas que aparecen en cada uno de los pasajes de una obra que tienen la desfachatez de atribuir al Espíritu Santo. Toda la historia de los hebreos no es más que un amasijo de cuentos indignos de la seriedad de la historia y la majestad de la divinidad. Ridícula para el sentido común, parece haberse inventado únicamente para entretener la credulidad de un pueblo infantil y estúpido.
Esta recopilación informe aparece trufada de oráculos oscuros y deshilvanados de diversos iluminados o profetas, que, uno tras otro, han saciado la superstición de los judíos. En resumen, en el Antiguo Testamento todo respira fervor, fanatismo y delirio, decorados a menudo con un lenguaje pomposo. Allí se encuentra de todo excepto sentido común, lógica y razón, que parecen haber sido concienzudamente excluidos del libro que sirve de guía a hebreos y cristianos.
Hemos considerado ya las ideas despreciables y a menudo absurdas que este libro nos proporciona acerca de la divinidad. Ésta se muestra ridícula en todo su comportamiento, juega a dos barajas, se contradice a cada instante, obra con imprudencia, se arrepiente de lo que ha hecho, construye con una mano para destruir con la otra y se desdice por boca de un profeta de lo que ha dicho por boca de otro. Mientras castiga con la muerte a toda la raza humana por el pecado de un solo hombre, anuncia a través de Ezequiel que es justa y que no hace responsables a los hijos de la iniquidad de sus padres. Por boca de Moisés, ordena a los israelitas que roben a los egipcios; y en el decálogo, publicado como ley de Moisés, les prohíbe el robo y el asesinato. En pocas palabras, Yaveh, siempre en contradicción consigo mismo, en el libro inspirado por su espíritu, cambia con las circunstancias, no mantiene jamás una conducta uniforme y se pinta como un tirano que avergonzaría a los malvados más empedernidos.
Del mismo modo, si echamos una mirada al Nuevo Testamento, no veremos nada que proclame ese espíritu de verdad que dictó, supuestamente, aquella obra. Cuatro historiadores o fabulistas escribieron la historia maravillosa del Mesías y, poco concordantes sobre las circunstancias de su vida, se contradicen a menudo del modo más evidente. La genealogía de Cristo proporcionada por san Mateo no se parece en nada a la que nos ofrece san Lucas; uno de los evangelios le hace viajar a Egipto, otro no dice nada de esa fuga; uno hace durar su misión tres años, el otro la supone sólo de tres meses. Tampoco concuerdan sobre las circunstancias de los hechos que relatan. San Marcos dice que Jesús murió en la hora tercera, es decir, a las nueve de la mañana, y san Juan dice que murió en la sexta, es decir, a mediodía. Según san Mateo y san Marcos, las mujeres que después de la muerte de Jesús fueron a su sepulcro no vieron más que a un ángel; según san Lucas y san Juan, vieron dos. Según unos, estos ángeles estaban situados fuera de la tumba; según otros, dentro. Varios milagros de Jesús son narrados también de forma diferente por estos evangelistas, testigos o iluminados. Lo mismo ocurre con sus apariciones tras la resurrección. Todo esto, ¿no nos debe hacer dudar de la infalibilidad de los evangelistas y de la realidad de sus inspiraciones divinas? ¿Qué diremos acerca de las profecías falsas e inexistentes atribuidas a Jesús en el Evangelio? San Mateo pretende que Jeremías predijo que Cristo sería traicionado por treinta monedas de plata, pero esta profecía no se encuentra en Jeremías. Nada más extraño que la manera en que los doctores cristianos se zafan de estas dificultades. Sus soluciones sólo están hechas para contentar a personas que consideran un deber permanecer en la ceguera[36]. Cualquier hombre razonable observará que ni siquiera todo el aparato de sofismas podrá reconciliar jamás contradicciones tan palpables, y los esfuerzos de los intérpretes no probarán sino la debilidad de su causa. ¿Se puede servir a la divinidad mediante subterfugios, sutilezas y mentiras?
Las mismas contradicciones y los mismos errores encontramos en el pomposo galimatías atribuido a san Pablo. Este hombre, inspirado por el espíritu de Dios, no muestra en sus discursos y epístolas sino el fervor de un loco. Los análisis más detallados no pueden alcanzar a comprender ni conciliar las contradicciones, los enigmas y las ideas deshilvanadas que abundan en sus obras, ni las incertidumbres de su conducta, tan pronto favorable como opuesta al judaísmo[37]. No más claridad se podrá sacar de las otras obras atribuidas a los apóstoles. Parece como si estos personajes inspirados por la divinidad hubieran venido a la Tierra únicamente para impedir que sus discípulos comprendieran algo de la doctrina que les querían enseñar.
En fin, el mosaico que compone el Nuevo Testamento termina con el libro místico conocido con el nombre de Apocalipsis de san Juan, obra ininteligible en la que el autor ha querido insistir en todas las ideas lúgubres y funestas contenidas en la Biblia. Muestra al género humano afligido la perspectiva de la inminente desaparición del mundo, llena la imaginación de los cristianos de ideas espantosas adecuadas para hacerles estremecer, quitarles las ganas de una vida perecedera y volverlos inútiles o perjudiciales para la sociedad. Así, el fanatismo pone dignamente fin a una recopilación reverenciada por los cristianos pero ridícula y despreciable para el hombre sensato, indigna de un Dios pleno de sabiduría y bondad; una recopilación detestable para cualquiera que considere los males que ha hecho a la Tierra.
En definitiva, habiendo tomado los cristianos como regla de su conducta y opiniones un libro como la Biblia, es decir, una obra repleta de fábulas espantosas, ideas terribles sobre la divinidad y contradicciones sorprendentes, jamás han podido saber a qué atenerse, jamás se han puesto de acuerdo sobre la manera de entender la voluntad de un Dios cambiante y caprichoso, y jamás han sabido de forma precisa lo que este Dios les exigía. Este libro oscuro fue para los cristianos una manzana de la discordia, una fuente inagotable de querellas, un arsenal en el que los partidos más enfrentados se procuraban por igual las armas. Los geómetras no tienen disputa alguna acerca de los principios fundamentales de su ciencia. ¿Por qué fatalidad el libro revelado de los cristianos, que encierra los fundamentos de su religión divina, de lo que depende su felicidad eterna, es ininteligible y motivo de discusiones que han ensangrentado la tierra con tanta frecuencia? A juzgar por sus efectos, un libro semejante, ¿no debería ser visto más bien como la obra de un genio maligno, con disposición al engaño y las tinieblas, y no como el de un Dios que se interesa por la conservación y bondad de los hombres, a los que quiere iluminar