(14 Oct, 2023, 12:28 AM)Charles Fiasco Rusell escribió: (13 Oct, 2023, 05:36 PM)Charles Fiasco Rusell escribió: (12 Oct, 2023, 09:41 PM)Charles Fiasco Rusell escribió: Panteón Los Rosales, La congregación Fantasma del circuito 13 parte 3
La lluvia había cesado, pero por la temporada el frío y la neblina eran la constante en el pueblo.
Los ancianos habían preparado un rico café, el salón no contaba con calefacción y el frío era evidente entre los presentes.
Humberto comenzó comentando a los ancianos el motivo de la reunión, dado que no los había anticipado al respecto. Los ancianos locales concordaron en que no tenían registro alguno de que se hubiera asignado el territorio de la congregación Panteón los Rosales a la congregación el Paraíso, nunca se les notificó. Ningún publicador del Paraíso vivía en Los Rosales, y los ancianos nunca habían prestado atención a ese territorio porque no les había sido designado. Humberto pidió mantener confidencial el asunto, no informar a los publicadores al respecto, pues no quería alimentar su curiosidad al respecto; Genaro, el Coordinador, invitó al superintendente a pasar unas horas en casa para reposar, sabía que estaba cansado tras haber pasado manejando toda la noche.
En el hospedaje, ya conocido por el superintendente por ser el lugar donde se quedaba cuando llegaba a la congregación, quiso comunicarse con la sucursal pero era imposible porque la señal era muy débil, así que diciéndole a Genaro que quería caminar un rato e ir al centro de Pueblo para despejar la mente, cogió su abrijo y un sombrero para pasar desapercibido si encontraba a alguien de la congregación y se dirigió hasta el teléfono público, el único en todo el pueblo.
Marcó a la sucursal de México, lo enlazaron con Esteban (miembro del comité de sucursal) pero como estaba ocupado dando un curso de escuela para nuevos betelitas, le dijo que se enlazara con Jacinto, aquel brillante joven de la mesa de servicio.
Al hablar con Jacinto, le comentó que no había logrado gran avance, que nadie del paraíso sabía de la existencia de la otra congregación, y que no creía lograr algo de no tener más información.
Jacinto le comentó que precisamente estaba trabajando en el caso, revisando la correspondencia pero como era información muy antigua y la correspondencia se archivaba físicamente iba a tomarle tiempo encontrar lo que necesitaban. Se despidieron y quedaron en mantener línea directa ante cualquier avance en el caso.
Al regresar al hospedaje, Humberto recordó a Juanita Camarillo, célebre precursora de 95 años de edad, que era la admiración de todos en el circuito por su entusiasmo en la predicación, era precursora especial desde 1965 y llevaba décadas viviendo en el territorio de la congregación El Paraíso, él mismo la había entrevistado en asambleas de circuito, y ella había saltado a la fama local cuando salió en un broadcasting, ¿Qué tal si ella supiera algo al respecto? Al llegar al hospedaje le dijo a Genaro que le gustaría visitar a Juanita, así que después de cenar decidieron ir a verla, ya eran alrededor de las 8 pm, así que tomaron el auto, por seguridad decidieron no llevar los celulares.
El camino fue tranquilo, al llegar hablaron de trivialidades pero rápidamente Humberto trató de ir al punto y sin rodeos le preguntó si había escuchado alguna vez de la congregación Panteón Los Rosales... la expresión facial de la anciana cambió por completo, una mezcla entre sorpresa y recuerdos se reflejaban por sus ojos.
La ancianita les dijo que en aquellos años ella fue asignada a la congregación El Paraíso, y que conducía varios cursos bíblicos al día, se suponía que se quedaría solo un par de meses pero dado el éxito en la predicación, solicitaron a la sucursal ayuda para atender las zonas aledañas entre ellas Los Rosales, así que la sucursal mandó a un par de jóvenes misioneros ¡directamente de Galaad! Trató de recordar el nombre de ellos, tardó en lograrlo, solo recordó que uno era más joven que el otro, uno de ellos se llamaba William, el prototipo gringo de la WT, un joven apuesto de unos 20 años que cultivaba el don de la soltería... y respecto a su compañero, no recordó nada, solo sabía que era un americano de padres latinos así que fácilmente pasaba por Mexicano, pero por más que intentó recordar no pudo traer a su memoria más información.
Respecto a por qué la congregación pudo llamarse Los Rosales, Juanita recordó que en aquel entonces la única referencia para identificar la población era precisamente el panteón, dado que la población de Los Rosales era pequeña, y no había referencias importantes para localizarla, se tomó como referencia el panteón, un punto conocido por todas las poblaciones de la zona, se decía incluso que en el Panteón de Los Rosales había más enterrados de otros pueblos que del mismo poblado.
Respecto a la existencia alguna vez de una congregación en ese poblado, Juanita recordaba que a los pocos meses de que los misioneros llegaron, ya había unos 20 bautizados, así que posiblemente pudo haber existido una congregación pequeña, pero nunca supo exactamente en dónde se reunían. Tampoco supo porqué de repente dejaron de recibir noticias de esa región, la verdad es que con el gran crecimiento que estaba teniendo El Paraíso no tenían tiempo de estar al tanto de otras cosas. Ella suponía que debía haber un grupo de testigos de Jehová en esa zona pero nunca había conocido a nadie de ahí.
Genaro y Humberto se despidieron, Genaro trató de sacar la plática a Humberto, pero este permanecía muy serio, a cada paso que daba todo le parecía más intrigante, pero ya al menos tenía algunos datos de interés. Le comentó a Genaro que a primera hora del día siguiente iría a Los Rosales y le agradeció la hospitalidad.
Al día siguiente Humberto partía del Paraíso, pero antes decidió ir nuevamente al centro del pueblo para marcar por teléfono y avisar a Jacinto sus avances: que la congregación se llamaba Panteón los Rosales como referencia al panteón local, y que en ella hubo en la década de los 70 un aproximado de 20 publicadores, también que hubo 2 misioneros estableciendo la obra en dicho lugar, uno de ellos americano y el otro americano con raíces latinas, se desconocía el nombre del segundo pero el primero se llamaba William... cuando Jacinto escuchó esto, se sobresaltó, pues el coordinador del comité de sucursal se llamaba William, y había sido misionero en México antes de llegar a servir como betelita en dónde subió todos los peldaños hasta llegar a la cima del comité. Aún sorprendido, no le comentó su inquietud a Humberto, solo le dijo que buscaría información de la correspondencia respecto a los misioneros, sabiendo que uno de ellos se llamaba William; quedó en marcarle cuando localizara el nombre del otro misionero o cualquier otra información relevante.
Aún así, el corazón de Jacinto se sobresaltó al colgar el teléfono, es cierto que no tenía pruebas de que el William del caso fuera el William que él conocía, pero muchas cosas concordaban: el nombre, el haber sido misioneros, el ser americanos... y siempre le pareció raro extraña la actitud de William en la reunión donde se habló de la congregación perdida. Con todo, decidió seguir investigando por su cuenta, sabía que era muy pronto y arriesgado intentar inculpar de ocultar información a un betelita de tal calibre sin las pruebas suficientes, continuará...
Panteón Los Rosales, La congregación Fantasma del circuito 13 parte 4
01 de noviembre, por la mañana. Humberto llegaba al Pueblo Los Rosales, desde varios minutos antes de llegar se divisaba a lo lejos el panteón, ahora entendía que esa era la mejor referencia para localizar el pueblo. El ambiente era un poco raro dado que todos en el pueblo estaban en preparativos para el día de muertos, la plaza estaba adornada de cientas de flores de cempasúchil, también conocidas como flor de muerto. La gente hacia sus compras para las ofrendas, el modo en que los Mexicanos conmemoran estas fechas es única, más que miedo es una forma de respeto a los ancestros, nada que ver con la temática de día de brujas que se celebra en otros países, en México recibir la visita de un difunto en esas fechas es signo de alegría y no de miedo.
Sin haber desayunado, Humberto tuvo que parar a comer un tamal y tomar atole, tenía ganas de un pan , amaba el pan de dulce pero en dicha época del año lo único que se vendía era el pan de muerto, algo de lo cual si bien la organización no había publicado nada al respecto, era criticado por algunos, al igual que la rosca de reyes. Humberto aprovechó para preguntar a la vendedora si sabía algo de los testigos de Jehová, la señora refirió no saber de qué hablaba, sin poder creerlo preguntó a varias personas y nadie sabía quién era Jehová, o qué era eso de testigos de Jehová, eran personas que nunca habían sido incomodadas los fines de semana en su puerta, nunca habían visto un exhibidor de publicaciones, nadie sabía nada de la conmemoración, mucho menos de un salón del reino. Era un territorio virgen, el fetiche de cualquier testigo de Jehová. Humberto estaba por rendirse, le parecía que lo mejor que podía hacer era informar a la sucursal que el territorio era virgen y listo, mandarían algunos precursores a la zona para establecer la obra, pero... algo le decía que debía continuar, sobre todo el recuerdo de Enrique, quien le había dicho que iría a Los Rosales, ¿Qué tal si todavía se encontraba en el pueblo?
Humberto dió la vuelta por toda la plaza, buscando entre las caras, la mayoría de los pobladores ya estaban maquillados para la ocasión, como calaveras. Humberto comenzó a preguntar a los pobladores si conocían a un tal Enrique, nadie lo conocía ni había visto, ¿Qué caso tenía para el superintendente estar en un lugar donde no había nada de lo que había venido a buscar? Entonces de repente sin darse cuenta, Enrique estaba frente a él.
Enrique: Hola Humberto, ¿apenas llegando?
Humberto: Así es, apenas llegando, me alegra que aún estés aquí. ¿Has visitado a tus familiares como lo has planeado?
Enrique: Si, nos hemos reunido todos aquí, esta noche cenaremos y nos iremos, te invitaría pero no creo que te sientas cómodo con mi familia, además ninguno de nosotros vive ya aquí, solo escogimos visitar por hoy este lugar, y después nos iremos cada quien de donde vino.
Humberto: entiendo, pero, necesito tu ayuda, necesito localizar el lugar donde los testigos de Jehová aquí realizaban sus reuniones, no me puedo ir hasta no saber algo de ese lugar.
Enrique: oh claro, lo entiendo, no puedo acompañarte porque como entenderás es difícil tener tiempo cuando solo se tienen unas horas para estar aquí antes de tener que volver a partir. Pero te diré como llegar; el lugar de reunión está justo detrás del panteón, ahí hay un predio y debe estar la construcción, tienes que atravesar caminando el panteón, lo que pasa es que, dicen los viejos de antiguas generaciones que dónde está el panteón el gobierno planeaba construir una calle, y con los terrenos alrededor construir casas, al final se decidió usar los terrenos para construir el panteón, pero dado que una persona ya había comprado su terreno, se tuvo que respetar su propiedad, así que su casa está ahí, literalmente al final del panteón, no hay otra manera en que puedas llegar más que atravesando.
Humberto: Gracias Enrique, te agradezco, y espero que regreses con bien.
Enrique: no te preocupes por mi, yo también espero que regreses con bien.
Mientras tanto, en betel de México, Jacinto seguía buscando información, entre montones de sobres, polvo, en el sótano del departamento de servicio, buscaba información. Después de varias horas de búsqueda logró encontrar algunas cosas interesantes.
Una carta de asignación, dónde se indicaba que William y el otro misionero eran asignados a la población Los Rosales, no cabía duda, el William que conocía, aquel betelita de alto rango, sabía algo y lo ocultaba. Encontró también correspondencia entre la sucursal y William, en su época de misionero, donde se hablaba de los alcances que tuvo la obra, de que se había fundado una pequeña congregación de 20 estudiantes con William como Siervo de Congregación, luego otra carta invitaba a que uno de los 2 precursores se mudara a trabajar en betel en la mesa de servicio mientras que otro se quedaría en el campo misional en Los Rosales; la última correspondencia era respecto a la visita que el hermano Nathan Knorr haría a México, donde se celebraría una asamblea especial en la arena México, la congregación entera había hecho planes para ir hasta la capital y disfrutar de la asamblea, esa era la última carta al respecto, no había más cosas, parecía evidente que alrededor de eso se suscitó la desaparición de dicha congregación.
Mientras tanto, aunque era relativamente temprano, la lluvia y la neblina daban apariencia de ser más tarde, además, los pobladores locales habían terminado de limpiar las tumbas de sus antepasados, de colocarles flores y ofrendas, el panteón estaba solo y el portero yacía borracho en el suelo. Humberto no era supersticioso, así que atravesó confiado el panteón, al final efectivamente estaba un terreno muy descuidado, años y años de vegetación cubrían gran parte de todo, al ser propiedad privada el gobierno no estaba obligado a darle mantenimiento al lugar. Después de batallar con ramas y enredaderas, dió con la puerta... que naturalmente estaba cerrada, ¿Qué podía hacer?
Tomó su corbata, que traía en la gabardina, la envolvió en su mano y con el puño cerrado rompió un cristal de la puerta, para meter la mano y abrir la cerradura por dentro. Durante ese tiempo recibió un par de llamadas de Jacinto, pero por lo ocupado que estaba Humberto decidió no contestar. Al entrar, fue como si se hubiera transportado en el tiempo, un auditorio con unas cuantas bancas oxidadas, adelante una plataforma improvisada con tarimas hoy podridas, y un atril rústico igualmente podrido por ser de madera. La humedad había generado salitre en las paredes, por un momento Humberto quiso salir porque parecía que la estructura podría caerse en cualquier momento. En el lugar también había un mueble de literatura, principalmente con biblias verdes, y libros que nunca había visto en físico como El Arpa de Dios y Millones que ahora viven no morirán jamás, aunque en estado deplorable, la humedad les había afectado y estaban cubiertos de telaraña. Efectivamente el salón había sido usado como salón del reino. Mientras veía admirado el lugar, algo o alguien había pasado tras de él, lo cual le espantó, pero afortunadamente solo era una rata corriendo.
Aún quedaba la duda, si el auditorio era lo único que había en el lugar, así que explorando se dió cuenta que había unas escaleras que conducían hacia una puerta de metal. Subió las escaleras con mucho cuidado porque eran de madera vieja, alumbró con su celular, viendo que tenía una llamada más de Jacinto, pero en vez de contestar estaba decidido a descubrir todo sobre aquel lugar. La puerta estaba cerrada y por ser de metal y no tener ventana, no habría un modo de entrar a la fuerza, intentó por varios minutos pero finalmente se rindió, después de todo, ahora sabía dónde estaba el salón del reino, lo de menos era informar a la sucursal sus descubrimientos y ellos se encargarían de lo demás, pero no estaba satisfecho con eso, presentía, sentía que había algo importante tras aquella puerta, aunque no sabía cómo abrirla. Metiendo sus manos en los bolsillos resignadose, tocó la llave que le había dado Enrique.
¿Será posible? ¿será que esa llave sirviera para abrir la puerta? Recordó que cuando se la dieron Enrique dijo que uno nunca sabe qué puerta puede abrir esa llave, así que tembloroso, dirigió su mano con la llave hacia la cerradura, lo hizo poco a poco pero lo sorprendente es que entró fácilmente, no podía ser cierto, pero así fue, mayor fue su sorpresa cuando giró para abrir y la cerradura cedió ¡Esa era la llave indicada!
Al entrar, notó que la habitación era un alojamiento, algo sencillo, un par de camas, un ropero, cosas básicas, todo el lugar olía a humedad, poco le faltó para vomitar, dedujo que ese era el hospedaje de los misioneros, hurgando entre las cosas, encontró un album de fotografías, estaba dispuesto a revisarlo cuando nuevamente entró una llamada de Jacinto, esta vez Humberto decidió contestar, ya casi daban las 6 pm y sabía que cerrarían betel, no tendría oportunidad de volver a comunicarse hasta el día siguiente, continuará...
Panteón Los Rosales, La congregación Fantasma del circuito 13 parte 5
Humberto decidió por fin contestar la llamada de Jacinto, mientras platicaban observaba fotos del álbum.
Humberto: Hola Jacinto, que tal
Jacinto: Tengo novedades sobre el caso
Humberto: Excelente, yo también
Jacinto: ¿De verdad? ¿Qué has descubierto?
Humberto: Bueno, en el Pueblo Los Rosales nadie de los que pregunté sabía algo sobre los testigos de Jehová, pero un joven que amablemente encontré de camino, y que luego volví a encontrar en el Pueblo me indicó que cruzando el panteón está la propiedad donde estaba el salón del reino. En la propiedad hay un pequeño auditorio y publicaciones bíblicas, y en la parte de arriba parece que era el hospedaje misional.
Jacinto: Excelente, pues yo he descubierto correspondencia, resulta que William, el misionero joven, es el hermano coordinador del comité de sucursal, fue asignado con unos 20 años como misionero a la zona, y el otro misionero, de unos 30 años, era Enrique Hernández, un hermano cuyos padr…
Humberto: Disculpa, ¿qué nombre has dicho? (decía mientras miraba unas fotos del álbum)
Jacinto: Enrique Hernández, te comentaba que sus padres eran del pueblo Los Rosales, por los años 40 emigraron a Estados Unidos, donde tuvieron a Enrique, parece que, por ser sus padres de dicho lugar, y dominar el español, lo enviaron a evangelizar esa zona.
Mientras Jacinto relataba eso, Humberto asomaba sorpresa en su rostro al percatarse que el compañero que salía con William en las fotos, era exactamente el hombre que lo abordó en la carretera camino al Paraíso, el que le dio el reloj, ¡el reloj!, en las fotos aparecía ese mismo reloj, no había duda de que era el mismo. Jacinto seguía dando algunos detalles pero Humberto ya no escuchaba, solo rememoraba todo lo que vivió con Enrique, si para 1970 tenía 30 años de edad, debía tener más de 80 años, era imposible que siguiera tan joven como él lo vio, pero ahí estaba, en las fotos, y así lo recordaba Humberto, tan fresco como se veía en el álbum.
Humberto: ¿Qué pasó con Enrique?
Jacinto: No hay información al respecto, solo encontré que se quedó en Los Rosales mientras que William se vino a vivir a la Ciudad de México para ser parte de la familia Betel. Creo que es momento de preguntarle a William qué es lo que sabe al respecto.
Humberto: De acuerdo, seguimos en contacto, estimo que en unos 10 días puedo llegar a México para compartir lo que he encontrado.
Se despidieron y colgaron. Humberto seguía pasmado, no entendía cómo podía ser posible que Enrique fuera el mismo de las fotos, salió del inmueble, y comenzó a caminar de regreso por el panteón hacia la salida, durante el largo camino, algo le incitaba a buscar entre las tumbas, por primera vez en su vida pese a no creer en el destino, sentía que el destino le había guiado hasta ese punto, las coincidencias eran demasiadas, al recorrer las tumbas se dió cuenta que estaban agrupadas por familias, localizó algunas tumbas con el apellido Hernández, buscó, buscó, hasta que encontró lo que al parecer presentía que iba a encontrar: una cripta con el nombre de Enrique Hernández, su fecha de nacimiento y fecha de defunción… Ya no había duda, Humberto había estado teniendo contacto con un muerto, aunque realmente no tenía forma de saber qué había sucedido, ¿en verdad era Enrique resucitado? ¿Era un demonio? ¿Una entidad sobrenatural? Por primera vez, Humberto dudó de sus creencias, se dio cuenta que tal como le dijo aquel Enrique que conoció en carretera, no había forma de saber si los muertos realmente dejaban de existir tras la muerte o no.
Mientras tanto, en Betel de México, un decidido Jacinto estaba dispuesto a confrontar a William, continuará en la parte 6 y final...
Panteón Los Rosales, La congregación Fantasma del circuito 13 parte 6 final
Jacinto caminaba hacia la oficina de William, los 4 minutos que separaban su oficina de la de él le parecieron 4 horas, no era fácil lo que pensaba hacer: Jacinto era un betelita con menos de 6 meses, ni siquiera era anciano en su congregación, mientras que William era el coordinador del comité de sucursal, con más de 50 años en betel, siempre bien atendido, parecía intocable, cuando venía algún visitante de la central mundial todo el contacto era con William quien en su oficina colgaba orgulloso fotografías suyas con distintos hermanos, con Knorr, con Franz, Barr, Jaracz, y más recientemente con Morris y Lorsh. ¿Qué debía hacer Jacinto? ¿Abordar inmediatamente el tema? ¿Cómo hablar del asunto? Confiando en Jehová hizo una oración breve recordando el ejemplo de Nehemías, creía que Jehová realmente le ayudaría. Pidió pasar a la oficina y le fue concedido, mientras que Jacinto despachaba en un cubículo pequeño, William tenía una oficina grande, el contraste era muy notorio.
William: Vienes a confrontarme por lo de la congregación Panteón Los Rosales ¿Verdad?
Aquello dejó mudo a Jacinto, de todos los escenarios que imaginó, ese era el menos probable, ¿Ahora qué haría?
Jacinto: No señor yo solo venía a...
William: No hay necesidad de mentir, sé a lo que vienes, y te diré algo, soy muy viejo, tengo casi 74 años, y es muy difícil guardar secretos por décadas, así que, hoy te responderé todas tus dudas.
Jacinto: Está bien, quiero saber quién fue Enrique, qué fue de él, que pasó con la congregación Panteón los Rosales y porqué se hizo el desentendido.
William: Vaya, que veo, un joven valiente, un auténtico defensor de la verdad, pero ser sincero no siempre es suficiente en este negocio muchacho, y tus preguntas son muchas, te contestaré poco a poco. Verás, nací en una familia de testigos, mi familia aprendió de esto desde los tiempos de Rutherford, y yo hice de esto el centro de mi vida, así que decidí solicitar ingresar a Galaad, te seré sincero, la idea de pasar mis años evangelizando pueblos en medio del lodo y el calor no eran atrayentes, pero yo sabía que a muchos jóvenes brillantes con el tiempo se les mandaba a servir en betel como contacto de confianza con la central mundial, te habrás dado cuenta que en cualquier comité de sucursal, no importa en cuál, siempre hay un americano, es por eso.
Jacinto: ¿Cómo conoció a Enrique?
William: Enrique... Él era un buen amigo, era más grande que yo por unos 10 años, pero nos graduamos en la misma clase de la escuela de Galaad, muy sincero y participativo en las clases, tal vez sea el testigo más sincero que haya conocido. El día de la graduación al recibir nuestros diplomas nos indicaron que éramos asignados a México. Los papás de Enrique eran originarios del pueblo Los Rosales, pero emigraron a Estados Unidos, donde nació Enrique, por lo tanto, Enrique dominaba muy bien tanto el inglés como el español.
Jacinto: ¿Y qué pasó?
William: Nos dieron unos días para arreglar asuntos pendientes en Estados Unidos, ahí conocí a la mamá de Enrique quien era precursora, su papá ya había fallecido un poco de tiempo atrás; fue entonces que su mamá me pidió tener especial atención con su hijo porque era lo único que le quedaba en la vida. Un par de semanas después llegamos a la ciudad de México, en el que era la oficina de betel en aquellos tiempos, y por la necesidad en la zona de Jalisco nos indicaron acudir a Los Rosales a predicar.
Jacinto: yo sospechaba que usted sabía que la congregación existía, me hizo quedar como un loco.
William: No he terminado de hablar, muchacho. Al llegar, las cosas fueron más difíciles de lo que pensé, es cierto que había mucha atención por parte de la gente, teníamos muchos estudios bíblicos y rápidamente hubo bautizados, pero el servicio no era lo que más me gustaba, no estaba acostumbrado al estilo de vida de México cuando en Estados Unidos tenía todas las comodidades; además dado que en el pueblo muchos habían conocido a los papás de Enrique y él hablaba el español mucho mejor que yo, los nuevos publicadores le tenían más confianza a él que a mí.
Jacinto: ¿Y qué sucedió?
William: Habíamos escrito a la organización para obtener la autorización de funcionar como congregación, la única referencia por la que podríamos ser ubicados era por el panteón, así que un día bajé hasta la ciudad de Guadalajara para obtener la correspondencia, y recibí una carta donde se reconocía a la nueva congregación con el nombre Panteón los Rosales; me llevé una decepción cuando ví que la carta decía también que Enrique quedaba como el superintendente presidente en vez de mí. Para un joven como yo que buscaba crecer a toda costa eso era terrible, me enfrentaba a mi propia decepción, a los celos contra mi amigo, y con que no me gustaba mi asignación.
Jacinto: Vaya, quien diría eso de usted, aquí todos lo idolatran por parecer muy espiritual.
William: Te dije que hay cosas que es difícil guardar por décadas. Unos meses después, al ir por correspondencia, llegó una carta de la sucursal, felicitándonos por nuestro trabajo, y pidiéndonos decidir quién de nosotros dos podría dejar su asignación para irse a servir a la sucursal como traductor, la carta decía específicamente que se esperaba dar preferencia a Enrique, pero que, si él no podía por alguna razón, fuera yo el que acudiera. Durante el camino me puse a pensar que si bien al irse Enrique yo me quedaría de presidente de la congregación, no me entusiasmaba el hecho de tener que predicar diario bajo el sol, ensuciándome la ropa con el lodo, y mientras yo siempre me imaginaba dirigiendo una congregación de 100 o 150 publicadores como las que había en Estados Unidos, estar al frente de 20 publicadores no era atractivo para mí, además de que la euforia por nuestra llegada ya se había disipado para entonces, y cada vez era más difícil conseguir revisitas y estudios bíblicos, además había que luchar por ayudar a los publicadores a mantener el entusiasmo, estas cosas las hacia Enrique con gusto, pero no era lo que yo quería.
Jacinto: ¿Y que hizo entonces?
William: sin mostrarle la carta, le dije a Enrique que la sucursal me había invitado a servir en las oficinas de betel como traductor, algo que a él le tomó un poco de sorpresa porque mi dominio del idioma aún no era muy bueno, pero se alegró por la noticia y me abrazó, nunca sospechó lo que le oculté, incluso me organizó una comida de despedida con toda la congregación. Así fue como llegué a Betel.
Jacinto: eso aún no explica qué le pasó a Enrique y a la congregación
William: tal vez esto te lo explique (decía mientras le mostraba a Jacinto un periódico que decía en su encabezado: Excursionistas mueren en una curva peligrosa); poco tiempo antes de que yo me viniera a México, estábamos teniendo problemas de oposición por parte de la iglesia católica del pueblo, y por nativos supersticiosos de la zona que creían que cambiar de religión les traería desgracias. Entonces un brujo maldijo a los testigos de Jehová haciendo un ritual justo frente al salón del reino.
Jacinto: Por favor, no creerá usted en la brujería.
William: Por supuesto que no, no creo en ella; pero en esto no importa solo lo que tú creas, sino en lo que los demás crean. Justo en los días en que pasó eso, fue cuando vine a trabajar a la casa betel, y al poco tiempo se informó de una asamblea en la arena México, dónde vendría directamente desde estados unidos el presidente de la sociedad WT Nathan Knorr. Así que a algunas congregaciones se les invitó a estar en la asamblea entre ellas a la de Enrique, desafortunadamente en el camino hacia México, el camión que habían contratado se volcó en una curva peligrosa, todos los tripulantes murieron.
Jacinto: entre ellos Enrique de seguro.
William: Así es, durante mucho tiempo me he lamentado, debí haber sido yo quien tenía que morir ahí, pero mi egoísmo y envidia hicieron que intercambiara nuestros destinos, él murió creyendo que yo era su mejor amigo. Ahí terminó la congregación Panteón Los Rosales, como podrás imaginar, toda la comunidad asoció la maldición del brujo con la muerte de los hermanos, quedamos mal parados, no había forma de hacerles creer lo contrario, así que en ese momento la sucursal decidió asignar el territorio de Los Rosales a la Congregación el Paraíso, pero de haberles llegado la notificación se enterarían de lo que pasó con los publicadores de Los Rosales, así que me encargué de evitar que esa carta de asignación de territorio llegara a la congregación El Paraíso.
Jacinto: ¿Cómo es que los hermanos del Paraíso no se enteraron nunca del accidente?
William: En cuanto nos enteramos acá en Betel, hicimos un trato con las compañías locales de periódicos para comprar los ejemplares antes de que salieran a la venta, el silencio es caro, ese día no hubo periódicos en ningún puesto de la zona.
Jacinto: Es lo peor que me imaginé que pudiera usted haber hecho, todo lo que me ha dicho es sencillamente despreciable.
William: Aún hay más, la mamá de Enrique nunca se enteró que falleció, durante años me encargué de que se le escribieran cartas de correspondencia, haciéndose pasar por Enrique, diciéndole lo feliz que estaba supuestamente en la asignación y que la extrañaba, hasta principios del año 2000 en que falleció la señora.
Jacinto: Supongo que sabe usted lo que debo de hacer, debo hacer lo correcto, y pedirle que confiese al comité de sucursal sus pecados, de lo contrario tendré que informarlo yo mismo.
William: Eso no sucederá muchacho, lo siento. Jóvenes idealistas como tú entran frecuentemente a Betel, que creen que podrán cambiar el sistema, que piensan que Jehová mueve los asuntos y eso no es verdad, es más, desde hace décadas no creo en Dios.
Jacinto: ¿Y por qué sigue aquí, en un puesto tan alto?
William: Te lo dije, hice de esto el centro de mi vida, ¿a dónde iría actualmente, a mis más de 70 años? ¿De qué trabajaría? Mi comodidad depende de mi lealtad a la organización, de tus donaciones, y de dar de vez en cuando una arenga de tonterías durante 30 minutos en salones y asambleas.
Jacinto: No puedo creer que Dios permita esto, de Dios nadie se puede mofar, todo lo que está oculto tarde o temprano saldrá a la luz.
William: Tienes un buen corazón, hijo, pero eso no es suficiente aquí. Lo que te he contado no es ni siquiera lo peor que ha pasado aquí, nos debemos a la organización, la organización está por encima de ti y de mi y de todos, quien quiere vencer al sistema es removido del sistema. ¿Te parezco hipócrita por lo que digo? Si supieras la cantidad y gravedad de cosas que hemos tenido que ocultar aquí, incluso por órdenes directas del cuerpo gobernante, te darías cuenta que esos individuos son capaces de volver a matar a Cristo con tal de mantener la imagen de la organización. Así que, toma este sobre
Jacinto: ¿Qué es esto? (Decía mientras abría lo que contenía)
William: Una hoja es tu carta de baja de Betel, firmada y autorizada por todos los miembros del comité de sucursal, no sirves para lo que necesitamos, necesitamos personas leales, no idealistas. Y la otra hoja es un citatorio para un comité judicial por apostasía, 3 ancianos designados por nosotros se encargarán de juzgarte. Lo siento hijo, no es personal, pero por las cosas que has descubierto, necesitamos desacreditarte, que cualquier testigo evite tu compañía y te rehúya, si algún día quieres ser readmitido nos aseguraremos de que firmes un contrato de confidencialidad. Suerte muchacho, que esto no me gusta más a ti que a mí.
Desconsolado, Jacinto salía de la oficina de William, dirigiéndose a su habitación, desconcertado porque en ese momento se dio cuenta que no estaba en el pueblo de Dios. Él que siempre había confiado en Jehová, que truncó sus estudios para ser precursor, que pasaba horas y horas bajo el sol y bajo la lluvia para predicar las buenas noticias, que había aceptado empleos mal pagados de medio tiempo sin seguro social, que no sabía hacer otra cosa más que barrer y predicar, entraba en una crisis de fe.
Meses después, un joven era sepultado por unos cuantos familiares, se trataba de Jacinto, quien llevaba tiempo luchando contra la depresión, finalmente se había quitado la vida, ningún testigo de Jehová había asistido a su funeral, ni siquiera sus padres, dado su estatus de expulsado por apostasía, desde que había regresado expulsado de betel y de la organización, nadie le había querido brindar ayuda, ningún hermano lo dejó quedarse temporalmente en su hogar, nadie le quiso ofrecer empleo, ni siquiera un vaso de agua.
Respecto a Humberto, no se sabe qué pasó con él. Solamente le llegó un correo al departamento de servicio con una carta donde les comentaba que renunciaba al servicio de tiempo completo, pero su estilo de redacción no coincidía con el que normalmente le era conocido; nunca regresó por sus cosas al hospedaje, su automóvil se encontró abandonado en una carretera, sin signos de violencia, en el auto había un reloj de muñeca, el reloj que había recibido. A las congregaciones de su circuito simplemente se les anunció que había renunciado su asignación y se les nombró un sustituto.
En una noche tranquila en Betel, William degustaba un trago de alcohol de la más fina calidad en su oficina, cuando llegó otro miembro del comité de sucursal, Charlie, de 40 años, también graduado de Galaad.
Charlie: ¿Te enteraste lo del muchacho?
William: Si, una lástima, era sincero, de verdad era un buen chico.
Charlie: Quiero pensar que después de todas las cosas que hemos encubierto, esta realmente ha causado un efecto en tu conciencia.
William: Por supuesto que no, no podemos tener conciencia en este puesto, al contrario, no tenerla es un requisito para llegar a este nivel.
Charlie: Es cierto, lealtad absoluta a la organización, por eso estamos aquí, nuestra labor es cuidar los intereses de la organización, buenas noches, William.
Charlie: Buenas noches, Charlie, y descuida, los muertos no vuelven de la tumba.
Fin.